19 de mayo de 2024

La Feria: Al árbol, por sus frutos…

Sr. López

Bien lo sabe usted: la abuela Virgen (la de los siete embarazos, la materno-toluqueña), era más católica que Pío X (escándalo de Torquemada y la Inquisición), tenía un rezo para cada guiso y un santo para cada cosa, y si de salud se trataba, también: catarros, San Cosme; diarreas, San Damián; reuma, San Marcial; torceduras, San Eloy; dolores de cabeza, Santo Tomás; embarazos difíciles, San Ramón Nonato (por obvias razones); y -con mucha discreción, a solicitud de señoras atribuladas-, San Casimiro, para esposos con problemas hidráulicos (nunca se supo por qué)… pero cuando de verdad alguien estaba grave, se zambullía en las profundidades de su ropero y sacaba el relicario en que guardaba ¡una astilla de la Santa Cruz!, con la que salvó la vida al primo Chucho (lo atropelló un camión), y cuando salió por su propio pie del sanatorio, dijo muy oronda: -¡Nunca me falla! –claro, ella no tomaba en cuenta las cuatro cirugías ni el mes en cuidados intensivos. Su fe movía montañas. Pero cuando murió su primo, tío Alfredo, con el relicario en la cabecera de su cama, la abuela rezongó: -Milagros hace, pero los médicos tienen que poner de su parte, ¡carambas!

Si algún extranjero lee la prensa nacional debe suponer que el país está a punto de estallar, que por las noches se escucha el rechinar de dientes y el afilar de cuchillos de la ciudadanía. No es cierto.

La machacona insistencia en presentar con reflectores de noche de estreno y foquitos de marquesina de cine de los de antes, las pifias oficiales, las metidas de pata de funcionarios y los casos de corrupción, tiene la innegable ventaja de obligar a que los gobernantes se comporten de mejor manera, a que la ciudadanía se organice en asociaciones de activistas que contribuyen a cerrar los márgenes de desatino oficial y a disminuir el Índice Nacional de Mamarrachadas (Inmama), porque lo que no se puede negar es que el país, hoy, sí, con tantos problemas, no es un enfermo en estado terminal… y progresa (sin minimizar ni tratar de atenuar las cosas esperpénticas, inaceptables para el mismísimo Luzbel, que se pueden y se deben corregir).

Sin embargo, al mismo tiempo, esa actitud de terca insistencia en que a México ya se lo cargó el demonio, que estamos a la orilla del precipicio, colgando nomás agarrados con las uñas, tiene su lado negativo, aparte de ser mentira: induce un desaliento colectivo, sofoca el respeto por lo propio (a ver, párese en una acera en Madrid y grite: -“¡Soy mexicano!” -a ver, quiero ver), y causa cuando menos tres reacciones: la abulia (el dejar hacer, dejar pasar); el oposicionismo contra todo lo que huela a gobierno e instituciones; o esperar (y creer) que un milagro va a  cambiar todo y enderezar los entuertos nacionales (que es una mezcla de las dos anteriores), dicho de otra manera: esperar un mesías que nos haga el milagro de venir a recoger nuestro tiradero.

Allá por los años 30’s del siglo pasado, un político muy conocido, ante una situación de gravedad inusitada en su país, declaró: “Nunca en mi vida he estado más dispuesto e interiormente presto a la lucha que en estos días (…) la dura realidad ha abierto los ojos de millones (…) a las estafas, mentiras y traiciones sin precedentes de los (…) engañadores del pueblo”; sí, por supuesto, lo dijo Adolfo Hitler (ahí cheque el dato en “Ascenso y  caída del Tercer Reich, una historia de la Alemania Nazi”, de  William L. Shirer, Simon & Schuster, 1960).

La toma del poder por Hitler hubiera sido imposible sin el previo despelote de la “República de Weimar”, como se denomina al régimen alemán de 1918 a 1933, verdadero huracán de barbaridades, corrupción y desórdenes políticos, exacerbados por la crisis económica de 1929 que dejó sin empleo y en la miseria a millones de alemanes, situación que el cándido Fito Hitler intuyó como su oportunidad de hacerse con el poder después del ridículo en que quedó su fallido intento de golpe de estado de 1923 (el “Putsch de Múnich”, que le costó irse al bote nueve meses).

Pero, ya estando hasta el copete los alemanes de los políticos y sus metidas de pata, votaron por Hitler; el “Bundestag” (su congreso), le otorgó -legalito- poderes dictatoriales (para que por favor, por favorcito), arreglara todo sin el estorbo del Poder Judicial ni las enfadosas votaciones parlamentarias… y ya sabe en qué terminó el experimento: casi 60 millones de fiambres por la Segunda Guerra Mundial.

La situación actual de México no se parece ni de lejos a la de Alemania de entonces, por supuesto, ni ninguno de los competidores por la presidencia de la república, es de la calaña de don Hitler, tampoco, pero sí llama la atención la insistencia de cierta prensa (muy poderosa), en enconar los problemas, creando la falsa idea de que el país se compone por una parte, de un pueblo bueno, víctima de todas las canalladas que le puedan infligir los del poder político y económico, que son la otra parte, a la que pertenecen, por definición, todos los políticos que no estén dispuestos a demoler y recomenzar todo. Es una imagen distorsionada del país, una foto sobreexpuesta en blanco y negro. No es la realidad así.

A fuerza de insistir en esa descripción (mafia del poder contra salvadores patrios), no serán pocos los que decidan echarse el volado de poner en la presidencia al Pejesús, visto como “último” chance nacional de salvarse de la corrupción, encarrilar al gobierno por la ruta de la justicia y la paz. Nobilísima aspiración, qué duda cabe, aunque hasta el momento no haya dicho el Pejecutivo cómo conseguirá ninguno de sus miríficos propósitos (aparte de que su sola presencia limpiará, pulirá y dará esplendor a la patria).

Este junta palabras (sabido es), no le cree ni la hora al santo señor de Macuspana… pero acepta que puede estar equivocado. Sí, pudiera ser.

Para estos casos lo recomendable es dejar de ver al Mesías y revisar a sus doce apóstoles. Si don Pejecutor fuera lo que dice que es no podría andar con tanto malandrín. Al árbol, por sus frutos…

 

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