SR. LÓPEZ
Tía Cuquita, se casó cuatro veces, la quinta vez nomás se juntó y la sexta y las otras. Un día este menda la oyó decir que ya estaba harta de trámites, porque, además, los hombres eran todos, lo mismo. Bueno, eso dijo.
Si tuviera que definir al mexicano estándar, al tenochca simplex, o sea: a nosotros los orgullos integrantes del peladaje nacional, con una sola palabra, ¿cuál elegiría?:
Bravo, bailador, inculto, fiestero, macho, indolente, malhecho, briago, musical, irresponsable, ignorante, sabio, culto, laborioso, ingenioso, alegre, poético bueno, de eso, todos tenemos un poco o cuando menos, conocemos a alguien con una o varias de esas características. Pero aquí lo que se le propone es encontrar una sola palabra que nos describa si no a todos (siempre hay raros), a la mayoría. Le propongo: flemático.
Sí, más flemático que un inglés de la City en Londres (reflexión original ajena a este López no quiere uno andar en dimes y diretes, como cuando allá por 2019, la Sabina Berman acusó de plagio a Enrique Krauze, lo que fue como afirmar que Pancho Villa era bailaora de flamenco, clavel reventón en la boca, abanico y peineta con todo respeto por doña Sabina).
De regreso al asunto: el mexicano puede ser descrito con esa sola palabra, flemático, como sinónimo de impasible, imperturbable tirando a indiferente.
Pareciera muy mala descripción del mexicano 100% puro de origen. Se supone que por un quítame estas pajas nos agarramos a tiros, que por un bache cerramos una carretera internacional, que nos abanicamos con las estadísticas de homicidios, muertos por la pandemia, mujeres asesinadas, desaparecidos y de secuestros. Sí, nada nos cimbra. Somos de una pieza. Cualquier extranjero leyendo noticias de México ha de pensar que para ir al Oxxo, llevamos escopeta cuata y escuadra 45 al cinto pero, no, nosotros, tan tranquilos.
Es muy fácil estereotipar nacionalidades: el francés es romántico y de bigotito; el alemán, trabajador y de cerebro cúbico; el yanqui, bobo, trabajador y de cerebro cúbico y el inglés es el flemático, sí, ¡cómo no!, nomás recuerde las que hacen los aficionados al futbol de allá y las violentas manifestaciones que tienen, por ejemplo, si no les parece la corbata del príncipe Andrés.
Para flemáticos, nosotros. Para abrir boca, Antonio López de Santa Anna, fue presidente de México en siete ocasiones (intermitentemente del 16 de mayo de 1833 hasta el 5 de agosto de 1855), y no crea que se imponía, hasta mandaron por él a Colombia, donde se divertía mucho y hacía lo que más le gustaba: divertirse. Luego, nos echamos con Juárez de Presidente del 15 de enero de 1858 al 18 de julio de 1872, a trancas y barrancas, con la legalidad en entredicho y a nadie se le movió el copete. También aguantamos 27 años a Porfirio Díaz atornillado a La Silla (de 1884 a 1911), y si no hubiera sido por los propios hacendados, ahí se hubiera quedado hasta bien morir, sin que ardiera el país (había grupos levantiscos, sí, pero molestaban a don Porfirio como a una vaca las moscas en la cola).
Y luego 77 años de priismo (la primera tanda de 1929 a 2000; la segunda del 2012 al 2018), y en el territorio patrio reinó la indiferente tranquilidad de un pueblo flemático como no hay otro. Acá, cada quien a lo suyo.
Se dice fácil: en 200 años de ser país, tres hombres nos gobernaron de 1833 a 1911 (78 años) y luego el régimen priista. En dos siglos, 155 años haciéndonos guajes.
Ahora mismo, por la oferta presidencial de enviar ayuda humanitaria a Cuba, medicamentos, vacunas y comida, debería estar lloviendo azufre: donde hace falta esa ayuda es en México, donde hacen falta medicinas y comida es en México; nomás faltó que ofreciera medicamentos contra el cáncer a los niñitos cubanos. Pero nuestro Presidente sigue tan campante, sabedor de que a los tenochcas simplex todo nos viene guango, promete y ofrece cosas que hasta son ilegales (¿en qué partida presupuestal del Decreto de Egresos se le asignan recursos a Cuba?).
La prensa fifí y frufrú, la comentocracia, los analistas e intelectuales, podrán jalarse de los pelos: no pasará nada y aunque pase, porque ¿qué es lo peor que puede pasar?… que lo denuncien y el Congreso después de reponerse del ataque de risa, nos aclare que sigue teniendo fuero, aunque se diga que no, pero sí y sujeto como antes a juicio político.
Lo interesante es adivinar cuánto aguanta un país este estado de cosas. En nuestro primeros dos siglos de ser Estados Unidos Mexicanos, cuatro regímenes (Santa Anna, Juárez, Díaz y el PRI), cada uno bailando polkas, sandungas, valses o mambo en la Constitución o reformándola sobre pedido y la raza de bronce, impávida, flemática.
Más interesante, ahora que ya estamos en pleno proceso de sucesión que de tan anticipado parece parto prematuro, más bien, aborto, es tratar de adivinar que viene después del presidente López Obrador. Los partidos políticos de oposición, si siguen con su afición a los rompecabezas incompletos, difícilmente le pueden ganar las elecciones del 2024, tendrían que resucitar de sus cenizas; y eso permite suponer que el Presidente podrá imponer a quien quiera en La Silla sí, pero ¿la anticlimática doña Claudia?, con escuela y Metro caídos; ¿Ebrard?, con su prontuario judicial; ¿o hay tapado?… sí, puede haber.
¿Qué, qué va a pasar?… porque nuestro Presidente no le va a aflojar, va derecho y no se quita; sabe que el pueblo bueno (y flemático), esos sus solovinos, volverán a votar por el inicuo gusto de tomar desquite contra los culpables de clase media de lesa mexicanidad.
Aunque también puede pasar que de repente surja un candidato modelo Monreal, por fuera de Morena y apuntalado por no sabremos quién, con dinero para aventar para arriba que lo único que tiene que hacer es echarse a la bolsa a los maestros que ya armaron su partido y aunque perdió su registro, esa estructura sigue existiendo y entonces sí Caminito de la urna, apurándose a llegar, con los votos bajo el brazo, va todo el reino animal.