Sr. López
Creo haberle dicho (porque todo le cuento), que la dama dragona que tuvo a bien dar vida y nacionalidad a este menda, regañaba raro. Pongamos por caso cualquiera de los experimentos que realizaba este junta palabras, etiquetados como maldades sin presunción de inocencia, como por ejemplo, echar maicito en la azotea después que tendían la ropa a secar (comprobado, las palomas sí defecan volando); o meter al gato en el cajón de los cubiertos (verificado, al abrirlo, grita más fuerte la mamá que el minino); o cualquiera de esas actividades domésticas normales en niños normales. Bueno pues establecida la culpabilidad del señalado, cualquier mamá estándar regañaría a su crío por lo que hizo, pero no la subcomandante Yolanda, no, ella despachaba la causa y se seguía para atrás, reprendiendo por la falta anterior y la anterior y seguía hasta rematar: -¡Ni en la cuna te portabas bien! vaya.
El Presidente le recuerda su madre al del teclado (no sea así, él no es grosero). Hace pocos días con motivo de los violentos hechos en el estadio de Querétaro, determinó: (
) son resabios de los gobiernos neoliberales anteriores, ¡ándele!, en la historia nacional de los últimos 30 años encontró el origen de esa zacapela, para que vea usted que está en todo. Igual propuso una pausa en las relaciones con España, por asuntos de hace 500 años. Y ayer, siempre a las vivas, declaró las relaciones México-Austria en sana distancia, porque no le prestaron el plumero de Moctezuma, que ni se sabe si fue de él.
Imagine el divertido desconcierto de los gobiernos de España y Austria, ante tales disparates de nuestro Tlatoani. Los dignatarios del mundo preocupados porque la invasión rusa a Ucrania no vaya a provocar una conflagración global y nuestro Presidente pensando en un penacho (joya del art nacó gay precortesiano) y en los malos modos de Cortés, que ni permiso pidió hace medio milenio. Lo penoso es que ni caso le hacen; ayer llegó a México, el ministro de Asuntos Exteriores de España, José Manuel Albares (diga Albáres), y a pesar de la declaratoria presidencial de pausa con España, se reunió con el Senado y con su par, don Ebrard. Todos tan campantes. Ya ni modo. En toda familia hay un tío imprudente al que nadie le hace caso.
Ya que salió lo de Ucrania, sin despreciar las nobles causas que encabeza nuestro Ejecutivo, comentemos así sea por encimita qué le está saliendo mal a don Putin (diga Pútin), porque algo anda mal en esa invasión que inició el 24 de febrero pasado, hace 14 días, y prometía ser una merienda en el campo pero se va alargando más de lo previsto por Putin, por Rusia y por el mundo (no por Ucrania).
Las razones de Putin para invadir Ucrania tienen que ver con la expansión militar de la OTAN hacia sus fronteras (las de Rusia) y su oposición a que Ucrania se incorpore a la Unión Europea; las razones de Ucrania son que nadie les va a decir qué hacer o dejar de hacer como país soberano que son. Lo malo es que a la población y las tropas rusas las razones de Putin les interesan menos que la influencia del acento prosódico en la poesía griega; y lo peor es que a la población y los ejércitos de Ucrania les interesa muchísimo no dejarse dominar ni que les pongan gobiernos títeres desde Moscú. Desalentados peleando una guerra que no comprenden contra enardecidos patriotas defendiendo su nación, siempre termina mal, pregunten en Corea, Vietnam, Afganistán y tantas más.
El plan inicial de Putin era una guerra relámpago. Conforme a documentos incautados a prisioneros rusos por los ucranos (ucranianos si le parece mejor), tenían previsto llegar a dominar Kiev la capital de Ucrania y hacerse del control del país para el 6 de marzo
pero estamos a 10 y la columna de 60 kilómetros de tropas y pertrechos rusos que están a las afueras de Kiev no avanzan un metro, el gobierno de Ucrania no da la más mínima muestra de querer rendirse, sus ejércitos combaten con ferocidad y lo más gordo: la población civil, mujeres y hombres, se han unido a las milicias que armó su gobierno. Una batalla casa por casa en Kiev, es lo último que quiere Putin y una guerrilla después de que efectivamente invadan y controlen a Ucrania, menos. Entre la población rusa y sus altos mandos militares, se reanima el fantasma de las dos guerras rusas perdidas en Chechenia (una de 21 meses, la otra de diez años).
Los analistas de la revista The Economist plantean tres errores tácticos de Putin en esto: 1. Haber subestimado a su enemigo; 2. Gestionar mal sus propias fuerzas armadas, querer instalarles la idea de que Rusia no está en guerra, sino desnazificando otro país, lo que confundió a sus tropas que esperaban ser recibidos como liberadores y se encontraron con una aguerrida resistencia militar y civil; y 3. Subestimar a Occidente, no esperaba la oleada mundial de simpatía por Ucrania (ni protestas populares en Rusia misma contra esta guerra).
Así las cosas, ahora las élites de su país están horrorizadas por su amenaza de usar armamento atómico. Si la guerra en Ucrania no fuera muy mal para Putin no habría soltado tal bravata; fue una apuesta desesperada; fue un error; todo el mundo sabe que esa ficha no se toca y que Rusia no la usará, no porque Putin sea un modelo de virtudes cristianas sino porque no depende solo de él desatar un ataque nuclear y los mandos militares que intervienen, no tienen ningún interés en que Rusia quede en la época de las piedras. Su armamento atómico es para equilibrar relaciones con otras potencias, para en el peor caso, repeler una agresión atómica, no para iniciarla. Lo único que logró con esa amenaza fue unificar más aún al mundo en su contra y alarmar a su población y su aparato de gobierno. Se batió.
Cosa no común, un Jefe de Estado sin nadie que le pueda competir y que se derrota a sí mismo con su propio discurso. Y ya no estamos hablando de Rusia. Es impensable una rebelión interna en el gobierno, pero esto promete terminar en una estampida de ¡sálvese quien pueda!