SR. LÓPEZ
Tía Elenita, de las del lado materno-toluqueño, era de finas maneras, casada con un Tomás burdo de modos que no sabía hablar mas que a gritos, con el que procreó cinco hijos. A nadie de la familia le caía bien y tía Elenita aunque con cara triste, lo soportaba sin quejas. Tía Elenita hacía vestidos para primeras comuniones y hasta de novias, y ahorraba a lo largo del año para comprar cada diciembre un billete entero de la Lotería y cada año el Tomás se burlaba de ella (a gritos), porque no sacaba ni reintegro. Pero un 1 de enero, tía Elenita puso junto a la taza de café del desayuno de su gritón marido, la hoja del periódico con su número subrayado: se había sacado el premio gordo, en aquellos tiempos, 25 millones. Se sentó a la mesa el Tomás, vio la lista de premios, palideció y tía Elenita, sirviéndole el plato con sus huevos revueltos, le susurró al oído: -Tú, a hablar quedito muy quedito y el otro asintió sin atreverse ni a murmurar. ¡Dios existe!
Los técnicos llaman pobreza laboral a ganar menos dinero de lo que cuesta la canasta básica; y canasta básica es el conjunto de alimentos necesarios para las necesidades de un hogar promedio. ¡Vaya!
La pobreza en México se mide considerando ingreso, rezago educativo, calidad de la vivienda, de los servicios municipales, acceso a servicios de salud, seguridad social y otras cosas, cuando, sin rodeos, pobre es en primer lugar, el que no gana para comer.
Ayer, la prensa nacional anunció que al cierre de marzo, la pobreza laboral alcanzó a 50 millones 400 mil mexicanos, cinco millones más que en el mismo periodo del año anterior. Dicho en porcentaje: el 39.4% de la población con hambre. Cuatro de cada diez mexicanos.
Y se queda uno pensando ¿y los grandes aumentos al salario mínimo? (16% promedio en 2019; 20% en 2020; y 15% en 2021) ¿y los 24.5 millones de personas que están recibiendo -se supone- dinero contante y sonante de los programas sociales de la 4T?… ¿cómo es que aumenta la pobreza?… ¡ah!, es que el gobierno dejó a su suerte a las empresas azotadas por la pandemia del Covid-19: nada más el año pasado quebraron, según el Inegi, 4.9 millones de micro, pequeños y medianos negocios y un millón 873 mil 564 empresas, ¡el 86.6%!, quedaron tambaleándose; y aparte, la inflación existe.
Y preocúpese, porque ese 39.4% de compañeros nacionales a los que el sueldo no les da ni para comer, es el promedio del país, pero en el campo son el 48.9%… casi la mitad de la población rural con hambre.
A esos 50 millones 400 mil mexicanos les importa un reverendo y serenado cacahuate que una mexicana sea Miss Universo, el avance de obras en Dos Bocas, que el Presidente ande correteando al Gobernador de Tamaulipas y de pleito con jueces, magistrados, el INE, otros órganos autónomos y las ONGs; tampoco les preocupan las encuestas sobre candidatos en campaña ni ir a votar. Comer es lo que quieren, comer diario, saciar el hambre. El espíritu cívico merma -mucho- cuando se trae la panza pegada al espinazo.
Aunque le parezca calumnia, aunque piense que el del teclado lleva las cosas demasiado lejos, la pobreza es un preciado capital para cierto tipo de políticos de baja estofa. Para explicarlo con claridad, veamos el asunto al revés: imagine que en México no hubiera pobres, que el más fregado habitante de la última ciudad del país tuviera casa propia, auto, buen empleo, seguridad, buenos servicios municipales, buena educación para sus hijos, servicios de salud de primera calidad; imagine también que el más modesto campesino de la comunidad más apartada, tuviera aire acondicionado en su casa, camioneta, tractor y que revisara en su computadora cómo van sus inversiones en la Bolsa de futuros de Chicago. ¿Qué le iba a ofrecer uno de esos políticos de albañal, a ese tipo de electores con la vida resuelta gracias a su trabajo kilos de tortilla, láminas, playeras?
Los que dicen que saben, consideran que en los países desarrollados, contribuyen al abstencionismo electoral, entre otros factores, que la gente sabe que su bienestar personal depende de su propio esfuerzo, no del gobierno, y que no les inquieta mayormente quién quede en el poder pues saben que sus instituciones políticas, judiciales y sociales, son sólidas, aseguran sus derechos; y los que votan, eligen a quienes consideran serán buenos administradores y representantes de su país, no salvadores ni protectores. En esos países el debate político es conceptual, no una competencia de lodo y promesas.
Sin embargo, en países como México, no son raros los políticos que medran con las necesidades de la gente, la entrega de tarjetas que tendrán dinero si gana un candidato, son prueba de ello y hay otras más que debieran ser vergüenza colectiva. No hay nada honroso en tratar al elector como limosnero.
El principal uso de la pobreza en provecho político propio es la promesa de acabar con la pobreza, atribuyéndola a la corrupción y a la existencia de los grandes empresarios a los que presentan ante las masas de desposeídos como insaciables acumuladores de dinero a costillas del trabajo de los demás, siendo que la iniciativa privada es la única vía al progreso y la que contribuye más al presupuesto público.
No hay en la historia un gobierno que haya generado riqueza a favor de los demás; los experimentos que se han hecho, todos, han acabado en fracasos lamentables, la URSS, la China de Mao, Cuba, Venezuela, por poner unos cuantos ejemplos de un lado y también las dictaduras de derecha, en el extremo opuesto, que la España de Franco fue la España del racionamiento en todo su periodo autárquico. Lo que sí es obligación de los gobernantes es asegurar el cumplimiento de las leyes, leyes que deben asegurar finanzas públicas sanas, control de la inflación, libre competencia, equidad y justicia social.
Esa ralea de políticos que medra con las necesidades de la población administra la pobreza, no la combate y las grandes tragedias les vienen como anillo al dedo.