28 de marzo de 2024

¡Vacilón, qué rico vacilón! : La Feria

Sr. López

La historia de México, no se vaya uste’ a ofender, da más para película cómica que para epopeya; para cantar de juglaría más que de gesta; para sketch de carpa más que drama épico.
Para abrir boca, la conquista española la hicieron los indios y lo de “española” está por verse. Cuando Cortés andaba por acá haciendo turismo de aventura, Carlos I era rey de Castilla, Navarra y Aragón, no de España que no existía. Y jamás fuimos colonia, sino virreinato y nuestros indios jamás fueron esclavos sino súbditos con todos los derechos de los nacidos en la península ibérica, entre ellos el amparo (Recurso de las Personas), que tenían desde 1429 para que no le anden con el cuento de que el amparo es creación mexicana, mentira de risa loca pues eso lo inventaron los romanos (ahí cheque su Pandectas -Digesto-, el del emperador Justiniano, año 533 d. C.).
La independencia la hicieron los españoles con la ayuda de unos criollos y mestizos evasores de impuestos y algo del peladaje, que no sabía de qué iba la cosa, pero retozaron de lo lindo.
La Revolución la hicieron los hacendados y los ricos, que ambas cosas era Madero, y luego de su asesinato, siguió una matazón generalizada entre unos bandidos y otros más bandidos, hasta que los norteños impusieron en el país la paz de los sepulcros y plasmaron en la Constitución de 1917 “los postulados de la Revolución”, empezando por el de Porfirio Díaz “sufragio efectivo, no reelección” (bromista don Porfirio), para de inmediato reformarla aprobando el Congreso la reelección de Álvaro Obregón, que murió siendo presidente reelecto. Agüita pa’l calor.
Y, por cierto, la Revolución fue posible porque a los gringos les pudría el hígado la influencia de Europa en México propiciada por Porfirio Díaz, que “América para los “americanos”, o sea, para ellos mismos que los demás, hasta la Patagonia, somos “hispanos” y les caemos muy gordos, todavía.
Antes se ganó la guerra para expulsar a los franceses que ya se habían ido, dejando colgado de la brocha a don Max, y eso porque en los EU ya habían terminado su Guerra de Secesión y financiaron a los liberales de Juárez por lo de “América para los americanos”.
Celebramos la independencia diciendo mentiras como quien regresa de una parranda: Hidalgo no se “alzó” y su arenga fue ¡Viva Fernando Séptimo! (el tontísimo Rey de España, ya existía España); y doña Josefa pasó a la historia por el zapateado que dio en su recámara, donde su marido la encerró, vaya usted a saber con qué intenciones y los demás insurgentes pensaban en la de impuestos que se iban a ahorrar (no había ‘outsourcing’, que si no…).
Y entre nuestros arranques patriótico-chacoteros, celebramos la independencia la noche del 15 al 16 de septiembre, el “Grito”, costumbre instaurada por el emperador Maximiliano que ni se imaginaba que lo íbamos a fusilar.
De Iturbide no se habla mucho porque se hizo Emperador (poco sentido del humor de los historiadores oficiales), pero la verdad, él nos independizó cuando le sacó la firma de los Tratados de Córdova (Veracruz) al aterrorizado O’Donojú, que nos han enseñado fue el último Virrey de España en México, cuando la verdad es que ya estaban prescritos los virreinatos desde marzo de 1820 en la constitución de Cádiz… detallito.
Y así, entre episodios cómicos y equivocaciones que han bañado en sangre al país, llegamos al Tratado de Bucareli de 1923, entre México y los EU mediante el cual Obregón aceptó pagar la deuda externa (igual no teníamos un peso); indemnizar a los ciudadanos de EU que salieron perjudicados en la revolución; y asegurar en el artículo 27 de la Constitución, la propiedad legal de las empresas petroleras yanquis y sus propiedades agrícolas. Y todo para que el tío Sam reconociera a Obregón como nuestro mandamás, chulada.
Como en la Constitución se mantuvo la propiedad nacional del petróleo (lo que está en el subsuelo pertenece a la nación, con fundamento en el Derecho Romano y las leyes de España, no se crea que fue una genial idea tenochca), los yanquis pusieron el grito en el cielo y nuestra Suprema Corte los calmó diciendo que el artículo 27 no era retroactivo. Risitas del respetable. Sí pero no.
Luego llegó Calles y en 1924 usó como papel de baño el Tratado de Bucareli porque nunca fue ratificado por los congresos de México y los EU. Detallito, pero con eso bastó: no era legal y punto. Y no pasó nada porque el tío Sam apegado a su raíz calvinista de moral formal, se tragó su rabia y aceptó. Lo legal es legal, lo que no, pues no.
Luego fue lo de Cárdenas y la “expropiación” petrolera (cosa más grande, expropiar lo que es propiedad), que fue expropiación de empresas, pagada, peso sobre peso, bajo la vigilante mirada del tío Sam que no quería empresas europeas en México en los albores de la Segunda Guerra Mundial.
Luego llegamos a De la Madrid, Salinas y el TLC (hoy T-MEC) que nos incorporó al bloque económico comercial más grande y poderoso del planeta.
Y llegamos al capítulo actual de la mascarada mexicana con este gobierno, grupo excéntrico musical que representa con gran éxito la comedia de enredos: Entre tragos de petróleo y toques (eléctricos, no de hierbita vaciladora aunque… hay versiones).
Ahora, quien preside el Poder Ejecutivo sostiene que el firmadísimo, ratificadísimo y legalísimo tratado comercial México-EU-Canadá, revisado y aceptado por él, está sujeto a lo que salga de sus sacras gónadas y a los que le advierten que nos lleva al precipicio, les llamó el viernes pasado, traidores a la patria: “(…) se ciernen todavía el espíritu de Santa Anna, de Porfirio Díaz, de Salinas de Gortari”. ¡Ya apareció el peine!, eso quería, sentirse héroe, salvador de la patria.
Ya avisó que el 16 de septiembre, dará respuesta a los EU y Canadá sobre las consultas que solicitan sobre su arbitraria política energética.
Bueno, que suelte su discurso, que sienta que personifica aquello de “patria, patria, tus hijos te juran”… pero será lo de tantas veces otro carísimo ¡vacilón, qué rico vacilón

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