10 de octubre de 2024

¡Sorpresa!: La Feria

 Sr. López

Usted sabe bien quién es el primo Danielito… ¡ese!, el de cociente intelectual de caracol de jardín. Bueno, una cosa desesperante de él eran las simplonas soluciones que tenía para todo. Por ejemplo, sostenía que había pobreza porque había dinero, el gobierno debería prohibir el dinero, producir todo y darlo gratis a la gente; de ribete, añadía, se acababan los rateros. Igual decía que el gobierno no debía cobrar impuestos sino imprimir el dinero que necesitara y punto. Tan fácil.
El martes pasado, 31 de julio de este 2021, en San Ignacio, Sinaloa, preguntaron al Presidente si sería un fracaso la consulta y alzando la mano, dijo: “La democracia no puede fracasar” (no previeron una banda que ahí debió entrar interpretando La Marcha de Zacatecas: ¡tachún, tachún, tachuuún, tachuuún!). El problema de hacer frases es que sean acertadas.
Para ver qué tan cierto es eso de que la democracia no puede fracasar, habría que empezar por definirla, cosa no tan fácil una vez superado el gelatinoso mar del idealismo y las frases de ocasión. Digamos que democracia es cualquier sistema de gobierno en el que los adultos eligen libremente a los responsables de hacer cumplir las leyes y propiciar el bienestar general, respetando las leyes. Más o menos. Luego vienen otros enredos: democracia representativa, democracia participativa, democracia directa, democracia líquida, horizontal… y muchos más, pasando por la democracia soviética, si se quiere preocupar.
Quedémonos con dos cosas: elección libre y ley. Muy bien. Pero elegir libremente supone que los electores, todos los electores, aparte de no emitir su voto con una escopeta cuata a la espalda, no sean unos reverendos ignorantes y ahí empiezan los problemas: en democracia nos guste o no, vale lo mismo el voto de un sensato doctor en Derecho que el de un sociópata o del primo Danielito.
Para tratar de explicarlo de manera indolora, imagine usted un caso teórico: un país en el que la inmensa mayoría de los adultos sean ignorantes y analfabetos (no es lo mismo), indolentes y trabajen lo menos posible y mal, su religión sea la superstición, crean en la magia y consideren a la mujer como una cosa, en el mejor caso, una vaca. Ahora imagine a la diminuta minoría culta, educada, laboriosa y sensata de ese país, sometida a las democráticas decisiones de esa mayoría. Se llama oclocracia, gobierno de la muchedumbre entendida como turba (turba: esos que gritan ya sabe qué en los estadios de futbol y nomás no hay manera de que le paren… ¡eh… puuu…!, catarsis tenochca). Sí, la democracia puede fracasar. La democracia fracasa.
Hay quienes identifican el fracaso de la democracia o las pifias de la democracia como algo propio de los países subdesarrollados, lo que está reñido con la realidad: la Gran Bretaña no es un país subdesarrollado y mire nomás la metida de pata que dieron al votar la salida de la Unión Europea; los EUA son la primera potencia mundial… y eligieron a Trump; para no caer en el lugar común de recordar que en la siempre adelantada Alemania, el partido nazi de Hitler se hizo del poder… democráticamente.
¿Qué no puede fracasar la democracia?… sí, sí puede fracasar y permitir errores inconcebibles, como sucedió en 1982 en Colombia cuando fue candidato y posteriormente resultó elegido a la Cámara de Representantes, Pablo Escobar, el afamado narcotraficante jefe del Cartel de Medellín, cuyo discurso era del más rancio y apasionado nacionalismo. Y queda para mejor ocasión desmenuzar el llamado “narcopopulismo”, digo, por si se ofrece.
Decir que la democracia no fracasa es canonizar cualquier decisión tomada en las urnas. Pareciera que respetar el voto libre es lo más importante, sin mencionar que el electorado solo es libre de elegir entre los candidatos que otros eligieron o responder a consultas populares tamizadas una y otra vez por los que tienen el poder; y pasando por alto que el pleno valor de la decisión tomada por la mayoría debiera resultar de lo informada y responsable que sea esa mayoría. Y eso último es imposible porque sería establecer clases de ciudadanos, unos de primera, otros de quinta (que sí hay).
A todos parece sensato que no pueda manejar auto nadie que no obtenga la licencia para ello mediante examen y que si lo hace, lo multen, pero a nadie inquieta que para votar baste estar vivo más de 18 años y tener credencial, no importando si el bizarro elector apoya las manos en el suelo para caminar, si es un delincuente, si su fuente de información es TVyNovelas, si carece de sentido social, si no paga impuestos, si es misógino, ignorante como un canario, de esos que creen que no existe el virus del Covid 19 o que si existe lo fabricaron para hacer una guerra bacteriológica del capitalismo contra China o una guerra bacteriológica de China contra el capitalismo, de esos que no “creen” en las vacunas o no se vacunan para que Bill Gates no les meta un “chip”. Hay de esos, votan y su voto vale igual que el de cualquiera. Faltaba más.
Entonces empieza uno a entender la importancia de cuidar la democracia, cuidarla del voto irresponsable, desinformado, que legaliza el arribo al poder de caudillos, dictadores, mediocres, ocurrentes, mafiosos y oportunistas, porque la democracia puede fallar, puede fracasar y hay que sospechar de quien asegure que lo decidido en las urnas es necesariamente correcto. No es así, la historia lo prueba, la historia de ahora. Y peor: la democracia puede asegurar la permanencia en el poder de la aristocracia de la baba.
Pero no se asuste ni crea que la democracia se cuida educando a cada uno de los electores (más de 90 millones en México), no, eso es tarea de muchos años, tantos que en la democracia más antigua de Occidente, la de la Inglaterra que empezó hace 763 años, todavía tienen electores-primates. La democracia se cuida cuidando la ley. Obligando a que se aplique la ley.
Ayer el Presidente dijo que “en democracia es el pueblo el que manda”. No, el pueblo elige y la que manda es la ley. ¡Sorpresa!

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