5 de noviembre de 2024

Sabandijas : La Feria

Sr. López

La abuela Elena, la de Autlán de la Grana, Jalisco, contaba la historia de su tatarabuelo con detalles, inventados y reales. Ella lo conoció y a todos sus hijos.
Que llegó allá con su mujer, hasta donde se le murió el último caballo. Que no había más adonde ir ni tenían adonde. Padecieron lo que había que padecer, él trabajando la tierra como aprendió de su padre, que aprendió del suyo y así, hasta no saber de quién aprendieron todos. Ella, lo mismo en el surco y además, pariendo.
Unos indios, después de mirarlos de lejos meses enteros, les dijeron a señas a qué rumbos no fueran nunca. Les dejaron un caballo. Jamás fueron a esos rumbos y no volvieron a verlos.
Luego llegó más gente, así nomás, como si los llevara el viento. Nadie se puso de acuerdo pero él, su tatarabuelo, mandaba y todos comían. Se hizo pueblo. A los que no les gustaba cómo vivían, se iban; igual los que se portaban mal; los de bragadura grande, se morían.
Un día se presentó un cura. Le hicieron iglesia, de adobe, chiquita; ponerle campana tardó 20 años, ni falta hacía entonces, después sí.
Pasados más años tenían ya muchas reses, las criaban silvestres, eran de todos; las cabalgaduras, el ganado menor y las casas tenían dueño; la tierra, no, esa, el agua y el aire, no podían tener dueño, decía él.
Vendían ganado y grano en la provincia de Autlán y en la intendencia de Guadalajara, que así se llamaban. El dinero se repartía a partes iguales entre todos, que a partes iguales se partían los lomos.
Los viejos y los enfermos se morían nomás. Hubo doctor mucho después, porque llegó, sin entender nadie para qué, pero lo consultaban para que comiera sin humillarlo.
Escuela no hubo, él enseñó a leer y a escribir a sus 29 hijos, de su mujer y de otras, que a su vez enseñaban a los iban llegando, grandes y chicos, a las mujeres también. Luego una de las viudas García se dedicó a enseñar a los niños en su casa y sin más; después eran ya tantos que le pusieron tejado al corral de ellas, las García; muerta ésa, una de sus hijas que no se casó, se dedicó a lo mismo; fue ella la que llevó libros. Si eso es escuela, esa era la escuela.
Por unos soldados que hablaban poco español y andaban perdidos, vinieron a saber que todo había cambiado en el país, empezando por el nombre y desde hacía años, el tamaño, que nomás quedaba la mitad. Eran franceses. Después que se fueron, empezaron a nacer niños güeritos, de ojos zarcos y verdes. Y nacieron muchos así.
Para cuando él viejo decía tener más de 90, su mujer decía que menos; podía ser, pero cuando mi abuela tenía 12 y su papá 32, el abuelo de ella andaba en los casi 50 y el papá de este, su bisabuelo, por ahí de los 70; entonces sí, el tatarabuelo tenía más de 90; y todos fuertes.
Él viejo seguía mandando, todo arreglaba; si iban a verlo, todo resolvía. Según la abuela Elena, él decía: -Al que lleva razón, no le des tanta que ofendas al otro; no hay que cansarse de dar razones a quien le cueste entrar en razón, hasta que entre en razón; al que no oye razones, no se le dan, lo doblas nomás y si hace falta, se muere –y se morían.
Entonces fue que llegaron unos fuereños, cuando ella tenía doce de edad. Juntaron a todos y les hablaron. Que eran del gobierno, que hacía mucho el país era república y los enteraron de otras cosas que ahora iban a pasar y del nombre del pueblo. Que regresaban al año. Que se quedaran pensando.
Volvieron. Se juntaron con ellos en el corral techado de las García. Él viejo habló por todos, porque todos quisieron, con todos oyendo: les dijo a los del gobierno que los había oído bien y de buenas, y con él, los demás; que sabía que tras ellos irían soldados y las cosas serían igual pero de mala manera. Que ahora lo oyeran a él:
Que de donde él venía y había llegado, había nobles y rey, gobierno no lo sabía; que allá, todo era de esos, la gente también y que por fuerza, en todo ganaban sin más qué hacer que hacer fuerza; que por eso él había dejado su origen, viviendo acá sin quitar nada a nadie; y los otros presentes, habían ido llegando cada uno por sus razones. Ahora, una vida después, resultaba que un gobierno, sin saberse quién lo había hecho gobierno, venía a disponer como dueño y patrón de todos. Pero que estaba bien.
Que de poner nombre al pueblo, que le pusieran el que quisieran, les daba lo mismo; en lo de tener registro civil, que lo pusieran también, aunque todos sabían su nombre y de quién eran hijos, cuál su mujer y los nombres de sus fieles difuntos.
No entendía para qué necesitaban alcalde y cabildo, y que les tuvieran que pagar por mandar si ellos se mandaban gratis. Tampoco entendía que el gobierno les pusiera un juez, pues siendo cierto que no conocían las leyes, todos distinguían lo que estaba bien de lo que no, sin que otro de fuera viniera a decirles lo mismo nada más que cobrando; además, que de dónde salían esas leyes, porque al menos a ellos nadie les pidió parecer. Pero si tenía que ser, que fuera, que les pusieran alcalde, cabildo y juez, pero sin sueldo, que trabajando se gana la vida y siendo serios se gana el respeto.
Que eso de que el gobierno le iba a dar tierras a cada uno, era gracia de dueño y el gobierno no era dueño de nada; que esas tierras no eran de nadie, como seguían siendo, que ellos nomás les sacaban sustento; pero que estaba bien, solo que antes de poner dueño a cada pedazo, pensaran que si cada difunto iba a heredar a sus hijos, cada difunto iba a tener menos tierra que repartir hasta quedar todos con nada: que si arreglaban eso, también aceptaban. Y de pagar contribuciones también estaba de acuerdo, nomás que si tenían que dar parte de lo que ganaran, cuando en lugar de beneficios hubiera pérdidas, que el gobierno pusiera su parte.
Se fueron, porque eran pocos. Él le dijo a la gente que se guardaran el gusto, porque volverían con soldados; que bien podían matarse con ellos, pero al fin, esos siempre serían más y era mejor ahorrarse los muertos y aprender a vivir con sabandijas.
Feliz 2022, también a las sabandijas.

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