“No es el placer, ni la gloria, ni el poder: la libertad, únicamente la libertad”. Fernando Pessoa, Libro del desasosiego.
No desfallezcan los políticos maltratados, ninguneados, humillados; es la política llevada a extremos de vileza, enseñoreada por bajas pasiones, la ambición desmedida de poder por el poder mismo y, no pocas veces, la búsqueda de impunidad por su cínica rapacidad.
Norberto Bobbio escribió: la consolidación democrática demanda la conversión del hombre dogma en hombre plástico, aquél capaz de revalorar, sin miedo y en libertad, su pertenencia a la opción política que en su momento encarnó sus principios y valores. No confundir con los oportunistas y trepadores sin escrúpulos, que se dan en maceta hoy día en nuestro medio.
Un historiador francés reflexiona: “Debemos de ser capaces de construir una democracia civilizada y adulta, donde no se necesite denigrar, calumniar o destruir al adversario para construir la carrera propia”. Sin duda, un plausible llamado a la decencia política y a la ética individual, pero sin asideros en la política real. Una aspiración utópica en todos los tiempos y en todos los espacios.
La calumnia lleva incluso a desenlaces trágicos, ya Juan Carlos Cal Y Mayor nos recordaba los terribles alcances de la infamia con los suicidios de Alan García y de Pierre Béregovoy, al no soportar que su intachable honestidad fuese cuestionada.
García dejó a sus hijos “la dignidad de sus decisiones y a sus adversarios su cadáver como muestra de su desprecio”. El ex presidente Miterrand a la sazón presidente, dijo ante el féretro de Berégovoy: no se puede echar a los perros el honor de un hombre y finalmente su vida. Ulrich Beck comparaba a “la política con la parábola de un león bostezante en un Zoo.
Los cuidadores se ocupaban del mantenimiento y protección de la jaula, y arrojaban al león unas pocas piltrafas sangrientas para atemorizar y divertir a los visitantes, que miraban al león desde todas partes. Muchas mentes agudas denominaron política de símbolos a esta telegénica forma de alimentar al león, a este circo político.
El adiestramiento era generalizado y omnipresente. La política se estaba haciendo trivial. Todo era escenificación. Cosas que hubieran sucedido de todos modos, y la forma de presentarlas obedecían la ley de proporcionalidad inversa: cuanto menor el margen de acción y las diferencias entre partidos, mayor la palabrería”.
Suele decirse que la democracia sin una filosofía sustentada en una ética social no tiene sentido. ¿Acaso es posible dar un piso ético a la política? se antoja imposible, pero hay grados. Hoy somos testigos de invectivas, calumnias y elogios en desmesura, encuestas que dicen todo y dicen nada.
Apuntan a la ignorancia y la sicología social. El engaño, el autoengaño y la ingenuidad siempre están presentes. Pero cómo cambiar esta realidad con una sociedad desinformada, educativamente atrasada y mediáticamente manipulable.
Chiapas es la entidad educativamente más atrasada del país, con los más desfavorables índices de analfabetismo, eficiencia terminal y promedio de escolaridad (7.8 grados, apenas rozando el segundo año de secundaria).
Lo dijo Gabino Barreda, Dr. de la Escuela Nacional Preparatoria con Benito Juárez, “La ignorancia es la más poderosa rémora que detiene a nuestro país en su camino a la emancipación y engrandecimiento. Hace al pueblo víctima y victimario de sí mismo”. Cuestionan a Ángela Maerkel: ¿“por qué inviertes tanto en educación? Porque la ignorancia nos cuesta mucho más”.
Montesquieu sostuvo: “Las instituciones fracasan víctimas de su propio éxito”, una afirmación quizá enigmática pero de excepcional actualidad.
Los procesos democráticos admiten retrocesos autoritarios disfrazados de vanguardia progresista, caudillos prisioneros de sus fobias y obsesiones, hostiles a la arquitectura institucional y los contrapesos. Tiempos de ayer y de hoy, Modi, Duda, Duterte, Erdogán, Orbán, Bolsonaro, Trump, etc. Las viejas certezas se diluyen, la sociedad sufre agotamiento, quiebra y desencanto.
El acoso a la democracia es el ocaso de la democracia. No son juegos de artificio ni espectáculo circense, colapsaron y colapsan repúblicas democráticas como hoy las conocemos.
La supremacía constitucional, la rendición de cuentas y los órganos autónomos, todos ellos soporte de la democracia están en riesgo. Hay turbulencias. El horizonte se desvanece. La incertidumbre retorna y prolifera por doquier, lo que nos lleva a la necesidad de encontrar nuevas certezas, para nosotros y para los otros.Política emancipatoria.
Lo político irrumpe y se manifiesta más allá de las responsabilidades y jerarquías formales. No es exagerado decir que los grupos de iniciativas ciudadanas han adquirido poder político. Es la reinvención de la política aparejada con la resistencia de los partidos tradicionales.
Un renacimiento de lo político significa una política creativa que no renueve antiguas hostilidades, se trata de una política que forje nuevos contenidos y nuevas alianzas. A decir de Fichte, un renacimiento de lo político que desarrolla su actividad a partir de su actividad, sacándose a sí mismo del pantano de la rutina tirando de sus propios cabellos. Si el ciudadano no va a la política, la política va al ciudadano, lo que A.
Guiddens llama {política emancipatoria}. Lo que parece ser una retirada a la vida apolítica privada, vista desde otra óptica es la lucha por otra dimensión de lo político.
En realidad no es una retirada sino una emigración a nuevos nichos aun indefinidos. La gente deja el nido de su hogar político paso a paso, no es indiferencia. Hay, creo yo, una ambivalencia, “el final de la claridad” (Bauman). Hay también un compromiso contradictorio y múltiple, de alguna manera todos son, somos, pesimistas, pasivistas, idealistas y activistas. Hay quien compara estos cambios con un personaje colectivo sin bastón ni perro, pero con olfato para saber lo que es correcto e importante. Soy optimista, son los dolores de parto de una nueva sociedad de acción, latente si se quiere, pero que tiene esperanzas, aunque a veces no sabe bien a bien qué hacer, por qué, con quién sí y con quién nunca. Eso sí, se disuelven viejas certezas y también el monopolio de la verdad.