2 de noviembre de 2024

País cínico : La Feria

Sr. López

En la familia materno-toluqueña de este menda, tío Ricardo no era bien visto pues se sabía que portaba muy a gusto una cornamenta de reno siberiano (15 astas, un metro de ancho), pero enviudó y ya en esa condición, uno de esos que nunca faltan, le preguntó cómo había aguantado tal cosa y respondió como lo más natural: -Ella no me importaba pero guisaba muy sabroso -¡ah, bueno!
México se ha construido desde el siglo XIX, con una sociedad indiferente al gobierno y a sus gobernantes. No confundir indiferencia con tolerancia: se puede tolerar un dolor de muelas, no se puede ser indiferente a él, pero nuestra sociedad ha sido y es indiferente a su gobierno.
Eso parece tener relación con que fuimos colonia española tres siglos, nada más recuerde el bando que publicó el virrey Carlos Francisco de Croix el 25 de junio de 1767, que terminaba con estas dulces palabras: “(…) de una vez para lo venidero deben saber los súbditos del gran monarca que ocupa el trono de España, que nacieron para callar y obedecer y no para discurrir, ni opinar en los altos asuntos del gobierno” (ni opinar).
Sume que México recién independizado era un archipiélago de entidades locales muy poco identificadas por esas cosas comunes que integran el sentido nacional, aparte del idioma y la religión, lo que permitió, por la indiferencia del pueblo, que pasaran cosas como la pérdida a favor de los EUA de más de la mitad del territorio nacional en 1848, mediante la firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo, presentado por un Presidente interino (Manuel de la Peña y Peña), para autorización de un Congreso ilegal que lo aprobó con los votos de 48 diputados y 33 senadores, todos elegidos por nadie. Y más de medio México perdimos.
La población estimada del país entonces, era superior a los ocho millones, ¿hubo alguna reacción popular?… no, ninguna. El gobierno de México firmó el Tratado con el negociador por parte de los EUA, Nicolas Trist, sabiendo que había sido destituido y no tenía facultades para firmar nada (por cierto: don Trist escribió a su familia que se había sentido avergonzado por ser “un abuso de poder de nuestra parte”… bueno, a alguien le molestó). Cinco años después Santa Anna vendió la Mesilla, 76,845 km2… naderías.
A fines del siglo XIX, gracias a Porfirio Díaz y en el siglo XX, por el régimen de partido único, poco a poco y al principio aunque fuera nada más discurso, se fue haciendo como se pudo y sobre la marcha, una identidad nacional. Destacadamente contribuyó a ello la creación de instituciones oficiales que fueron haciendo presencia actuante y eficaz en todo el territorio, hasta llegar a esto de ahora, ayudado por la tecnología de comunicación masiva instantánea, pues aunque su uso intensivo aparentemente sea solo para el intercambio de banalidades, también sirve para que cada vez más gente se entere de los asuntos nacionales y así sea con comentarios soeces, exprese su rechazo, aunque aún no se traduzca nada de ello en acciones cívicas concertadas que metan en cintura a quienes nos gobiernan, que por lo pronto han tenido que aprender a cuidarse más y apechugar serenatas y recitales de mentadas de madre. Es algo.
Sin embargo a tuitazos, feisbucazos, memes o periodicazos, no se altera el rumbo del barco. Es obvio que el gobierno sigue por su lado y la ciudadanía por el suyo. Nuestra economía es de chisguete frente a la de nuestro vecinito de arriba, pero es la 16 del mundo de entre 214 países que existen, y eso no es poco, y no lo es gracias a nuestras autoridades sino a empresarios de todo tamaño y origen, de acuerdo, pero sin ellas no sería posible algo como el TLC o el T-MEC, que dispararon nuestras exportaciones.
Aún así, debemos aceptar que estamos de pena ajena en otras cosas: la inseguridad pública, la pobreza hoy creciente, la educación pública, la corrupción de siempre entre gobernantes y gobernados, la impartición de justicia y a la cabeza, la cultura que está en casi total abandono y requiere del fomento y apoyo contante y sonante del gobierno: intentar la construcción de una nación, de una identidad nacional sin cultura, es montar una obra de teatro sin libreto. Tanto el dictador Díaz como los mandones del PRI original, entendieron el valor esencial de la cultura para el desarrollo real de la nación, para hacer nación, para hacer nacionales.
Y nada es posible sin políticos. La política no es un mal necesario, es un ingrediente indispensable. Los políticos desempeñan el oficio más trascendente y México los tiene de primera calidad aunque en franca minoría ante nuestra inveterada y muy actual ineptocracia, cuatachocracia, indignocracia, mitocracia, impostocracia, pandillocracia. Y alguna parte importante de nuestros gobernantes, lejos de ser políticos democráticos sinceros, son una variada selección de falsócratas, descarócratas, impudócratas y cleptócratas. Qué no daríamos por gobernantes eficientes, ordenados, serios y honrados aunque no fueran santos, que eso no existe.
Dejemos lo que nos distrae: de acuerdo, estos son una birria, sí, pero nosotros estamos pandos de gusto leyendo ‘memes’ sobre la última metida de pata del Presidente (ayer propuso que Denise Dresser se disculpara por haber escrito una vulgaridad que él defendió en su momento, cuando la dijo el Taibo… ¿el Presidente debe dedicar su tiempo a semejantes banalidades?, no, pero ante la metamorfosis de su transformación en catástrofe, de todo se vale porque cree que todo se vale o peor, porque todo le vale).
Sin redentorismos, desechando una transformación que quedó en transformismo, sobre el pedestal de indignación de centenares de miles de asesinados y fallecidos por la atención politizada de una pandemia, nuestros políticos, juristas, organizaciones civiles, universidades, intelectuales, activistas, deben intentar una hoja de ruta de aquí al 2024.
Es ahora, desde aquí o será de afuera, impuesto por quienes no están dispuestos a asumir parte del costo de nuestro despelote ni aceptan la vecindad de un país cínico.

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