SR. LÓPEZ
En el campo de adiestramiento en que fue domado este López, no había la menor duda de que la autoridad máxima recaía en el Jefe de Proveeduría y por ello, ante él se tramitaban permisos y licencias. Sin embargo, cuando uno notificaba a la Jefa de Administración que el papá había dado permiso de algo que a ella no gustaba, nada más respondía sin alzar la voz: -Atrévete y no, ante las maternas naguas de facto, terminaba la autoridad de iure del cabeza de la familia (sí cómo no).
La verdad, hoy, quién sabe que sea eso de la democracia. Se recogió el término de la Atenas de la Grecia antigua (siglo VI a.C.), como poder del pueblo (demos, pueblo; kratos, poder); manoseando nombres para aparentar que la cosa era de respeto (Clístenes, Solón, Efialtes, Pericles), pero guardándose de decir que en esa idílica democracia, las mujeres, los no nacidos en Atenas y los esclavos, no existían y solo eran ciudadanos con derecho a hablar en la Asamblea y votar, los varones que hubieran recibido adiestramiento militar y sin deudas (el que debía dinero o heredaba una deuda impagable, caía en atimia, desprecio público a los atenienses eso del dinero les dolía en serio).
Tampoco se menciona que para Aristóteles, la democracia es la corrupción de la república (a uno no le crea, véalo en La Política, Libro III, Capítulo V), aunque, hay que decirlo todo, para don Aris, la democracia era la menos perjudicial de las formas impuras de gobierno (las otras eran la tiranía, corrupción de la monarquía; y la oligarquía, como pudrición de la aristocracia). Pal caso.
Como sea, hasta el siglo XVII, un inglés, John Locke, inspirado en el viejo modo de gobernarse que tenían los germanos, ideó un sistema de gobierno aceptado por el pueblo y con poderes separados (Segundo Tratado sobre el gobierno civil, 1690; publicado anónimamente por aquello de que el Rey todavía podía mandarlo decapitar); luego le corrigió la plana un francés, el barón de Montesquieu, quien en su obrita El espíritu de las leyes (1748), hizo la fina distinción entre separación de poderes y división de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial), como quedó hasta hoy. Esa aceptación del pueblo dio pie a llamar democráticos a esos mecanismos de gobierno propuestos.
Así las cosas y después de achuchones muy severos, llegamos a los tiempos que corren, en los que la palabra democracia purifica lo que toca: gobierno democrático, decisión democrática, institución democrática, vida democrática; es algo que don Gustavo Bueno llamaba fundamentalismo democrático y sí, lo que lleva aparejada la palabra democracia, parece legítimo, indiscutible.
Más raro es que para muchos, democracia es sinónimo de elección, elección popular. Se sostiene sin pensar mucho, que todo poder debe ser democrático, sin recapacitar en que solo se vota por representantes legislativos o titulares ejecutivos, eligiendo entre los candidatos que no se sabe quién puso en la boleta, no raramente de manera nada democrática (caso de estudio: Félix Salgado Macedonio); y sin reflexionar en que la democracia no mete las narices en cosas igual o más importantes: la elección de jueces, las normas de salud pública, los planes de estudio de la educación pública, el nombramiento de los responsables de la seguridad pública; y sin que nadie considere un escándalo la nada democrática vida de militares y policías, cimiento de la gobernabilidad, nos guste o no.
Todo el galimatías anterior es con motivo del trascendental momento por el que atraviesa nuestro país. Su destino inmediato está hoy mismo en juego y ni cuenta nos damos.
El Presidente de la república, elegido democráticamente, a consecuencia de la acumulación de confeti en neuronas y del estruendo enloquecedor de los aplausos pagados que lo acompañan de que amanece a que anochece, ya cree en el poder mágico de su voluntad y por ello, descuidó las formas y sin siquiera darse cuenta, mostró su talante autocrático con motivo de la suspensión provisional concedida por un Juez contra la aplicación de la nueva Ley de la Industria Eléctrica, que le aprobó el Congreso sin moverle una coma, como él ordenó. (Nota del traductor.- Autocracia: forma de gobierno en la cual la voluntad de una sola persona es la suprema ley).
Dirá usted que eso no es nuevo y lleva razón, trata al Poder Legislativo con altivez de hacendado, agrede a los órganos constitucionales autónomos, ningunea toda crítica y gobierna como dueño no como servidor público. De acuerdo, pero no se había atrevido a intentar arrollar al Poder Judicial, como ahora que desde la comodidad de su cotidiano púlpito matutino, con la grosera insolencia de usuario frecuente de hamaca tropical, lo amenazó sin disimulo.
Un suspiro de alivio soltó este menda al ver la reacción de agrupaciones de jueces y magistrados, colegios de abogados y al fin, al leer la seria, decente pero muy firme respuesta del magistrado presidente de la Suprema Corte, Arturo Zaldívar Lelo de Larrea. Si se hubiera doblado ante la altanería del Presidente, el país hubiera iniciado una deriva fatal.
Si la Corte se mantiene y resiste salvando a México de esta lenguacracia, la siguiente faena son las elecciones del próximo 6 de junio. El Presidente juega con trampa en estos comicios, al tener arreglados a seis partidos aparte del suyo. Es indispensable que el electorado elija entre PAN, PRI, PRD o Movimiento Ciudadano cualquiera menos ninguno de los otros, porque es muy capaz con la excusa de salvarnos de nosotros mismos, de intentar cambios constitucionales que nos igualen a las repúblicas bananeras.
Por cierto, ese Montesquieu dice en el capítulo V del libro citado arriba: ( ) todo hombre que tiene poder se inclina a abusar del mismo; él va hasta que encuentra límites. Para que no se pueda abusar del poder hace falta que, por la disposición de las cosas, el poder detenga al poder. Que siga de Presidente, claro, como la gente decidió, pero nada más, ni tantito más, nada, ni la puntita.