Sr. López
Tío Toño era mandón pero más bueno que mandón. Ya con sus siete hijos casi adolescentes, tía Tinita su esposa, lo convenció de que algunas cosas las decidieran por votación, y él dijo que estaba bien y para “inaugurar la democracia en casa”, votarían por el lugar al que irían de vacaciones de fin de año, que siempre iban a aburrirse soberanamente a una casa de montaña, allá por Coatepec. Hecha la votación, el resultado fue: Acapulco ocho votos; Coatepec, uno. Tío Toño vio feo a tía Tinita y declaró muy serio: -Coatepec… y se acabó la democracia -y Coatepec fue.
Eso de la soberanía, hoy tan mencionada, es un concepto que ha dado muchos quebraderos de cabeza y por el que distinguidos y muy ilustres pensadores, se han agarrado del chongo.
Para abrir boca, ni griegos ni romanos de la antigüedad clásica, tan respetable ella, mencionaron jamás el término. No hacía falta o eran muy sabios.
En la Edad Media apareció el término, a resultas del pleito entre los que detentaban de derecho o a palos, porciones de poder: los señores; la iglesia; las corporaciones; y los restos del Imperio Romano. Enredo interesante, para otra ocasión.
Pero ¿qué era la soberanía?… ¿quién era el soberano?… todos los pensadores entienden por soberanía la autoridad suprema, la que pone y quita leyes. El que pone las leyes, es el soberano. Por eso se le llama así a reyes y emperadores: soberanos.
Muchos líos después y como se puso de moda decapitar soberanos, reyes, la cosa quedó en soberanía popular, del pueblo, pero como es imposible reunir a todo el pueblo para que ejerza su soberanía, tomando decisiones, se inventó que el pueblo delegaba su soberana autoridad en los representantes que elegía en comicios.
¿De veras?… si una elección la decide el 1% de los votantes y sus elegidos cambian las leyes y la Constitución, es tragar una piedra de molino afirmar que eso es lo que decidió “el pueblo”, pues es lo que decidió el 1% de los que votaron, en el mejor caso… y ni eso, que la verdad, la verdad, la gente ni se entera de las trastadas de sus elegidos.
Sin embargo, ya arrancada la soberanía de manos de reyes y nobleza, el poder era mucho poder y por eso se dividió en tres de los que dos ejercen la soberanía: el Ejecutivo y el Legislativo, que el Judicial no hace leyes, aplica las que ponen los otros dos.
Así las cosas, hay quien discute si una invasión militar de un país extranjero es una agresión a la soberanía del invadido o a su independencia, gran enredo resuelto diciendo que a las dos. Está bien.
Así las cosas, tiene buen rato la Presidenta repitiendo que nuestra soberanía es intocable y el domingo pasado, el secretario de la Defensa Nacional, Ricardo Trevilla Trejo, ante ella, en la ceremonia por el 112 Aniversario de la Marcha de la Lealtad, arengó: “Nuestra soberanía, ¡no es negociable!” -repitiendo una frase de su Comandante Suprema (‘comandante’ en nuestro idioma -el español… de España-, no tiene género).
La insistencia presidencial y la arenga del General, son a resultas de la actitud beligerante del fétido presidente de los EEUU, el delirante Trump, no tanto por lo de los migrantes (ya con 10 mil de la Guardia Nacional en la frontera, parece que se contenta el Copetón), sino por lo de los narcos mexicanos y el fentanilo, pues aunque no ha dicho que va a hacer operativos militares contra ellos en territorio mexicano, se sabe que la idea ronda su cabeza:
Mark T. Esper, fue secretario de Defensa de los EEUU, en la primera parte del primer gobierno del Trump (de julio de 2019 a noviembre de 2020). En 2022, publicó sus memorias, ‘Un juramento sagrado’ (“A Sacred Oath: Memoirs of a Secretary of Defense During Extraordinary Times”), en las que cuenta que dos veces, el Trump le pidió diseñar planes para destruir con misiles laboratorios de drogas en México. ¡Áchis!
Muy difícilmente lo hará. No son enchiladas. No por nuestro poderío militar que junto al del imperio yanqui es de chiste, sino por las implicaciones internacionales que tendría. Sería una guerra de agresión sin ‘casus belli’, pues los delincuentes son delincuentes y nada más, por más que se quiera retorcer la ley yanqui contra el terrorismo. Pero eso no significa que el tal Trump, no esté listo a autorizar otros operativos tipo Mayo Zambada. Ya se verá.
Lo cierto es que nuestro gobierno ya abandonó la política de negar que en México se produce fentanilo lo que enardecía a los duros de allá que claman por una invasión militar. Eso está bien y no se puede regatear que la Presidenta acierta al mostrarse firme (el Trump abusa de quien considera débil), y pedir que la cosa se atienda de los dos lados de la frontera. Vale… y es obvio.
El problema de soberanía de México es interno. Estado, país, es la suma de territorio, pueblo y gobierno. La soberanía la ejerce un gobierno en el territorio de su país, todo el territorio y en beneficio del pueblo, todo el pueblo.
No se podía negar que en México se produce fentanilo, tampoco se puede ocultar que hay regiones, ciudades y capitales, en las que el gobierno no manda, no ejerce la soberanía. Cuando la Presidenta de la república y el General de la Defensa Nacional proclaman que nuestra soberanía no es negociable, se podría preguntar si se refieren a todo el territorio nacional, a todo el pueblo, porque la evidencia grita que no: aparte de los casi 200 mil homicidios del sexenio pasado, según el Inegi para el año 2021, en México había 831,490 desplazados, personas que cambiaron de vivienda o lugar de residencia para protegerse de la delincuencia… ¿soberanía?
No hay pedazos de soberanía. Nuestra Cámara de Diputados define que la soberanía no reconoce en el país poder superior al del Estado. ¿Y los carteles del crimen organizado, apá?
Dijo ayer nuestra Presidenta: “Nosotros siempre vamos a defender al Presidente López Obrador, que a nadie le quepa la menor duda”, ¿lo dijo por lo del narco?, como sea, que luego nos incluya a los del peladaje… ¡ah! y que recupere la soberanía. Lo demás es música de viento.