Sr. López
‘In articulo mortis’, tío Remo (así se llamaba), mandó por su hijo, su hija y su esposa, tía Clarita. Tío Remo fue insoportablemente mandón, pero lo aguantaban porque también era insultantemente rico. Tía Clarita viéndolo ya con el pase de abordar, pensaba en la ventaja de haberse casado a los 16 con él de casi 50: sería una viuda treintona, de nada malos bigotes… y rica. Ya todos a la vera de su lecho de muerte, dictó su voluntad sobre la vida de cada uno: tía Clarita no se volvería a casar; el hijo se iba de cura y la niña, tampoco se casaría para cuidar siempre de su mamá. Por fin, último aliento, ceremonias del caso y al hoyo el fiambre.
Tía Clarita se casó antes del año (murmuraciones). El hijo se fue a Bellas Artes a estudiar ballet (murmuraciones). La niña se puso de querida de un General (escandalazo). Tío Remo se revolcaba en su tumba (es suposición, uno qué va a saber).
Uno ni se imagina los problemas que tiene que sortear un Presidente de México. Ese trabajo si se toma en serio, es una cruz.
El primer año de cualquier sexenio es muy difícil no solo por las dificultades de tomar las riendas de una inmensa estructura administrativa y de gobierno, sino porque ya en el cargo se enteran de qué recibieron y cómo (y no de todo), aparte del problema no menor que es ejercer el mando entre intereses, tretas y marrullerías de los propios colaboradores, de los adversarios políticos y de los que forman el verdadero poder, esos vitalicios que no necesitan cargo. Todo eso con el agregado de las relaciones con el exterior, léase EEUU, porque estamos hablando de nuestra risueña patria.
Del segundo al quinto año de gobierno, son tiempos de frenesí, activismo y en algunos casos, de autoexaltación y autoengaño; esos, enloquecen, hay de otros.
El sexto año se va en dos cosas: tratar de culminar lo menos mal que se pueda el proyecto de gobierno y capotear el proceso de sucesión, asunto que puede ser angustioso y no tan fácil, a menos de que se sea un irresponsable modelo Peña Nieto, al que importó un pito eso (y todo).
Algunos buenos presidentes hemos tenido y es una lástima que el país no pueda aprovechar la experiencia y sabiduría que acumularon porque hasta la fecha la no reelección es dogma, precio que pagamos a cambio de estabilidad política y que nos ahorra los achuchones que provocan los que intentan eternizarse en La Silla. Bien pagado.
Aunque usted no lo crea, el Presidente que se va, no le encaja funcionarios al Presidente que llega. En serio. No lo hace y no hace falta: los de valía son llamados naturalmente y se insertan a la buena en el equipo del que va a llegar; y otros, habilidosos trapecistas, abandonan el equipo del que ya se larga y reptan hasta conseguir hueso.
Hay otros que no se trepan, son indispensables, imprescindibles (un ejemplo de otros tiempos: Fidel Velázquez, dueño de la entonces poderosa Confederación de Trabajadores de México, la CTM; viejo sabio e irreemplazable para mantener quietecitos a los trabajadores del país, su grey, que grey es rebaño).
El caso actual, el de doña Sheinbaum, es diferente en primer lugar porque su antecesor (el señor que NO vive en Palenque, se solicita información), no gobernó el país en su periodo, no, su proyecto era otro, él no ejerció la presidencia para servir al país, la usó para ser estatua.
Su propósito sin disimulos fue colocarse al lado de Hidalgo, Juárez y Madero, por eso su lema de la “cuarta transformación”, equiparando su gobierno (es un decir), con la Independencia, la Reforma y la Revolución. Y semejante propósito habla de medianía intelectual y mucha soberbia, altiva mediocridad enfermiza (narcisismo de camisa de fuerza).
El mayor temor de alguien que no tiene más remedio que entregar el poder pero se considera prócer, es que el siguiente gobierno plante su impronta, erradique su nombre, elimine todo rastro de sus decisiones, como casi siempre sucede en nuestra patria reinventada cada seis años.
Para evitarlo, el que estuvo de arrimado en Palacio, buscó y encontró a quien sí lo admirara y le fuera leal: Claudia Sheinbaum. Pero, reservón como mal toro, desconfiado como buen traidor, aparte, colocó a algunos de los suyos en posiciones políticas estratégicas y a otros, en puestos administrativamente productivos, porque hacer política cuesta (y él no tiene costumbre de gastar de su dinero, sabedor de que el erario es fuente inagotable de recursos para maquinaciones y trapicheos, que trapichear es usar medios ilícitos para conseguir un fin).
A la presidenta Sheinbaum no le pesa manifestar su admiración y lealtad a su antecesor. Es sincera. Así lo ve. Así piensa.
El asunto es lo otro: los que le colocó. Al frente del Congreso, en cada Cámara, dos, cada uno con sus propios intereses y enconos; y ya se pelearon; ya se exhibieron. La monolítica unidad de los legisladores cuatroteístas, ya se agrietó. Y no es cosa de que con un jalón de orejas se pongan serios, son intereses enormes y lealtades de miriñaque.
Aparte están los impresentables que puso en varios gobiernos estatales (no todos), y los que él nombró en el gabinete legal y ampliado, indefendibles al servicio de quien NO vive en Palenque y de sus carteras, porque ya se les hizo maña y no son pocos. Todos de lealtad por definir, todos empoderados por el Transformador de la patria. Por eso se sienten intocables y lo son (todavía). Además, el oriundo de Macuspana no le entregó el partido, ni loco, Morena se lo entregó a su hijo. ¡Caramba doña Claudia!
Muy interesante va a ser el largo tramo que queda de este gobierno. Hay testamentos imposibles de cumplir. Veremos pleitos a navaja y jalones de cobija que enseñen las vergüenzas del régimen.
Lo sabe la Presidenta, tonta no es. Por eso su insistencia en llamar a la unidad. Y está bien que llame. A ver qué pasa con la unidad (¡sálvese quien pueda!), cuando el gobierno yanqui se vaya contra funcionarios de alto nivel (muy alto), del gobierno anterior (¿y este?), por jugar con el crimen organizado a las escondidillas.