9 de febrero de 2025

La Feria: Boca cerrada

Sr. López


Tío Marcial, de los de Autlán de la Grana, era alto, garrudo, mal encarado y mudo… bueno, no mudo: no hablaba… bueno, sí, pero solo para saludar, dar las gracias -o la hora-, y poco más. Se fue a Durango desde chamaco. Se hizo rico. Nadie supo nunca a qué se dedicaba. Cuando iba a alguna celebración familiar, se sentaba, no movía un músculo de la cara y alguna vez (decían), se había reído (decían), pero lo habitual era que si alguien le quería hacer plática, él, impávido, lo hacía irse con su mirada de hielo. Este menda, por desconocida razón, le caía bien y una vez ya adolescente, le preguntó por qué eran tan callado; respondió: -Me molesta mentir -… ¡vaya!

Cualquier humano debidamente destetado y con la cabeza en su lugar (no todos), sabe que los gobiernos mienten, que los políticos, mienten; los obispos y el santo padre, también. Mentir para perjudicar a otro, da asco; mentir por gusto, risa.

Los gobernantes no solo mienten sino que en algunas circunstancias y coyunturas, tienen obligación de hacerlo.

Un ejemplo: cuando Hitler tenía media Europa invadida y de rodillas a Francia, junto con un pacto de no agresión con la URSS de Stalin y los EEUU reacios a intervenir, apenas pasada la aplastante derrota de los ejércitos británicos que obligó a su milagrosa evacuación desde Dunquerque (Operación Dínamo), Winston Churchill asumió como primer Ministro y sabiendo que era un desastre la organización militar de su país, que no tenían ni siquiera municiones con el mismo calibre que sus anticuadas armas, con una fuerza aérea de chisguete frente a la inmensamente superior Luftwaffe y sin dinero para equiparse ni pertrecharse, ante la inminente invasión de Alemania a su amada Gran Bretaña, hizo un discurso ante el Parlamento el 4 de junio de 1940 del que la BBC transmitió extractos por radio a todo el país. Le transcribo una parte:

“Llegaremos hasta el final, lucharemos en Francia, lucharemos en los mares y océanos, lucharemos con creciente confianza y creciente fuerza en el aire, defenderemos nuestra isla, cualquiera que sea el costo, lucharemos en las playas, lucharemos en las pistas de aterrizaje, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas, ¡nunca nos rendiremos!”

Lo dijo sabiendo que la población estaba muy desalentada, decepcionada, vencida. Lo dijo sabiendo que no tenía su país ninguna posibilidad de resistir la invasión nazi. Lo dijo y varios parlamentarios ahí presentes, lloraron y el laborista Josiah Wedgwood le escribió: “Mi querido Winston: Eso valió mil armas y los discursos de mil años”.

Lo dijo sabiendo que no decía la verdad. Lo dijo sabiendo que mentía. Y sí, mintió.

El resultado fue que renació la esperanza en su pueblo y la más aguerrida decisión de luchar y nunca rendirse; y que Hitler pospusiera la invasión para mejor ocasión, conformándose con bombardear Londres sin clemencia pero sin mandar a sus tropas, suponiendo que algo tenía el Churchill bajo la manga. Nada, no tenía nada.

Si alguien considera que esa inmensa mentira del Churchill es censurable, se le invita a pasar a la otra vida, entre espíritus puros (o comer mucho pescado, dicen que es bueno para el cerebro).

Todo esto viene a cuento del Trump y nuestra Presidenta. Se teclea esto sin saber qué hizo el sábado pasado el Manos Chicas de la Casa Blanca. Si puso o no puso los aranceles a México. Lo que sí sabe este junta palabras es que si Winston Churchill hubiera dicho que si Hitler invadía su patria, tenía plan A, plan B y plan C… los invade, muerto de la risa.

No puede nuestra Presidenta decir que le molesta mentir y que no miente. Miente. Lo sabe cualquier tenochca simplex nivel banqueta. Ojalá hubiera mentido cuando el 6 de noviembre pasado, dijo no que había motivo alguno de preocupación tras la victoria virtual de Donald Trump en las elecciones (si no mintió, preocúpese, porque sería la persona peor informada del planeta). Igual, ojalá sepa que miente cada vez que afirma que espera tener buena relación con el Trump (si no…se repite paréntesis anterior).

Imagínese a Churchill diciendo que Hitler no era cosa de preocuparse y que esperaba tener una buena relación con él. Imagínese.

Y si de imaginar se trata, imagínese un discurso en cadena nacional de nuestra Presidenta, diciendo:

“Llegaremos hasta el final, en la defensa de los derechos de México firmados en el tratado de libre comercio. Lucharemos en todas las instancias legales y en cualquier circunstancia. Lucharemos para aprovechar todos tratados de libre comercio que tenemos firmados. Lucharemos para reorientar nuestras exportaciones al resto del mundo, a cualquier precio. Lucharemos sin que nos importe el costo de anular el efecto de los aranceles, otorgando a nuestra industria exportadora, exenciones fiscales idénticas. ¡Nunca nos rendiremos!”

Usted dirá que eso no le importaría al fétido Mr. Clairol (81, rubio cenizo). Es cierto… pero a la industria exportadora de México sí le importaría saber que los aranceles que pagaran a los EEUU los descontarían de impuestos… le echarían trompetillas al Trump.

Ha dicho el Trump que nada puede evitar que nos imponga aranceles, también es cierto, pero él no puede impedir que nuestra Presidenta vuele a Pekín, a echarse un tecito con Xi Jinping, pues aunque hablaran del clima, en los EEUU saltarían todas las alarmas: el “nearshoring” de plantas productivas de China a México, sería su peor pesadilla: no pueden competir con la industria china, entre otras cosas, porque está tramposamente subvencionada.

¿Lo de China no se puede?… no, no se puede, pero sería amago. En los EEUU el Presidente no es todopoderoso, ni da órdenes a su Congreso, allá sí le paran el alto. Son inmensos los intereses que mantienen ese circo andando. Además, como acá vamos a estar tan mal, qué van a hacer si por culpa del Trump les llega un millón a cruzar su frontera… cada mes.

La otra opción era no coquetearle al Trump ni ufanarse de los planes A, B y C… prepararse bien y no decir ni pío, mantener la boca cerrada.

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