16 de abril de 2024

Estudiantes resilientes: Galimatías

Ernesto Gómez Pananá
El sistema educativo mexicano tiene varios momentos significativos. En 1905 Justo Sierra creó la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes; la constitución promulgada en 1917, en su artículo tercero, hablaba de la libertad de cátedra y para 1934 se reformaba para hablar ya rudimentariamente del modelo educativo mexicano. Para el año 1921, Álvaro Obregón nombró a José Vasconcelos primer titular de la recién creada Secretaría de Educación Pública.
Varias décadas después, en 1958, Miguel Alemán instruye la creación de los libros de texto gratuitos para el nivel primaria. Gradualmente, el país fue ampliando la cobertura de planteles y la educación primaria, preescolar y secundaria pasaron a ser obligatorias. Al inicio del siglo XXI, el sistema educativo nacional es precario ciertamente, pero está en todo el país, se conforma de infinidad de variantes, abierto, escolarizado, mixto, indígena, comunitario, técnico, especial, tecnológico, medio superior, básico, medio superior, normal, intercultural. Variantes para “todes les gustes”, modalidades infinitas.
Somos 125 millones de mexicanos y nuestro sistema educativo, con todo y sus grandes carencias, es también inmenso. Comparto algunas cifras:
En el país, hay poco menos de cinco millones de niños estudiando el preescolar; en primaria se reportan 14,137,862 y en secundaria 6,710,845 estudiantes.
En el nivel bachillerato la cifra es de 5,128,518 jóvenes inscritos. Treinta millones de personas estudiando en los tres niveles de educación obligatoria y atendidos en 250 mil escuelas y más de un millón y medio de docentes. Insisto. Un aparato colosal.
Como tantas otras variables en el planeta, a la educación se le atravesó de repente una pandemia, y el reto es regresar a clases inicialmente con seguridad. Frente a un aparato colosal, un desafío ídem.
La semana entrante inicia el ciclo escolar 2021-2022 y sus 200 días de clases apuntan a un escenario completamente inédito:
Las escuelas públicas -la enorme mayoría- enfrentarán las dificultades propias de un año y medio sin actividad: deterioradas -humedad, vidrios rotos, mobiliario robado-, con carencias operativas históricas -sin internet, sin piso firme, sin electricidad, sin baños-, con personal reacio a reiniciar actividades presenciales hasta no tener garantías a un nivel que ni Dios Padre.
Por su parte las familias, luego de año y medio de pandemia acumulan encierro algunas, muerte o enfermedad otras. Necesidad de aislamiento sanitario y necesidad económica de salir a trabajar. Por lo que toca a los niños, particularmente aquellos de clase media urbana, estos tuvieron que adaptarse a las clases en línea, a no poder ir al parque o a no ver a sus amigos más que en videollamada, a quedarse solos en casa, con la tía, la abuelita o la nana. Demasiada tensión acumulada.
La autoridad, entiéndase la secretaría de educación y el presidente, tienen enfrente la necesidad de resolver la ecuación porque un segundo ciclo con clases únicamente a distancia y con planteles cerrados es económica, política, histórica y operativamente insostenible. Se trata de construir un regreso a una normalidad adaptada. La pandemia no estaba en el plan y las respuestas a la misma tampoco pero una cosa si es clara: La escuela no será lo mismo porque no puede ni debe ser lo mismo aunque no sepamos cómo es que será lo que sigue.
Mientras tanto, los niños llevan año y medio aprendiendo otras cosas y padeciendo otras más. Padeciendo, sobreviviendo, adaptándose. Los niños de hoy recordarán este tiempo como nuestros bisabuelos recuerdan los tiempos de la Revolución o nuestros padres los de la Segunda Guerra Mundial. Un tiempo de transformación obligada en el que lo que era ya no volverá.
Oximoronas.
En unos días llegan 500 nuevos diputados a San Lázaro. Una nueva oportunidad para un diálogo inteligente y constructivo entre todas las fuerzas. La democracia es un camino y se articula desde el poder y desde la oposición.

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