Sr. López
Hay temporadas inolvidables, por malas, la de tío Nicolás rompió récords: empezó cuando en una borrachera compró un billete entero de la Lotería, ganó el Premio Gordo (250 millones de entonces, unos 25 de ahora)
y nunca lo encontró. En medio de esa tragedia, tía Lucha su esposa, le informó que se iba a cambiar de casa, él, porque su secretaria, de él, le había dado pelos y señales de las actividades extracurriculares que realizaba, con él, no relacionadas con tomar dictado, ella. Abur dinero, abur matrimonio
y su patrón al saber lo de la secretaria, hizo una propuesta comercial a la damita por el uso y disfrute exclusivo de sus encantos, que ella aceptó a condición del despido fulminante de tío Nicolás, así que: abur dinero, matrimonio, trabajo y novia. Luego, tía Lucha misteriosamente se volvió millonaria. Alguien dijo una vez que lo del tío era muy mala suerte y el abuelo Armando, que jamás habló por ventilar la garganta, atajó: -Todo se lo buscó él, por borracho, por infiel y por tarugo -sí, pero pobre tío.
Después de una vida aspirando a ser Presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador lo logró de manera indiscutible, con una votación nunca vista en este país (los aplastantes triunfos tricolores del pasado no cuentan, sea pudoroso).
Llegó al Poder Ejecutivo para descubrir que la omnipotencia presidencial que imaginaba no existe pues la omnipotencia presidencial depende de ordenar que salga el Sol a la hora que sale, que se meta a la hora que se mete, y de cabildear los asuntos y proyectos de su interés a través de sus operadores, con los políticos que representen algo, los empresarios que pinten, los líderes sociales de cuidado y a veces hasta con la jerarquía católica, sí señor; oyendo la opinión de sus secretarios, consultando privadamente a expertos en materias que no son de su dominio, de manera que al presentar una iniciativa o anunciar un proyecto, la cosa está planchada, como se dice en el argot de la alta grilla. Así es que se forjó la fama de omnipotencia de nuestros presidentes.
Al menos de unos 50 años a la fecha, han sido pocas, muy pocas, las decisiones presidenciales de importancia, impuestas por su sola autoridad, por los calzones del que porta la banda. Lo que es más, tal vez la única sea la de López Portillo al nacionalizar la banca, metida de pata posible por ser aún tiempos del priismo imperial; y el país pagó un precio casi impagable.
Sin embargo este nuestro actual Presidente es un hombre de ideas predeterminadas e inamovibles y una máquina de dar órdenes y definir asuntos al buen tun tun, a veces improvisadamente, al calor de sus propias palabras en sus conferencias de prensa madrugadoras, lo que mantiene a sus secretarios de Estado en permanente labor de parto difícil.
Eso lamentablemente unas veces no da resultados o los da malos, causando un inútil desgaste de su palabra y su gobierno; este Presidente ha hablado más que Jesucristo, Mahoma, Moisés y Brozo, juntos, y eso es un pasaporte al disparate. La mayoría de los presidentes del pasado, hablaban poco y hablaban teniendo amarrado desde antes el curso del asunto de que se tratara, por eso era importante prestarles atención: decían lo que sucedería, no lo que ya se vería si era posible.
Faltaría espacio para enlistar todo aquello que ha dicho el Presidente y no ha resultado cierto, posible, realista o conveniente; y también para mencionar aquellas acciones políticas de otros tras las cuales todos tenochca debidamente destetado, adivina la mano del señor (caso de estudio, el intento de prolongar su mandato del Gobernador de Baja California, el Bonillazo).
Otra cosa que es interesante respecto de quienes disfrutan la dicha inicua de colocar sus sacras nalgas en La Silla, es cómo pasan a la historia, pero no en textos nacionales, que pueden ser sobre pedido, sino en los escritos en otros países por autores extranjeros, de los que se puede suponer objetividad. Pocos de nuestros Presidentes consiguen una página completa (ninguno), la mayoría quedan en un párrafo, corto, pues se concretan los estudiosos a mencionar las intenciones declaradas, las promesas más recurrentes de su discurso político, contrastadas con las acciones emprendidas y sus resultados.
En el caso de nuestro Presidente en funciones, sin duda el combate a la corrupción, es el asunto más prominente, su compromiso sobre esto es tajante
pero es tal su mal fario, tanta su mala suerte, que sus programas de apoyo social y sus proyectos favoritos despiden un intenso hedor a podredumbre; varios de sus cercanos ya están en el trompo de los tacos al pastor, listos a ser cortados en tiritas en cuanto termine este gobierno, aunque él los pretenda defender y exonerar; y para acabarla de amolar, también algunos de sus familiares muy cercanos han sido exhibidos sin clemencia.
Para certificar su personal estilo de gobernar, ahora se metió en dimes y diretes con un país que tal vez le parezca chiquito, Panamá, pero por algo de Ruiz Cortines (1956) a Peña Nieto (2015), es el país más visitado por nuestros presidentes (16 veces); y aparte, Panamá ha doblado a varios presidentes de los Estados Unidos (Roosevelt, Eisenhower, Kennedy, Lyndon Johnson y Carter), y al menos una vez, en 1964, rompieron relaciones con los EUA. No son tontos de nadie
y tienen el Canal, por cierto, y más nos vale que no se pongan trompudos con México, porque despelotan nuestro comercio exterior.
Nuestro Presidente, va a tensar este desfiguro con Panamá todo lo que pueda y a la hora de echar reversa sin aceptarlo, soltará una frase bíblica o alguno de los dichos a que tan afecto es, sin atenuar los daños acumulados que le está haciendo a México, olvidando (porque no lo sabe), el consejo de don Quijote a Sancho Panza cuando se iba a gobernar la inexistente Ínsula Barataria (capítulo 43 de la segunda parte):
Mira Sancho, no te digo que parece mal un refrán traído a propósito, pero cargar y ensartar refranes a troche moche hace la plática desmayada y baja.