Sr. López
Si un extraterrestre recién llegado se entera de cómo están las cosas en nuestro transformado país, con regiones bajo el imperio de la delincuencia; municipios con autodefensas; políticos mitómanos (no todos, tampoco); larga fila de funcionarios pillos; desempleo; caída del PIB; fuga de capitales (este año, al 1 de noviembre van 267 mil millones de pesos -mdp-, el pasado, 257 mil mdp; rompiendo el récord del Efecto Tequila en 1995, que causó una fuga de 83.5 mil mdp
vamos bien); más de la mitad de la población en pobreza; multitudes con hambre (según Coneval el año pasado teníamos 28.6 millones con carencia alimentaria, un millón 100 mil más que en 2018
le digo, vamos bien); pilas de cadáveres por todas partes (a balazos, por el virus y por carencia de medicamentos); cerca de un millón de desplazados (al 2 de noviembre según Inegi); desaparecidos; trata de personas; corrupción en aumento
si se entera de todo el extraterrestre ése se regresa a su planeta al enterarse que pareciendo que estamos como estamos, rumbo al precipicio, nuestra prensa destaca noticias como que Checo Pérez saldrá cuarto en carrera sprint de Brasil, que María José Alcalá fue elegida presidenta del Comité Olímpico o que Silvano Aureoles tenía jacuzzi en su baño en la casa de gobierno de Morelia
¡Jesucristo-aplaca-tu-ira!
Algo debe explicar que parezca que no pasa nada, que parezcamos más flemáticos que un lord inglés, cuando con lógica de molusco, ya debería estar en llamas el país o cuando menos, sería moda hacer bardas con cráneos de políticos mendaces, funcionarios rateros o de capacidades diferentes. Y no. Nada pasa y a los fraudulentos administradores del erario, no se les espanta el sueño por el miedo a amanecer estacados en la plaza central de sus respectivos poblados. Nada. Silencio en la noche.
Pudiera ser que esta actitud pasiva del tenochca simplex, sea cosa de genética pues no me va usted a decir que imagina a los olmecas haciéndosela cansada al jefazo de la tribu porque quería que tallaran cabezas de piedra, del tamaño que las quería, sin saber para qué las quería; a los teotihuacanos en plantón en la calzada de Los Muertos hasta que les explicara su rey por qué tenían que abandonar la ciudad que les costó sangre construir; a los mayas creando una comisión de la verdad para aclarar los sacrificios de vírgenes en los cenotes; a los mexicas haciendo marchas de protesta por la adquisición de los peores terrenos del lago de Texcoco -les dijeron que unos que andaban por ahí, vieron una águila encima de un nopal comiendo culebra
¡y ya!, nadie chistó-, ni exigiendo cuentas de cuánto se gastaba Moctezuma en penachos o las razones que tuvo para recibir y hospedar a Cortés como los grandes amigos si ni lo conocía, el muy guango.
Y como la mayoría de los tenochcas contemporáneos salimos de la mezcla de esos pueblos con los españoles, somos como somos, porque los peninsulares andaban más o menos en las mismas, que creían que el rey se los ponía Dios, que la Inquisición salvaba gente del Infierno, que era de muy buena suerte ser pobre (por aquello de que un rico ni en cuete llegaba al Cielo), y jamás se les ocurrió echarle cuentas al rey de cuánto oro y plata le llegaba de América.
Así pudiera entenderse la plácida existencia que disfrutan tantos que todo lo que tienen es mal habido y continúan ejerciendo de políticos a la mala, líderes traidores, funcionarios torcidos o ladrones disfrazados de empresarios, sabedores de que muy pocos pagan las que se comen, casi siempre por pasarse de brutos o en estos tiempos, por casarse a lo grande; y otros aún menos, por la mala pata de que los gringos se fijen en ellos.
Por lo que sea, así estamos, así somos y no es novedad. Históricamente el tenochca aguanta pianos en el lomo. Desde siempre. Antes de la conquista los señores que dominaban por acá, eran feroces e insaciables, mataban por deporte y vivían entre lujos de hijo de líder obrero (nomás calcúlele: Moctezuma comía diario su filetito de pescado -¡fresco!- llevado por tameme correlón de Veracruz a Tenochtitlán
calcúlele el miedo que le tenían al patrón); en la colonia, millones de indios se dejaron gobernar por unas pocos miles de españoles (aunque la verdad fue por una razón práctica: por el gusto de deshacerse de sus reyes, porque comparando los modos de ellos con los de los españoles, estos eran unos blandengues
-¿Qué nos van a quemar las patas y marcar con fierros calientes en la cara?… ja ja ja -se carcajeaban, nomás acordándose que antes les sacaban el corazón a pelo). Luego, ya independientes, casi todo el siglo XIX, hubo un gran desorden -un masivo recreo, mate y mate-, hasta que llegó don Porfirio y puso a progresar el país a balazos, sin que la mayoritaria peonada ni tronara la boca, que así como la conquista corrió a cargo de los indios y la independencia fue por cuenta de los españoles, la revolución la iniciaron los hacendados, nomás para que ratifique la esquizofrenia patria.
Luego, 70 años de siglo XX nos los pasamos con el PRI, retobando pero muy a gusto (y sí, no pocos muy a gusto); luego 12 años de PAN, para acabar regresando al PRI. Y ahora, bajo el amoroso mando del señor alojado en Palacio, unas cosas están sustancialmente igual de mal y las demás peor, con la diferencia de que oficialmente estamos dando chance a nuestros nuevos redentores para que se acomoden y pongan remedio (que le apuren porque ya se les fue la mitad de su sexenio), aunque los escogimos porque ellos sabían cómo arreglar todo. Ajá
sí, claro.
Y como no pasa nada, a lo mejor es que disfrutamos la altivez de sabernos víctimas, lo que explicaría el éxito rotundo de Nosotros los pobres en el cine, del Chavo del 8 en la tele (quintaesencia del alma jodida, héroe sin qué comer, sin habilidad para nada y redomadamente feo; digo, los gringos se inventaron a Superman y el Llanero Solitario); poder cantar El Rey (con y sin dinero), y a ratos con Pedrito, llorosos y orgullosos
¡que viva mi desgracia!