Eduardo Grajales / GMx
Las trágicas escenas de violencia en un partido de futbol -una de tantas que engrosan los archivos de violencia en ese deporte- reflejan una debilidad manifiesta en nuestro sistema educativo mexicano: la ausencia de un trabajo profesional en la formación de las emociones, y la arquitectura psicológica de miles de estudiantes.
Allende a los factores que motivaron ese salvaje momento en el estadio Corregidora de Querétaro, como la venta de alcohol y la ineficiencia en los dispositivos de seguridad, es indudable que la causa originaria del problema es y ha sido la falta de control de las emociones, en este caso las de cientos de jóvenes que, bajo el influjo del alcohol y otras sustancias, causaron la muerte y lesiones graves a quien portara una camiseta del equipo contrario. Cosa más absurda.
Y es que recurrir a la agresión física que atenta contra la vida de otro ser humano por algo tan simple como no compartir una preferencia en un deporte no es más que el reflejo de la grave intolerancia en la que hemos caído como sociedad, y peor aún la normalización de la violencia y la apología de los delitos a la que ya nos hemos acostumbrado.
En ese sentido, surgen las interrogantes: ¿qué pasa con las emociones de estos jóvenes agresores?, ¿qué daño irreparable han sufrido en su ser para explotar tan bruscamente?, ¿qué traumas o dolores llevan consigo para que una simple razón tan inadmisible sea capaz de convertirlos en seres salvajes, primitivos, sin racionalidad alguna?
Aunque las respuestas las vamos a encontrar en los resquicios de familias divididas, en padres y madres ausentes, en el consumo de alcohol y otros argumentos que sin duda explicarían esos actos, es necesario reparar en el sistema educativo que, paradójicamente, tiene la responsabilidad de formar a seres humanos integrales, solidarios y con una vida basada en valores, según reza el tercero constitucional.
¿Qué hizo o dejó de hacer la escuela que crío y formó a esos otrora menores de edad?, ¿qué hicieron o dejaron de hacer los maestros de esta juventud que hoy se encuentran a punto de pisar un reclusorio de comprobarse su participación en esos actos que le han dado la vuelta al mundo?, ¿qué fallas o negligencias se suscitaron en esos salones de clase donde se formó a esta clase de jóvenes prácticamente deshumanizados?
No hay que ser un prestigiado académico para señalar que el sistema educativo está fallando, se encuentra trunco, acéfalo, pues carece de una estructura importante como lo es el desarrollo de la inteligencia emocional, que es visto todavía como una parte inactiva, inservible de la curricular escolar, y que se traduce en materias a las que cientos de estudiantes todavía no le encuentran la practicidad, como Filosofía, Ética y Civismo, materia catalogadas como de relleno, y que en boca incluso de algunos docentes en nada sirve para minimizar la magnitud de la violencia desencadenada gravemente en todo el país.
Lo que hoy vemos no son más que los residuos de un sistema educativo desvencijado, falto de una dimensión importante como es la educación en valores, de la cual existen protocolos docentes muy acabados y sobremanera interesantes, pero en los que poco o nada se ha capacitado a la estructura magisterial y a la autoridad educativa.
Mientras no contemos con un proyecto educativo que atienda las emociones desde la escuela, que las gestione y canalice correcta y profesionalmente, seguiremos siendo los espectadores pasivos de actos deshumanizadores como el que atestiguamos el fin de semana.
*Docente y articulista