Sr. López
No sé en su caso pero a este menda, siendo niño, en cuanto lo veían quieto le ordenaban que se pusiera a hacer algo porque iba a acabar pensando tonterías (y cuando estaba, digamos, activo, le gritaban ¡entra en paz!, cosas de la pedagogía del siglo pasado). Pero de adulto su texto servidor descubrió que era cierto: la ociosidad propicia delirios como imaginar a la mujer ideal con partes de las que ha tratado o conocido (bíblicamente, usted entiende eso mero, cuando hubo intercambio lúdico de secreciones corporales).
Seguramente por la acumulación de años en lomo, ahora su texto servidor imagina al Presidente ideal -ni modo, son cosas de la edad-, y fantasea que tal portento sería como una mezcla del Blue Demon y Octavio Paz; el Chente Fernández y Antonio Caso; el Chapulín Colorado y Porfirio Díaz; aunque la cosa se puede mejorar: nada más imagine usted que Diosito nos mandara un Presidente con la fortaleza y sagaz inteligencia de Calles, la caballerosidad de Ávila Camacho, la honestidad de Ruiz Cortines, la simpatía de López Mateos, la firmeza de Cárdenas, la cultura de López Portillo, el patriotismo de Iturbide y la entereza de Guadalupe Victoria nótese la ausencia de componentes tomados de Hidalgo, Juárez y ya sabe quién. Y no se lo tome en serio, recuerde, son cosas de la ociosidad.
Quien también parece sufrir los delirios resultantes del no hacer nada, es nuestro Presidente a ver, sin apasionarse, piense ¿qué hace después de cada mañanera?, ¿en qué ocupa su día?, ¿de veras usted lo concibe estudiando con cuidado documentos e informes, tomando notas y meditando?, ¿oyendo con atención a sus colaboradores, sumido en profundas reflexiones?.
No, lo suyo es el perpetuo activismo improductivo, la gira interminable; imaginar conjuras; inventarse enemigos; idear nuevos insultos y descalificaciones para rivales ficticios, opositores legítimos o todo lo que le parezca contradictorio; y dedica buena parte de su tiempo a encontrar en el pasado pretextos para el presente, preparando su propia apología y escapatoria a su inexorable futuro.
Sí, por eso lo suyo es ingeniárselas para crear gestas, causas nobilísimas y por lo mismo indiscutibles, imponiendo su talante conservador que responde con la fuerza policiaca a los reclamos femeninos, propone una Cartilla Moral y lo alió con el muy cristiano y evangélico Partido Encuentro Social, enemigo declarado y dogmático del socialismo al que dicen pertenecer el Presidente y su movimiento.
Un Presidente que se dice de avanzada, anclado en el liberalismo de museo del siglo XIX y en el extremo más audaz, en el centralismo autocrático del poder presidencial cardenista de hace 85 años; impulsor de la transformación nacional promoviendo el consumo de carbón y un ferrocarril a diesel como alarde de modernidad,
Un Presidente cuya prédica de izquierda y su visión de la economía se fundan en los conocimientos obtenidos con sus estudios de la carrera de Ciencias Políticas de hace 48 años (1973), con promedio de 7.54 y reprobando una de cada cinco materias (7 de 35 asignaturas).
Un Presidente que impone con su mayoría de diputados federales, programas y proyectos nacidos de sus más íntimas convicciones devenidas en caprichos arbitrarios, cuesten lo que cuesten, sean o no viables técnica y financieramente, legales o ilícitos; lleven o no al país a otra crisis que estallará en plena transición presidencial, sino es que antes (no salen las cuentas, de plano no salen y la anemia de inversiones y estampida de capitales son cada vez más inocultables).
Y nada conmueve ni hace dudar a este Presidente, convencido de la capacidad milagrosa de su palabra, sin ver que de aprendiz de taumaturgo quedó en nigromante, oficiante improvisado de magia negra incapaz de encantamientos que alteren o contengan la necia realidad que tanto lo ofende pues cree sinceramente en que la palabra presidencial en México obra prodigios o al menos es definitiva. Roma locuta, causa est finita, sentenciaban antes los sumos pontífices: Roma habló, caso cerrado decían y se plegaban reyes y emperadores ¿sería mucho pedir?.
Y este viernes pasado estrenamos puntada. El Presidente anunció su intención de constituir una empresa militar para administrar proyectos de infraestructura estratégicos, porque no confía en la administración de civiles. Se refirió concretamente al Tren Maya, a los aeropuertos de Palenque, Chetumal, Tulum, el de Santa Lucía que construye el ejército, y al corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec, que incluye un complejo de parques industriales, ramales y los puertos de Coatzacoalcos y Salina Cruz. Explicó:
Si estos bienes se los dejamos a Fonatur o a la Secretaría de Comunicaciones no aguantan ni la primera embestida (aludiendo con su legendaria delicadeza en el hablar a posibles actos de corrupción futura
¡es que está en todo!).
La fe del Presidente en nuestras fuerzas armadas es conmovedora. Confía tanto en ellas que ya les encomendó antes la operación de aduanas, el combate al huachicol, participación en brigadas anticovid, distribución de vacunas, la construcción de las sucursales del Banco del Bienestar y al frente de la antigua Dirección General de Aeronáutica Civil, hoy Agencia Federal de Aviación Civil, puso a un General en retiro. Y aparte quedan las funciones que le son propias al ejército y marina armada.
Habrá, nunca falta, el necio fifí oposicionista por sistema, que diga que ya ni la friega, que esto es terminar de militarizar al país. Calma, no se esponje, primero entérese; el Presidente aclaró:
Esto nos va a garantizar que no se privaticen estas obras, nos garantiza también buena administración y nos garantiza seguridad en todo lo que es el sureste, el istmo y el sureste, tanto con Marina como con la Sedena. Tan simple y a nadie se le ocurrió antes.
Que alguien le explique que el próximo Presidente será como él, Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas y le bastará con dar la orden para que den media vuelta. Nada es tan fácil.