28 de noviembre de 2024

‘Serenidad y paciencia’: La Feria

SR. LÓPEZ

Tío Neto era alto, desgarbado y flaco como palo de escoba, buena persona; de alguna manera que no tenía nada que ver con las 47 casas que heredó, consiguió casarse con la abrumadoramente hermosa tía Lina (así se llamaba; el impresentable primo Pepe le decía tía Mesalina). El tío ocupaba el tiempo en administrar sus propiedades (no hacía nada), ella, en distraerse y lo hacía tan bien que tío Neto tenía fama de portar una cornamenta envidia del más gallardo reno de la tundra (‘rangifer tarandus’, astas de 1.50 a 2.50 metros), pero él era impermeable a indicios y rumores. Sin embargo, un día reventó la noticia: la había dejado por haberla encontrado en la sala de su casa atendiendo a un desconocido (del tío), de manera exagerada hasta en la mejor anfitriona. Poco después, en la sobremesa de una comida familiar, la siempre imprudente tía Beatriz aludió al incidente y él susurró: -Muy triste, nunca lo hubiera pensado –y eso bastó para que se perdieran las formas y varios (todos), le espetaran que todo Toluca hablaba de ella, que le llegaba a deshoras y se exhibía en público, pero él se defendió: -No es correcto prestar oídos a los chismes, así no hay matrimonio que dure –bueno… sí.

“No me gusta la censura, no me gusta que a nadie lo censuren y le quiten el derecho de transmitir un mensaje en Twitter o en Facebook, no estoy de acuerdo con eso, no acepto eso. Tenemos que auto limitarnos todos y garantizar la libertad (…)”; comentó el jueves pasado el Presidente sobre el bloqueo a las cuentas del Trump con motivo de su incitación a romper el orden constitucional de su país.

Defender la libertad de expresión está muy bien. Oponerse a la censura, también, si censura es la limitación o supresión de la libertad de expresión. Otro tema es si puede o debe haber límites a la libertad de expresión y otro más, cuándo la censura es necesaria y hasta obligatoria. Otro día.

Como sea, en el portal ‘Presidencia de la Nación’, el 5 noviembre de 2019, se consigna el criterio del Presidente sobre su relación con los medios de comunicación y el uso que hace de las redes sociales: “Tengo facultades y la responsabilidad de informar al pueblo y decir la verdad (…)  es saludable que existan puntos de vista distintos entre los medios de comunicación (…) Yo nunca les voy a faltar al respeto, nunca, y lo más importante, nunca va a haber censura (…) todos actuemos bien y no nos extralimitemos; los mismos ciudadanos en las redes sociales (sic)”.

Suena bien: verdad, pluralidad de puntos de vista, respeto. Por eso es tan interesante comparar los dichos con los hechos solo en lo del ‘respeto’.

El Presidente al hablar de la prensa, suelta con soltura algunas lindezas como: hampa del periodismo, prensa fifí, conservadores, chayoteros, maiceados, fantoches, sabelotodos, hipócritas, doble cara, amarillistas, corruptos, alarmistas, calumniosos. Ya quedamos, respeto.

El Ejecutivo también ha mostrado lo que entiende por respeto al referirse por su nombre a personas y medios de comunicación:

Carmen Aristegui, ‘mirona profesional’; Jesús Silva-Herzog Márquez, ‘articulista de la mafia del poder’; José Cárdenas, ‘calumniador’; Ricardo Alemán. ‘ponzoñoso’; Carlos Loret: ‘miente como respira’; Olegario Vázquez Raña y su hijo Olegario Vázquez Aldir, de Excélsior, ‘encarnación de la corrupción’; Enrique Krauze: ‘profundamente conservador y que simula, con apariencia de liberal’; Francisco Martín Moreno, ‘mal escritor dedicado a explotar la ignorancia y el conservadurismo de la sociedad’; diario Reforma (ver dos párrafos arriba); Excélsior, ‘inmundo pasquín’; Wall Street Journal, New York Times, Washington Post y El País, ‘sin ética, mienten, calumnian’. ¿Así o más respeto?

Ante las críticas que se le hacen, este Presidente tiene todo el derecho del mundo a defender sus puntos de vista y actos de gobierno, eso es una verdad como un templo, pero sería deseable que fuera responsable del peso que tiene la palabra presidencial, no es lo mismo una mentada de madre de taxista, que del Santo Padre.

El Jefe de Estado de cualquier país tiene obligación de mesurar sus dichos no solo por su impacto social sino porque pueden inducir a la violencia de los exaltados que nunca faltan, para ni mencionar la dignidad y decoro que supuestamente les impone el cargo, pues otro de los peligros del estilo presidencial locuaz, es que pone en riesgo al que así la ejerce, de pasar a parlanchín y hasta quedar en charlatán.

En México tal vez parezca difícil ponderar qué tan equivocado está uno u otro bando. Veamos qué opinan desde fuera:

José Miguel Vivanco, director de la División Américas de Human Rights Watch: “Se ha transformado en una práctica habitual del Presidente de México intentar desprestigiar a los medios de comunicación independientes (…) es lamentable que el Presidente recurra de manera constante a la descalificación (…) da la impresión que hace más difícil la gobernanza democrática en México”.

El Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas ha pedido a líderes políticos abstenerse de denigrar, intimidar o amenazar a medios de comunicación y periodistas pues esos ataques no son sólo retóricos, sino que exponen a los periodistas a riesgos más grandes.

Según los relatores especiales para la Libertad de Expresión de la ONU y de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, las campañas de desacreditación son una de las formas de violencia institucional ejercidas por funcionarios públicos.

Christopher Barnes, presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa, que representa a mil 300 medios: “(…) el sesgo autoritario, ideológico y despectivo con el que López Obrador ataca a los medios (…) en un país con altos índices de violencia, la actitud presidencial es como arrojar gasolina al fuego”.

El Presidente no va a cambiar. La realidad, menos. Si el Presidente más poderoso del mundo, Trump, acabó como acabó, sería muy recomendable que alguien le regale las obras completas de Kalimán, para que se aplique lo de ‘serenidad y paciencia’.

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