Sr. López / GMx
En casa de unos tíos -de los de Toluca-, se notaba siempre un ambiente pesado, como de sala de espera de proctólogo. Él, tío Lute (Eleuterio), no confiaba en su esposa, la tía Tina (Ernestina), porque era celoso de enchilar a Otelo (y no había motivo, porque ella era un cetáceo con carácter de granadero y la gracia de un bulldog). Ella no confiaba en él porque era peor que el Juan Tenorio (y sí era), pero es que había que imaginársela en la intimidad conyugal, de cara “encremada”, tubos, camisón de franela, pantuflas de peluche y calcetas de los Diablos Rojos (su menda, chiquillo, la vio así… hizo fama de niño chillón). Aparte, ellos no confiaban en su hija (y era bien portada), ni en sus dos hijos (estudiosos y serios) y los trataban como presuntos de la FGR. Los tres hijos les correspondían con silencios ominosos y miradas raras. Era mucho más agradable ir a un funeral que visitarlos.
Me acordé de esto pensando en algo de nosotros los tenochcas de lo que poco hablamos: desconfiamos hasta de nuestra sombra… y por buenas razones.
Sin meternos en vericuetos de psiquiatría de muchedumbres o desórdenes colectivos de conducta, dejando de lado las primeras decepciones de la vida (lo de los Santos Reyes y el Santa Claus, debería estar tipificado en el Código Penal), por lo que sea pero desconfiamos, desconfiamos siempre.
Aquí a su texto servidor no deja de asombrarle la ingenuidad, que considera rayana en la tontería, que se observa en otros países en los que el común de las personas admite íntegra la publicidad y se creen que hay ‘shampoo’ que saca pelo, hamburguesas que hacen feliz, métodos para ser rico, maquillajes que embellecen, zapatos que enderezan la columna, fajas que lo bajan de peso y ropa que no se plancha. Y no agotan en eso su credibilidad (que para nosotros los del peladaje es estúpida), sino que confían en un policía de crucero como si fuera el santo Papa, pagan sus impuestos completos sin concebir que se pueda malgastar un quinto y creen a pie juntillas en lo que les informan sus gobernantes (lo que sea que les digan, aunque signifique odiar a los de alguna religión, tragarse el cuento de que un país les vendió a precio de ganga la mitad de su territorio o declarar la guerra a unos como chinitos que viven al otro lado del mundo y resulta que son un peligro para su “way of life” y la democracia del planeta).
En México (oootra vez hará este junta palabras un esbozo a brochazos de nuestro devenir histórico), las cosas no son así, no pueden ser:
La desconfianza empezó en el altiplano cuando a los ribereños del lago de Texcoco les contaron unos zarrapastrosos recién llegados, que Dios les había indicado mediante un águila merendando serpiente sobre un nopal, que les tocaba vivir ahí, “nomás en un cachito, no queremos molestar” y ya instalados en poco tiempo sometieron a macanazos a sus anfitriones (por andarles creyendo), los explotaron a lo bestia y les sacaban el corazón sin anestesia, hasta cuajar como “imperio” azteca.
Luego llegaron soldados españoles y les dijeron que se iban a establecer sólo en tierras deshabitadas o en desgobierno; naturalmente no les creyeron, porque con ese cuento llegaron ellos, pero a arcabuzazo limpio y con ayuda de sus enemigos locales, se les impusieron y les pelaron todo (excepto las tierras comunales, que son sagradas, aunque viera usted qué raro, eran taaan chiquititas); atrasito llegaron los frailes que les dijeron que venían de parte de Dios a enseñarles el camino al cielo y la tenochcada -que estaba muy mosqueada por los modos de los sacerdotes cardiólogos de los aztecas-, les dijo que sí, que cómo no, que a todo dar, pero la verdad siguieron venerando a los dioses de su mitología y a la fecha practican una religión sincrética en apariencia, porque ellos van a ver a Tonantzin, diciéndole Guadalupe para llevar la fiesta en paz.
Luego nos independizaron los mismos españoles y ya libres todo siguió igual o peor, pues tocó poner los muertos en la Guerra de Reforma, la Revolución y la Cristiada, entendiendo toda la raza que ningún beneficio directo había en que triunfaran liberales sobre conservadores, carrancistas sobre huertistas, callistas sobre los curas: usted mátese ahora y ¡ya verá que a todo dar!
Así, de patada histórica en patada histórica, no es de extrañarse que no haya un obrero que le crea nada a su líder sindical, un burócrata que se trague el rollo del jefe, ni quien desfile entusiasmado el 1º de mayo, y tampoco -recientemente-, mamás que manden solos a sus hijos al catecismo (ahora los acompañan y les ponen calzón triple, por si, por si).
En nuestra vida cotidiana pensamos que suscribirse a una revista es ser idiota, porque el cartero se la roba; el que compra garrafones de agua la bebe pensando que es “jugo de llave”; del “redondeo” pensamos todos -los que dan y los que no dan- que es negocio fiscal del dueño de la farmacia, el súper o el banco; sabemos que la leche nos la adelgazan con agua; cargamos gasolina seguros de que nos venden litros rabones; en los bares pedimos por botella porque al copeo dan “pirata”; sabemos que los tacos son de perro; que algunas teiboleras son hombres; que la única señorita mexicana era Mexicana de Aviación (y ya ni esa); y de ninguna manera nos interesa el informe presidencial porque nos dicen “puras” mentiras.
Vivimos entre desconfianzas y certezas raras: no confiamos en los policías ni ellos en nosotros; los médicos son rateros y los abogados chuecos; los veladores duermen y los contadores se clavan los impuestos. ¿Cómo funciona un país así?… no se sabe, pero los gringos en lugar de mandar a México un equipo de psicólogos, prefirieron mandar un carrito a pasear en Marte, calcule usted.
Hoy con lo de la Guardia Nacional, nuestra Cámara de Diputados hace de comparsa del Presidente para violar la Constitución y luego lo harán la de Senadores y los congresos estatales. No pasa nada. Ni nos importa ni les creemos que es por nuestro bien, es nada más otra vuelta de tuerca.