Sr. López
Tío Lupe (de los de Autlán), divorciado de larga data, tuvo la ocurrencia de volverse a casar a los 59 de edad. A tal efecto escogió a una viuda de 40 y nada malos bigotes (por ser discreto, siendo imposible describirla sin una vulgaridad muy precisa que termina en nísima). Antes del segundo aniversario de la boda, tío Lupe anunció su divorcio igual que se confiesa una cirugía de hemorroides: con vergüenza. Este menda, bajo la mesa del comedor de la abuela Elena, escuchó la explicación de tío Lupe: -Acepté que se llevara a la casa a la sirvienta que tenía desde que estaba casada con el muerto (así le decía él) -pero esa decisión aparentemente sin consecuencias, lo llevó poco a poco a sentirse visita en su propia casa: todo hacía la sirvienta como le gustaba al señor (refiriéndose al difunto) y aparte lo trataba como si él lo hubiera despachado al otro mundo, cuando fue un infarto más masivo que un mitin del PRI de antes. Además, tío Lupe comía poco picante y le cocinaban como si el fallecido hubiera tragado lumbre. Llegaron las cosas a tal punto que tío Lupe planteó una disyuntiva que consideró de obvia resolución: -La sirvienta o yo-
-ya saben la respuesta.
La constante referencia del Presidente al gobierno anterior y al anterior del anterior, no le disminuye bonos ante el entusiasmado sector nacional que lo adora. Se sorprenden los comentaristas de noticias por el índice de popularidad que reportan las encuestas. Bueno, ha de ser, pero eso no quita que al mismo tiempo, a otra porción del mismo peladaje al que pertenecemos los gallardos tenochcas de nivel banqueta, ya nos molesta que todo sea culpa de los que se fueron hace tres años y medio o hace nueve años y medio. A este paso el gobierno va a acabar culpando de sus desatinos a nuestro padre Adán (mejor a Eva, ella fue la que se puso a platicar con la serpiente).
Sin embargo, es cosa bien sabida que la popularidad política no es contagiosa. El actual Presidente por lo que sea, es muy popular (ni tanto, más o menos igual que algunos de sus antecesores a estas alturas del sexenio), pero aunque fuera más popular que los tacos al pastor, no estará en la boleta electoral del 2024. Si él volviera a ser candidato, ganaría (no se enoje y no lo dude), pero en política el pospretérito no existe.
Pero como van las cosas, todo apunta a que Morena y sus partidos rémora, pondrán una candidata que será la doñita Sheinbaum, con lo que el Presidente ratificaría su pertinacia disfrazada de solidez de convicciones
pero tendrá que enfrentar al México machista, más la falta de carisma de la señora que con su arrebatadora presencia, es capaz de aplacar la noche más loca de carnaval en Veracruz, sin olvidar los mal resueltos asuntos del colapso del colegio Rébsamen y un tramo de la Línea 12 del Metro (los muertos no votan, cierto, pero ¡ah, cómo roban votos!).
Por el contrario, si pone a cualquiera otra de sus corcholatas, lo más probable es que Morena se alce con el triunfo en las elecciones presidenciales del 2024. No se puede hacer como que no sabe uno de lo que es capaz el Presidente, que ganó su elección contra toda esperanza
y ahora tiene todo el aparato de gobierno (y el erario), para empujar a su candidato (y en una de esas, trepa a La Silla hasta a la doñita).
Ya luego el que ahora reside en Palacio Nacional, se va a enterar qué feo se siente cuando el nuevo Presidente (o Presidenta) olvida al que lo ayudó a montarse: no ha nacido el que empeñe su gobierno en la defensa del que se fue. No lo perseguirá, eso no, pero no le atajará la lumbre.
El verdadero peligro para esta administración no son sus pifias ni los casos de corrupción que serán destapados, pues esos tendrán, cada uno, nombre y apellidos del o los responsables, que ahora sí podrá llamar traidores el actual Presidente que ya en su calidad de ex, pedirá que sean enjuiciados, con justa razón (supone uno).
No, el verdadero peligro viene del norte, de arriba del Río Bravo. Los EUA no se caracterizan por su mala memoria y están tomando nota de los pisotones de callos que le pone nuestro gobierno al suyo, nuestro Presidente al de ellos junto con el peligro actual o potencial que le significa a su país nuestra delincuencia organizada.
Pasó casi desapercibido que (el jueves pasado), la agencia Reuters, consignó que un congresista estadounidense un tal Jonh Smith, así, Jonh-, pidió declarar a México un narcoestado y solicitó enjuiciar en una corte internacional al Presidente. Por supuesto puede ser un patinazo de la Reuters o hasta una nota falsa pero no lo son las explosivas y muy publicadas declaraciones de John Kerry, quien en septiembre de 2017, siendo jefe de Gabinete de los EUA, dijo que México estaba al borde del colapso y lo calificó de narcoestado fallido, aunque se pueden diluir esas declaraciones por el intenso tufo que tenían de intromisión en las próximas elecciones presidenciales de México, pues don Kerry compró aquello del peligro para México, refiriéndose a ya sabe quién.
Si buscamos una declaración sólida de que nuestro país es o ha sido un narcoestado, ahí está lo que dijo el Presidente el 11 de agosto de 2020: (
) en México hubo un narcoestado, porque estaba tomado el gobierno; refiriéndose a las acusaciones del gobierno de los EUA contra Genaro García Luna, exsecretario de Seguridad Pública, Luis Cárdenas Palomino, extitular de la Agencia Federal de Investigación; y Ramón Pequeño García, jefe de la División Antidrogas de la Policía Federal, los tres del periodo de Felipe Calderón.
¡Áchis!, si ese es el criterio se arriesga nuestro Presidente a que le apliquen la misma receta a su gobierno en caso de que dentro de unos pocos años, los EUA acusen a alguien de su gabinete. No. México no ha sido un narcoestado, ni lo es
lo que sí es, es un gobierno que regala amnistías, que saluda a personas cercanas a destacados narcos, que dice cuidar a los delincuentes
y eso
no mejor no, que así vamos a acabar pidiendo perdón a los que se fueron.