SR. LÓPEZ
Se supone que la sociedad contemporánea es líquida, sin convicciones ni principios aceptados por todos, inestable, cambiante, dominada por el consumismo y la inmediatez, con acontecimientos que cotidianamente y a toda velocidad, cambian el criterio que norma todo; sociedad que fomenta el individualismo, el egoísmo.
Lejos de este menda tundirlo con la descripción de las diferencias entre sociedad líquida y sólida, pues aquellos a los que interesan temas tan trepidantes como la influencia del acento prosódico en la caída del Imperio Romano de Occidente, ya se han leído por su cuenta a Zygmunt Bauman bueno, no se le recomienda, queda advertido.
Los trabajos de sociólogos y pensadores misceláneos sobre las características y fenómenos que se presentan en la actual sociedad occidental y aún en la globalizada, no suelen acomodar a la realidad de México por varias razones, la primera, que el tenochca estándar no anda comprando libros para espantarse el sueño y la segunda, que no compra libros, punto; para formar nuestro intelecto y formar criterio tenemos los resúmenes de noticias de la televisión y el TV y Novelas, que trae fotos muy buenas.
No son ganas de molestar a nadie pero así somos: el integrante común de eso que llamamos sociedad mexicana, no se arruina la digestión discutiendo con nadie las diferencias entre la metafísica de Aristóteles y la fenomenología de Martin Heidegger, pues ya en plan de eructar ácido, nos es mucho más interesante el pavoroso caso del Cruz Azul o el despido del Piojo Miguel Herrera del América.
Sin ganas de perder a su amable lector (en humilde singular), sostiene López que nuestra sociedad es invertebrada y que el verdadero milagro mexicano no es el crecimiento promedio de nuestra economía del 6.7% anual de los tiempos del desarrollo estabilizador (1940-1970), sino el haber consolidado un país sin ciudadanos, entendiendo por eso a las personas que cumplen con sus obligaciones cívicas sabedoras que eso redunda en el bien común, lo que es la concreción auténtica del espíritu patrio, no patriotero. En México el lema parece ser cada quien para su santo.
Lo que hoy es nuestro país, antes de la llegada de los españoles, no era un imperio ni nada parecido a ello, eran tribus, unas más numerosas que otras y todas a la greña entre ellas. Luego, en la época que fuimos Nueva España, no se cohesionó una sociedad homogénea ni por el intensivo mestizaje que en buena hora sucedió, pues era una sociedad dividida entre peninsulares, criollos, mestizos, indios y negros, que formaron numerosas castas todas recelosas entre ellas y con cada quien averiguándoselas para vivir día a día.
Tan en tiempos de la colonia esto no cuajó en una nacionalidad con intereses y aspiraciones comunes que ni siquiera en la veneración a la Virgen hubo acuerdo: los peninsulares, criollos y hasta algunos mestizos tenían a la Virgen de los Remedios cuya basílica está en Naucalpan, y el resto, en especial los indios, le rezaban a la de Guadalupe (cuya milagrosa aparición negaron entre otros varios hombres de iglesia, fray Servando Teresa de Mier, y también el primer obispo, Fray Juan de Zumárraga, quien escribió en 1547 en su Regla cristiana: Ya no quiere el Redentor del Mundo que se hagan milagros, porque no son menester ( ), y eso que según la tradición frente a él, en 1531, Juan Diego desplegó a tilma, cayeron las rosas y apareció la imagen); como sea, ni en eso tenemos acuerdo.
Ya independientes y habiendo conservado la mitad del territorio, se logró a mandobles y arcabuzazos que no se dividiera en varios países y a tiro limpio hacerlo república federal laica contra nuestra natural vocación al centralismo y la religión católica, que sigue siendo uno sino el único factor común a todo orgulloso tenochca simplex a nuestro modo.
Fue con Porfirio Díaz que esto empezó a parecer país. Con todos los defectos de su largo gobierno, logró que el mundo volteara a ver a México; por eso su empeño en celebrar a lo grande el primer centenario de la Independencia; delegaciones de medio planeta vinieron y se quedaron con la boca abierta: ¡vaya país!, porque eso sí, es un gran país y más prodigioso resulta ser así como es, sin una ciudadanía sólidamente cohesionada ni con valores verdaderamente comunes entre todos: poco se parece un norteño a uno del bajío o del sureste, ni en costumbres ni en actitudes ante la vida.
Así las cosas es que llama tanto la atención el proyecto del actual gobierno federal. El propósito de cambiar por completo al país (transformarlo), presupone que antes era de una manera cuando siempre ha sido la suma de diversas maneras de ver las cosas de parte de grupos de relativo poder, sobre la voluntad individualista de la mayoría que va a su aire. Entre otros factores, el PRI consiguió gobernar 70 años al país por ser una figura vacía, un partido que igual iba a la izquierda con Cárdenas, que al conservadurismo con Ávila Camacho, a la derecha con Alemán y de regreso a una locuaz izquierda con Echeverría; el PRI igual se ponía trompudo con el tío Sam que lo llamaba buen vecino.
Más sorprende el proyecto que ahora se pregona, porque es la hora que no se nos dice qué es ni a dónde va, pues si lo central es luchar contra la corrupción, eso vale para cualquier régimen; y en lo demás da excusas en vez de resultados con poco escrúpulo, a menos que crean lo que se oyen decir.
En junio de este año hay elecciones. Llegaremos a ellas con la economía en girones, cerca de 170 mil muertos oficiales por la pandemia y la inseguridad rampante. Por como somos no es de esperarse un cambio de rumbo, eso será hasta el 2024, cuando ya vaya de salida el señor de Palacio.
Lo malo de la verdad es que es verdadera. Lo malo de este sexenio es que es mentira. Se llama transformación al proyecto personal del Presidente que pretende escriturarse el país y no hay en nuestra historia nadie que haya podido hacerlo; don Porfirio creyó que sí y ya ve: le explotó la realidad bajo los bigotes.