Sr. López
La santa ancianita y perpetua señorita, tía Tita (no es diminutivo, así se llamaba), vivía en la casa en que nació, allá en Toluca -un refrigerador construido por su bisabuelo-, que reparaba interminablemente, sin conseguir nunca dejarla bien. Así, una vez pidió a tío Armando, un buen arquitecto, que se la arreglara de todo a todo y mientras, ella se iba a México, a casa de la abuela Virgen, mamá del tío. Puso manos a la obra tío Armando: demolió la casa, ni los cimientos dejó. Sin cobrarle un peso, le hizo otra muy bonita -calientita-, pero la santa viejita decía tristísima que no se “hallaba”. ¡Dioses!
Da pereza (usted ponga el término que sabe, empieza con ‘h’, pronunciada como ‘g’, como en g-ü-e… eso), es de pereza repetir el lugar común: México está en problemas… está.
Parece mentira que después de poquito más de dos siglos de ser país independiente, no tengamos un proyecto de país, uno.
Es imposible hacer bien un edificio si se cambian los planos según ande de humor el constructor, hoy será un edificio de departamentos, mañana de oficinas, después templo, luego mercado, hotel, centro comercial… de eso resulta necesariamente un adefesio. México es un adefesio amorfo, extravagante, por decirlo suavecito.
Aparte de nuestra inveterada falta de vertebración ciudadanía-gobierno, porque en nuestra risueña patria cada quien va por su lado, aparte, los gobiernos nacionales imaginan un país, legislan conforme a lo que imaginan y luego se sorprenden de que la realidad no responda a sus fantasías. Y al decir ‘legislan’, debe entenderse en el caso mexicano, borronear, tachar, garrapatear y cambiar la Constitución al gusto de cada ocupante de La Silla… y esa, la Constitución es el proyecto de un país, de cualquier país (no en México).
Desde el principio esto ha sido de esquizofrenia. Ya está dicho que para abrir boca, la conquista la hicieron los indios y la independencia los españoles; que ya siendo país (a palos), un grupo muy pequeñito de masones yorkinos, se hizo con el poder y diseñó un México que solo existía en su imaginación: una república federal laica, con una Constitución ajustada a su propia fantasía, en nada coincidente con la realidad mexicana, un país naturalmente centralista, católico en el que no es raro que todavía se le llame provincias a los estados. Luego, después de la guerra civil, el pleito de generalotes y bandoleros que llaman revolución, surgió un régimen que sostuvo esa fantasía pero gobernando como realmente era el país; una sola autoridad central, gobernadores sujetos a ella y nula separación de poderes, nula, cero, nada.
No es raro que se formen países a palos, tampoco que se constituyan por avenencia de los grupos que representan a la mayoría de la población; pero en cualquier caso, las naciones funcionales se organizan con leyes conformes a la real naturaleza de los que constituyen la mayoría de sus habitantes.
Lo que no resulta bien nunca, es que una minoría haga un país artificial, imaginado y organizado con leyes ajenas a su población.
Un ejemplo: Alemania es un país construido a palos por Otto von Bismarck en 1871 (50 años después que México), y créalo, no fue nada fácil; pero funcionó y funciona porque se organizó con leyes conforme a la cultura de los numerosos principados y estados germanos, respetando sus economías y su política interna; nada fue artificial y se organizaron con un gobierno parlamentario (semi), centralizado, con una fuerte autoridad (muy a la alemana, usted sabe).
El resultado alemán fue el fortalecimiento de su cultura, de la identidad nacional, el respeto irrestricto a su historia y tradiciones, junto con la protección sin condiciones a la propiedad privada que impulsó su inusitada industrialización. Lo demás ya lo sabemos: sí se metieron en dos guerras mundiales que perdieron, pero una vez entendido que la cosa no era a balazos, renacieron de sus cenizas, son la primera de economía Europa, la tercera del mundo y se ganaron el indiscutible el respeto global (después de los horrores nazis, se dice fácil).
No se le olvide, es un país 50 años más joven que nosotros (para que duela).
En México hemos tenido tres periodos en los que pareció que entrábamos ¡por fin!, a la andadera senda del orden y el progreso.
El primero con Porfirio Díaz (a palos). El segundo, también a palos, con el primer priismo (de 1929 a 1970), cuando el mundo habló del milagro mexicano.
Pero volvimos a las andadas con el socialismo rascuache de Luis Echeverría y regresamos a los continuos cambios sexenales de proyecto nacional, hasta que llegó nuestro tercer periodo de progreso real con Salinas de Gortari que vio con claridad la inminente globalización comercial y sin balazos ni tirar sangre, apoyado por el imperio yanqui, metió al país en acuerdos comerciales blindados con valor jurídico internacional gracias a los que México es la segunda economía de América Latina y la doce del mundo.
Progreso real: México es el principal socio comercial de los EEUU y eso es una enormidad, y hay 14.6 millones de empleos en México, gracias al TLC-T-MEC.
Pero, ¿qué cree?…. ¡volvimos a las andadas!, y desde diciembre de 2018, llegó al poder un grupo que sigue las huellas del camino extraviado de restaurar la presidencia imperial, para lo que manoseó la Constitución con trampas de pena ajena, anuló los contrapesos al gobierno, asfixió al Poder Legislativo y desapareció el Judicial, rezando para que siga el tratado comercial neoliberal, de derechas, capitalista, y no se les derrumbe la economía en lo que ellos consiguen su único objetivo: mantenerse en el poder.
Les falta cancha. La irreversible globalización no es solo comercial, también los problemas se han globalizado. Ningún país que pueda alterar el orden global, va a su aire -ni China-, y si hace falta, sin balazos, a los gobiernos descarriados los demuelen.
No hay que sufrir a lo mariachi: el poder de quienes nos gobiernan frente a los intereses globales y de los EEUU, es menos que hacer pipí junto al Niágara.