1 de enero de 2025

LA FERIA: Igualmente

Sr. López

Tía Tina (Martina), era tardoncita pero buena paga… y cobraba las cuentas. Su esposo, tío Neto (Ernesto), era cuchillito de palo, no grosero ni malmodiento, pero molía de un hilo, cada día estrenaba una nueva manera de molestar con cosas diminutas que no se podían usar para echar pleito, pero hacía insoportable la vida con él.

Así las cosas, en una celebración de fin-principio de año, cuando el tío le deseó un ¡feliz año!, ella respondió tintineando con un cuchillo su copa de champán (era sidra, la verdad), y ya con la atención general, dijo: -Les deseo un feliz año y les anuncio que para mí será el mejor de muchos, ya separada de Ernesto -y desde esa noche no volvió a entrar el tío al domicilio conyugal.

Buena paga la tía.Ningún año cambia nada de un 31 de diciembre a un 1 de enero. Pero es práctica universal desear un feliz año nuevo aunque se celebre con Sidral y pollo frito o con la panza vacía.

Así somos los humanos. De alguna manera sacamos la motivación que permite seguir tirando del carro. Ese buen deseo anual no es prueba de memez colectiva, sino tal vez, prueba del poder de no darse por vencidos y esperar un mañana mejor.

Optimismo y esperanza, no son lo mismo. La esperanza es ese ánimo que permite considerar alcanzable lo que se desea y en su acepción general en Occidente, por la irrefrenable influencia del cristianismo, la esperanza es la confianza plena en que Dios da los medios para alcanzar la vida eterna… no es poco, pero no es optimismo.

El optimismo es la actitud que hace esperar lo mejor, por eso su nombre, del latín ‘optimum’, “lo mejor”. Una manera fácil de definir el optimismo es decir con simpleza que es lo opuesto al pesimismo.

Pero la palabra ‘optimismo’ es relativamente reciente. No la usó ninguno de los enormes filósofos de la antigüedad griega (epicúreos, estoicos y escépticos, hicieron segunda a Demócrito y su concepto de la ataraxia, ese disminuir los deseos y pasiones, junto con enfrentar la adversidad con fortaleza, para conseguir la felicidad, sin crear la palabra ‘optimismo’; tampoco Aristóteles, que habló largo sobre la felicidad y sin duda, se le puede considerar optimista, pero tampoco usó el término).

Fue Voltaire el que la usó en su cuento ‘Cándido, o El optimismo’, publicado con pseudónimo en 1759, para burlarse del optimismo filosófico de Leibniz (1646-1716), quien planteó en su Teodicea que vivimos en el mejor de los mundos posibles (muy a brocha gorda, disculpe, es falta de espacio, no de ganas).

Aunque por Voltaire se popularizó la palabra, la inventaron los jesuitas franceses que la usaron por primera vez en 1737, en un artículo de su revista Journal de Trévoux (en el número 37, para que lo cheque si desconfía usted), y la Academia francesa, diez años después, ya la incluyó en su diccionario.

Es una gran palabra (óptimo más –ismo, que es el sufijo que entre otras cosas significa ‘actitud’, ‘tendencia’, o sea que el optimismo es la actitud, la tendencia a lo mejor, sabios esos jesuitas).El optimismo, ser optimista, es cosa buena, claro, a condición de no ser un estúpido.

Y acomoda recurrir a otro francés, el matemático, filósofo y teólogo, Blas Pascal (1623-1662), quien planteó la conocida como ‘Apuesta de Pascal’ que dice (también a brocha gorda), que uno tiene para perder dos cosas: la verdad y el bien; para comprometer, otras dos: la razón y la voluntad; y por naturaleza se huye de otras dos: el error y la miseria; así, ante la posibilidad de que Dios exista o no exista, hay que apostar a que sí existe, pues si le atina, gana todo (el Buen Dios se lo reconocerá) y si no existe, no pierde nada (una vez fiambre, pasará usted a la nada y ni se va a enterar).

Optimismo y cerebro, buena combinación.Como ya se habrá dado cuenta usted, está divagando este menda, un poquito.

Todo lo anterior viene a cuento de que indudablemente, el gobierno federal, en voz de la Presidenta, nos deseará a todos un ¡feliz año nuevo! Se agradece.

Ni modo que nos dijera que viene un año entre muy difícil y terrorífico. No. Eso sería una majadería y aparte de que nos íbamos a sentir ofendidos, nadie le reconocería a doña Sheinbaum esa dosis de veracidad suicida.

Está bien que nuestras autoridades nos deseen lo mejor de lo mejor. Igual, la gente común, nosotros los gallardos integrantes del peladaje nacional, trataremos de cumplirle a la vida, de mantener la nariz por encima del nivel de las procelosas aguas de la realidad nacional.

Nadie va a ir a trabajar o a cumplir con sus deberes, con más energía y vigor, cargados de optimismo, por obra y gracia de los buenos deseos oficiales. Para nada: en nuestra no larga historia (comparados con países que nos llevan dos mil años de ventaja, por ejemplo, toda Europa), los tenochcas simplex hemos aprendido a tirar del carro sin la ayuda que deberían proporcionar las buenas prácticas de gobierno, sabiendo siempre que ellos, los del gobierno, van por su lado y nosotros, por el nuestro.

Hay excepciones, siempre las hay. Ahora mismo en algún estado sureño (en Chiapas), hay motivo para el optimismo general porque desde el primer día del nuevo gobierno que tienen, se está atendiendo con prioridad máxima lo mero principal: la seguridad pública, mientras el gobierno federal sigue con la idea cómica de que Batman sí existe.

No existe. Siguen correteando pelados bota punta pa’rriba y nos lo venden como toda una estrategia que devolverá la seguridad pública al país. ¡Alabado sea el Señor!Hay otras varias materias en las que más le vale al gobierno de doña Sheinbaum, empezar a dar resultados, por lo menos, que la economía no estalle; regenerar el sistema de salud; mejorar la educación; que los campesinos reciban apoyo real. Todo ello posible, a su alcance.

El tiempo dirá.Lo único que no está bajo su control es que el próximo año entra el Trump a la Casa Blanca: entra porque entra. Ojalá doña Sheinbaum sí sepa que con declaraciones no lo va a torear, porque ese tipo como bien sabemos, no nos desea un feliz año… igualmente.

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