Sr. López
Hay cosas que es ineludible comentar, aunque a este junta palabras le saque ronchas adherirse a la claque de los ramplones que con entusiasmo se suman al tema del día, la muerte del papa Francisco, no por la importancia del personaje, sino por no perder audiencia ni lectores, esto es, por no perder anunciantes, dinero.
Es inexcusable decir algo sobre la muerte ayer, de Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, no sin advertir que a este menda le importa un reverendo y serenado cacahuate que haya sido argentino, jesuita y entusiasta del equipo de futbol San Lorenzo; y que bailaba tango, que le faltaba un pulmón, ni que recibía a las visitas de pie, no sentado en su trono.
Cuantimenos bordará sobre su elección de Francisco como su nombre papal, que ya bastantes barbaridades se han dicho como que lo escogió porque “apostaba por una Iglesia más simple, más humana, más verde” (¡qué tal!, una iglesia más verde, más ecológica; de veras).
Sí parece interesante que con la notable excepción de China, los jefes de Estado y políticos de mayor relevancia de todo el mundo, hayan expresado públicamente sus condolencias por la muerte del Papa.
En China se mencionó esto en notas mínimas de prensa: “Muere el Papa Francisco a los 88 años”, y punto, nada más y ninguna declaración de ninguna autoridad. No hay espacio para mencionar algo de los complejísimos problemas de la iglesia católica con el régimen comunista chino pero, todo hay que decirlo, tratar semejante noticia como si fuera la muerte del director del Club de Toby luce menos torpe si se recapacita en que son 12 millones de católicos chinos de entre el total de 1,408 millones… los católicos son el 0.85% de la población, antes lo mencionaron.
Ya en el mundo nuestro (China es otro planeta), la noticia del día fue esa y saturó noticieros de televisión, radio y portales digitales. Y no es de dudar la importancia del hecho.
La iglesia católica romana se crea o no en sus dogmas, con y sin fe, es una institución sin la que Occidente (y alrededores), no sería como lo conocemos. Por supuesto en los dos mil años que tiene de existir, dio algunos patinazos de abucheo general, sin duda, pero si serena uno el ánimo y deja de leer libros y ver programas de televisión (yanqui), dirigidos a desprestigiarla (le gastan mucho a ese afán), si se toma uno la molestia de enterarse aunque sea poquito sobre su historia, resulta que esa religión moldeó al mundo que hoy es nuestro mundo.
Un par de cositas para entendernos: el concepto contemporáneo de los derechos humanos nació en la Escuela de Salamanca, ese luminoso grupo de teólogos escolásticos españoles de los siglos XVI y XVII, como rigurosa derivación de la dignidad de ser todos hijos de Dios, lo que según esa religión, hace a todos hermanos; y segunda, el rescate de la dignidad de la mujer, el ponerla en su exacta igualdad con el varón, que no sabremos nunca cuándo se hubiera alcanzado sin una religión que enseña que una mujer trajo al mundo a su Redentor y otra mujer fue la primera que lo vio resucitado.
Esa religión tan denostada por sus gratuitos enemigos (digo, que la dejen o que no se bauticen y ¡listo!, cada quién sus ideas), ha dado cosas invaluables a la humanidad, como el Derecho Internacional, cuyo fundador es Francisco de Vitoria, un fraile dominico (de la Escuela de Salamanca).
Y las ciencias, las ciencias duras, han tenido entre sus más destacados paladines a gente del clero. Sacerdote fue Georges Lemaitre (teoría del Big Bang); Gregor Mendel, fraile agustino, padre de la genética; Ruder Boskovic, sacerdote jesuita, precursor la física moderna; la monja Mary Kenneth Keller, pionera de la informática… dejemos esto, es infinito, baste decir que se pone el nombre de científicos destacados a los cráteres de la Luna y más de 30 cráteres de la Luna tiene el nombre de científicos jesuitas, por decir algo.
El conflicto entre catolicismo y ciencia es un mito, un cuento bien alimentado antes, desde Inglaterra, hoy, desde los EEUU. Como eso de que en 1456 el papa Calixto III excomulgó al Cometa Halley (!), que se nombró así hasta 1705. O lo de Galileo, que según la leyenda en 1663 se libró de ser quemado en la hoguera por decir que los planetas giraban alrededor del Sol, cuando desde 1543, lo enseñaba sin incomodidades, el canónigo Nicolas Copérnico (en su obra ‘De Revolutionibus Orbium Coelestium’, para que cheque y vea que no inventa este menda). Igual que la robusta mentira de que a Giordano Bruno lo mandó freír la Inquisición el 17 de febrero de 1600, por su apoyo a la teoría heliocentrista y sus opiniones científicas, cuando era un señor ya antes expulsado de varios países por hereje; y sí lo asaron, por hereje, y eso está feo, pero eran los tiempos.
Se le recomienda buscar en internet lo que el inmenso filósofo del siglo XX, don Gustavo Bueno, decía sobre la influencia definitoria y trascendental del catolicismo en Occidente… y don Gustavo no era católico, era ateo.
Así, en este nuestro mundo actual de potencias atómicas y comerciales, resulta que todos los jefes de Estado y los países, manifiestan respeto por la muerte de un señor, el Papa, que preside un país, el estado Vaticano, que tiene un PIB de cero y un ejército de 135 soldados, vestidos como para carnaval, armados con alabarda (una lanza curiosita); un país no democrático, monárquico, gobernado por viejitos que algunos, seguro, ya usan pañal. Y a este Estado lo respeta el mundo, sin que lo abollen los malos curas, que en todo hay de todo, siempre.
Ese respeto no es porque el Papa sea líder de 1,400 millones, porque el Papa que se sepa, nunca los ha soliviantado ni ha ordenado una huelga fiscal a sus feligreses para meter en cintura a ningún gobierno, no. Ese respeto sale de que llevan cuando menos unos cinco siglos de no meter la pata, de ser un referente ético y moral (no es lo mismo), de congruencia y sentido común, de decencia, y para eso no hay misiles ni aranceles, y a querer o no, muestran respeto todos, hasta los peores.