Al hablar de las prendas que son de desear entre los que se dedican a la política, son muy recomendables en primer lugar, las virtudes humanas (las cardinales, pues, que cardinal significa principal, fundamental), que son: justicia, prudencia, fortaleza y templanza. Vea si no:Justicia es reconocer el derecho del otro, dar a cada quien lo que le corresponde, reconocer errores y corregirlos.
Prudencia, no actuar por impulso, reflexionar, decidir con calma y optar por lo mejor o menos malo. Fortaleza, la íntima energía personal para mantener propósitos y evitar tentaciones (de todo tipo, incluido el culto al ego o al dinero, por ejemplo).
Templanza, la mesura en el disfrute y contener los desenfrenos.Imagine usted que fuera lo normal que nuestros políticos fueran justos, prudentes, fuertes y templados.
Que con la serenidad de los rectos de intención, aceptaran los aciertos ajenos y reconocieran sus propios errores, dispuestos a corregirlos.
Sí, un político normal, se comporta mejor nada más por no sentir que se le calienta la cara de vergüenza cuando hace el ridículo de decir una mentira y que lo cachen; por hacer declaraciones improvisadas y saber que se burlan de él; por no pasar la pena de que lo exhiban robando.
Y en sentido contrario, tal vez podemos aventurar que no hay político del cual cuidarse más, que aquél que carece de sentido del ridículo pues dirá lo primero que se le ocurra, decidirá por capricho, mentirá con cinismo negando hasta la evidencia y sostendrá sus opiniones y decisiones aun cuando la realidad le grite que está equivocado y que de seguir en sus necedades y sin corregir, la historia consignará su biografía en el anexo destinado a Imbéciles y Similares.
Sí, es muy peligroso un político cínico.Debe añadirse que sin duda no ha nacido quien jamás meta la pata o dé un patinazo. No se trata de exigir a nuestros políticos la perfección que a los de nuestra especie está negada.
De lo que estamos hablando es del daño que significa para la sociedad el político contumaz, el que persevera en el error, se aferra a sus decisiones, no oye consejo, rechaza por principio cualquier opinión distinta a la suya y se rodea de aduladores.
Nuestros presidentes de la república la tienen más difícil que el resto de los alegres tenochcas simplex, pues tienen que resistir a pie firme el asedio constante del halago, la lisonja, la zalamería, el constante aplauso de los que no les son leales sino que los envuelven en esa nube de alabanzas para medrar a su sombra.
Mal asunto.Nuestro actual Presidente de la república ha dado consistentes indicios de un narcisismo arrasador que parece determinar sus dichos y sus hechos y de un tiempo acá (cuatro años), de su absoluta carencia de sentido del ridículo.
Deje usted en el cajón de los asuntos irremediables la disculpa que formalmente solicitó a España por la conquista de hace 500 años; olvide que lo mismo le pidió a la iglesia católica o que propuso una tregua mundial (¡Jesucristo-aplaca-tu-ira!), que sacó carcajadas impías en la prensa mundial.
Nada más tenga muy presente que en su madrugadora del viernes pasado, sin que nadie le preguntara, dijo que está esperando a ver si Elon Musk, el nuevo dueño de Twitter, “va a liberar al pajarito, porque todavía no he visto nada”.
Un reportero le dijo que Musk quiere cobrar 8 dólares por autenticar las cuentas en Twitter, y dijo:
Ojalá a Musk nadie le lleve el chisme porque le van a tener que hacer una cirugía para destrabarle las mandíbulas, por las carcajadas (usted no se ría, da pena).