Sr. López
Tía Lucrecia, de las de Autlán, era de las guapas de sacarle resina a los postes de telégrafo, con justa fama de ser bravísima y de armas tomar, por lo que se auguró muy breve su matrimonio con tío Macro, un tipo grandote hecho a marro, macho y mandón (“pero muy bien plantado”, aclaraba siempre la abuela Elena). Sin embargo, hasta después de nueve hijas, seis hijos y 48 años de casada, enviudó. Una tarde conversando con señoras jóvenes de la familia, le preguntaron cómo había hecho si de veras no era dejada, y la ya anciana (seguía guapa), muy tranquila aclaró que él cuando le habló de casarse le advirtió que lo iba a tener que obedecer siempre: -Y le dije que sí, que nomás me tratara bien y nunca ordenara maldades… o si no, dormido lo capaba -¡ah!, bueno.
Ignorantes de toda laya incluidos los que cualquiera supondría no deberían serlo, con cierta frecuencia afirman con intenciones por averiguar, que Abraham Lincoln dijo que la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. No lo dijo.
Algunos para dar tono y que nadie dude de su erudición, ponen fecha a esa declaración jamás dicha: el 19 de noviembre de 1863, cuando don Abraham pronunció su celebérrimo discurso de Gettysburg (Pensilvania), que fue brevísimo, apenas dos minutos, probando aquello de que “lo bueno, si breve, dos veces bueno” (como bien recordamos todos nos enseñó Baltasar Gracián, en su obra ‘Oráculo manual y arte de prudencia’, de 1647, no sin avisar que añadió al aforismo: “Y aun lo malo, si poco, no tan malo”… ¡cosa más cierta!, exclamó aquella viuda joven).
Solo por si está usted pensando feo de este junta palabras por citar un libro de 1647, sépase que en 1992 fue un hitazo editorial en EEUU, un ‘best seller’, que se mantuvo meses en las listas de los más vendidos del Washington Post. Nada mal para un curita del siglo XVII.
Asume este menda que muchos seguirán sosteniendo que dijo tal cosa don Abraham, no porque sepan de memoria el discurso, sino porque se ha dicho tanto y tanto que así definió la democracia, que parece blasfemo negarlo. Pero no lo dijo. Dijo otra cosa, se la digo, advirtiéndole que son las palabras finales del discurso de dedicación del Cementerio Nacional de los Soldados (fiambres de la Guerra de Secesión):
“(…) que estos muertos no dieron su vida en vano -que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad- y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparecerá de la faz de la Tierra”. (Respetando la puntuación original del discurso, no es elegante manipular palabras ajenas).
Es claro el sentido de su dicho: eso “del, por y para” el pueblo, no se refiere a la democracia, sino al gobierno de su nación, gobierno que “Dios mediante” no desaparecerá de la faz de la Tierra, su gobierno “del, por y para” el pueblo. Lincoln era un zorro y en su discurso -“esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad”-, ratificó su firme propósito de derrotar a los sureños, como fue, año y medio después (más o menos).
Dirá usted que le importa menos que el clima en las Galápagos, pero se lo comento porque es un recurso propio de simuladores de la política, proclamarse demócratas y predicar la alta estima en que tienen a la democracia, sin definirla con rigor que los comprometería a sujetarse a la ley y al escrutinio de sus actos, por lo que acuden a la salida fácil de decir que la democracia es eso “del, por y para el pueblo”… y ¡listo!: cero compromiso.
Así, cuando alguien protesta o inquiere, ese no es pueblo, es enemigo del pueblo, porque esos vividores de la política, al ganar elecciones a las derechas o a las chuecas, de inmediato encarnan al pueblo, son el pueblo y sus dichos y hechos, son del pueblo que los eligió. De empleado a patrón.
Para esos autócratas o aspirantes a serlo, la democracia es el gobierno de ellos, por ellos y para ellos. Y eso sí lo cumplen con esmero. El gobierno es de ellos, de su propiedad, por eso disponen del dinero de todos, como propio; por eso tuercen las leyes. El gobierno es por ellos, merecedores de toda sumisión. El gobierno es para ellos, que así gobiernan, para ellos.
Nada más que los que así actúan imponiéndose como autócratas, deben hacer dos cosas:
Primera: mantener a raya a la clase política. Esto se consigue de dos maneras: permitiendo que los suyos roben cuanto les dé la gana y matando opositores (o en su versión menos drástica: encarcelándolos). Revise la historia, siempre ha sido así. Los autócratas y dictadores, persiguen, enjaulan, torturan y matan. Mataban Stalin, Hitler, Mussolini, Franco, Castro, Chávez y mata Maduro (a abril de 2023, ya llevaba 9,465 cadáveres en sus espaldas).
Y segunda: no pisarle los callos a ninguna otra nación que se las pueda cobrar ni cometer delitos perseguidos internacionalmente. Los dictadores y autócratas no prevalecen si otros países más poderosos, deciden fomentar opositores internos, financiar movimientos antagónicos o -en los tiempos actuales-, perseguirlos en tribunales internacionales que para eso están.
El que NO vive en Palenque llenó todos los requisitos del autócrata y no siendo matón, perseguía con ferocidad y encarcelaba sin una pizca de remordimiento; con los EEUU de Trump fue servil y con el de Biden, lo intimidaba con inundarlo de migrantes. Ahora es juego nuevo sin el visitante frecuente a Badiraguato y sin Biden.
En lo interno, doña Sheinbaum no mata, no persigue; sí tolera a los pillos incrustados en su gobierno, pero no es suficiente. Y en lo externo, el Trump, tarde que temprano va a apretar en algo que no es negociable: la complicidad de ciertas autoridades con la delincuencia organizada.
No es así señora. Puede imponer terror en la clase política con un método en desuso pero infalible: aplicar derecho la ley. Comprometerse con la ley hasta las amígdalas. Y con eso, conjurar el peligro yanqui, exorcizar del Trump a su gobierno. No es tan difícil.
Recuerde señora que ante la gente y la historia, no hay indulto para el fracaso.