Sr. López
Ya sabe que el abuelo materno de este menda, don Armando, era señor respetado al que siempre se ponía atención no solo por sabio, sino porque nunca se supo que hubiera hablado por el gusto de oírse. Por esas sus prendas, tía Queta acudió a pedirle consejo sobre cómo arreglar su matrimonio “terribilis”, con el briago, desobligado y simpatiquísimo tío Luis. La escuchó el abuelo y le dijo: -Queta, tú sabes qué debes hacer y que no lo vas a hacer –ella insistió y el abuelo agregó: -Dejarlo –y no hubo dios que lo hiciera decir más. No lo dejó pero delante del abuelo, ya no se quejaba.
La democracia, dicen, es el menos malo (o el mejor) de los sistemas que se han inventado para gobernar. A brocha gorda, entendamos por democracia la elección popular de quienes asumen cargos públicos y el respeto a las leyes de parte de quienes gobiernan y que las hagan respetar a todos por igual.
El asunto con la democracia es que no funciona con un asambleísmo que recurra contantemente a la votación popular para decidir los asuntos públicos, con los riesgos que conlleva semejante barbaridad (nada más imagine con qué criterio vamos entre todos, a decidir la firma de tratados internacionales, la estrategia para combatir una pandemia o los impuestos que vamos pagar).
Sin detallar las variantes que hay de gobiernos democráticos, quedémonos en el más común y que conocemos mejor: la democracia indirecta, la representativa, en el que la ciudadanía es gobernada por representantes de ella, elegidos por ella.
El detalle es que la democracia necesita eso que llamamos partidos políticos. Asunto complejísimo, aunque parezca mentira. Sin meternos en honduras, digamos que los partidos políticos son organizaciones de interés público que compiten por el poder político y promueven la participación de la ciudadanía. Si de plano le interesa mucho el tema, léase de Wilhelm Hofmeister, “Los partidos políticos y la democracia. Teoría y práctica en versión global” (editorial Marcial Pons, 2022), que aborda el asunto considerando la realidad actual; está bueno.
A los partidos políticos como los nuestros, hay quien los define como “partidos cártel”, que viven del financiamiento público (nuestro dinero), obstaculizan la creación de nuevos partidos para monopolizar el acceso a los cargos de elección y ponen en las leyes que ellos mismos votan, condiciones casi imposibles de cumplir a los candidatos sin partido, los independientes, asegurando que haya menos participantes con los cuales compartir el poder -los cargos públicos-, y los presupuestos que también ellos se aprueban a sí mismos. ¡Chulada de ‘máiz’ prieto!
En la realidad no existen sociedades integradas en su mayoría por personas con la preparación ni el tiempo, suficientes para estudiar los asuntos públicos ni para participar activamente en los partidos políticos. La cosa funciona al revés: los partidos fomentan entre la gente su participación y procuran su formación cívica. Sí, Chucha.
A reserva de un diagnóstico médico completo sobre el ruinoso estado de salud de nuestra democracia, por lo pronto, propongamos unos primeros remedios urgentes (el enfermito tiene muchos males, pero antes que nada, hay que arreglarle las piernas que tiene con fracturas expuestas): lo primero es meter al orden a nuestros partidos políticos porque, no se moleste, son una birria.
Primero, urge revisar si cuentan con los afiliados que la ley exige tengan para ser partidos políticos nacionales y seguir viviendo del erario: del padrón del INE de la última elección federal (la de 2021), que son 93 millones 984 mil 196 tenochcas con credencial, deben tener un mínimo del 0.26% (244,359 miembros, cada partido); aparte, deben tener presencia en al menos 20 estados del país con tres mil partidarios en cada uno (o con 300 miembros en por lo menos 200 distritos electorales).
Revisando solo a los cuatro partidos mayores, resulta que ante el INE, el PRI reporta dos millones 65 mil 161 afiliados; el PRD, un millón 242 mil 411 miembros; Morena, 466 mil 931; y el PAN, 252 mil 140. Apuesta este su texto servidor sus dos dedos pulgares a que ninguno de los partidos tiene ese número de afiliados.
El INE verifica esto cada tres años pero lo hace por computadora verificando en su propio padrón los registrados por los partidos, revisando que no haya duplicidad de registros o personas sin credencial del INE. Craso error: los partidos juegan brisca con el padrón de electores. Sería mejor que cada uno de los que quieran pertenecer a un partido acuda ante el INE y se inscriba en el de su preferencia (un año completito de plazo, sin prisas). En una de esas, ningún partido conservaría su registro. De cuándo acá andamos con ataques de civismo y espíritu partidista los gallardos integrantes del peladaje.
Lo segundo y más interesante: el dinero. A los partidos los mantenemos con nuestros impuestos, según que para evitar reciban dinero de grandes inversionistas o de la delincuencia organizada. Reciben lo del erario y lo otro también, no todos pero no pocos. Como es punto menos que imposible impedir el dinero chueco, la propuesta es una simpleza: que no les entreguen un peso, que se les asigne su presupuesto y que la Secretaría de Hacienda pague directamente sus nóminas y las facturas de sus gastos: por lo pronto se ataja la robadera dentro de los partidos.
Aparte: que los partidos políticos estén obligados a devolver al erario lo gastado en campañas políticas de sus candidatos que salgan derrotados; asegurando los recursos mediante fianza. Dirá usted que está pesado hacer eso y sí, pero no son bromas disque gastar en campañas y perder votaciones.
La última: los legisladores que cambien de partido quedan vetados para votar en las cámaras. Tendrían voz, sin voto. Se acabaron los chapulines y la burla a sus electores.
El partido que propusiera todo eso, arrasaría en las urnas. No lo veremos ni habrá protestas masivas para que se ponga orden. Lo nuestro, resígnese, es como tía Queta, el despelote consentido.