Sr. López
Siendo apenas púber, este menda le fue a contar a la abuela Elena, la paterno-autleca, que en la familia toluqueña había un escandalazo porque la prima Alicia se iba a casar con uno el mercado (del puesto de frutas), que era indio, indio puro. La abuela muy sosiega, dijo: -Fíjate, del lado de tu mamá son chaparrines color leche y se enferman de cosas muy raras, nosotros no, nosotros nos mezclamos con indios, refrescamos la sangre, como se hace con el ganado… y mejora la raza; se sienten superiores y son unos alfeñiques -cuánta razón, los hijos de Alicia salieron de presumir.
Sin menospreciar su buena memoria, se le recuerda la importancia del 24 de octubre de 1648, cuando se firmaron los tratados que se conocen como la Paz de Westfalia.
La Paz de Westfalia, como bien sabemos, se firmó al término del pleitazo que durante treinta años hubo en Europa de todos contra todos, que empezó como una guerra de parte de los países que apoyaban la reforma protestante, contra los que estaban muy a gusto siendo católicos; como sea, eso pasó a un muy complicado problema entre países que nomás querían imponerse en el vecindario (y fue una guerra muy formalita, la población en Europa disminuyó un 30%… dicen).
Sume a lo anterior que con la Paz de Westfalia también se puso fin a otra guerra, de 80 años -de 1568 a 1648-, de los hoy Países Bajos (apoyados por Francia e Inglaterra, de metiches), disque por su independencia de España, aunque la verdad es que fue contra el catolicismo de parte de los protestantes, pero poniéndose patrióticos la cosa vendía mejor.
Como sea, cansados todos de mamporros y del gastazo, acordaron dejar de matarse y se firmó la paz de Westfalia cuya importancia real es porque ahí nació el concepto de Estado-nación, el principio de soberanía territorial de los países, la no injerencia de ninguno en los asuntos internos de ninguno y la igualdad de trato entre los Estados.
Es interesante que antes a nadie se le había ocurrido que cada nación fuera a su aire. Fue una gran novedad y suena muy sensato, pero tuvo otras implicaciones: la separación de la iglesia romana y el Estado, junto con la tolerancia para que cada país adoptara si le daba la gana, el protestantismo, que era el objetivo de todo el lío.
Antes, Europa estaba organizada como ‘res publica Christiana’ (‘res publica’, la república en la Roma clásica), que era una comunidad internacional de naciones, todas católicas hasta que don Lutero salió con su batea de babas.
Esa ‘res publica Christiana’ no aglutinaba a todos los pueblos de Europa en una sola nación, era cada quien en su tierra con su idioma, sus costumbres y sus autoridades (Alemania, por ejemplo, eran casi 300 estados, principados, ducados, condados, etc., Alemania no existía).
El aglutinante de esa Europa, era la religión y un cuerpo común de leyes para todos (Derecho Romano con cristianismo), elaborado por juristas de gran talla y respeto, no se hacían leyes al gusto de nadie (como en algún país que todos conocemos). Y muy destacado: todos reconocían como árbitro superior al Papa. Ni bueno ni malo, eran los tiempos.
Pero estemos claros, tanta guerra y tanta tragedia, fue para arrasar con la iglesia romana y arrasaron, aunque por más lucha que han hecho casi cuatro siglos al hilo, no han podido anular la autoridad ética (y moral, claro), de la iglesia romana que sin ejércitos ni fuerza legal, su voz sigue siendo escuchada. Por algo será.
Aunque usted no lo crea, todo esto tiene que ver con el tal Trump. Ya verá.
Ese novísimo orden en Europa, conforme a la Paz de Westfalia, ya cada país como Estado-nación soberano de todos los demás, se fue al traste (¡ay!, nada es para siempre), a mediados del siglo XIX, con las revoluciones contra las monarquías (esto es muy largo, empezó con la revolución Francesa, la llaman la Primavera de las Naciones). El asunto es que destorlongó a Europa.
Luego, en el siglo XX hubo las dos guerras mundiales y surgió esa nueva organización del planeta que todos conocemos, en la que -curiosamente-, se impulsaron nuevos organismos que fueran árbitros superiores, la ONU a la cabeza, con aromas de esos viejos tiempos del papado en Roma, nada más que sin religión, eso les saca ronchas. Pero se debe destacar que se mantuvo y se mantiene el concepto de Estado-nación soberano, impermeable a lo que los Estados vecinos opinen.
Pero, como nada es para siempre, en este el siglo XXI, Europa y el imperio yanqui, enfrentan un fenómeno que los está volviendo locos y les cambia todo, desde su propia visión de países: la migración, la migración masiva, migración masiva ilegal. EEUU inundado de hispanoamericanos; Europa de musulmanes y negros (no es grosería, tampoco decir indios). Precisamente las razas (tampoco es grosería), que menos bien les caen (las detestan).
No saben qué hacer y lo que hacen no les funciona. Y han surgido movimientos racistas de izquierdas y derechas, de ideología con tintes nazis, de supremacía racial.
El discurso antiinmigrante del Trump no es una puntada. El tipo es de dar asco, pero no es ningún baboso. Su oferta de expulsar masivamente migrantes, se inscribe en el movimiento internacional identitario, etnonacionalista, paneuropeo, que postula la teoría del ‘Gran Reemplazo’, una supuesta conspiración organizada para acabar con la cultura y las naciones “blancas”, occidentales. Y son muchísimos los intelectuales, pensadores y políticos que abonan a esa teoría.
Su intención es detener la migración, expulsar a los migrantes, restablecer la cultura occidental, impedir que Europa sea “Eurabia” y que en Washington, en la avenida frente a la Casa Blanca, acaben teniendo puestos de lámina blanca, de tacos de tripa y buche (ellos se lo pierden).
El objetivo es recuperar el mundo de la Paz de Westfalia, sin ONU, sin árbitros internacionales. No lo van a conseguir pero van a causar tragedias.
Mientras, nuestro gobierno sin la menor idea de que esto es una lucha a librar en lo ideológico, va a poner botón de alarma y abogados. Son de risa.