Sr. López
Creer o no creer, he ahí el dilema, usando a modo el ‘ser o no ser, he ahí la cuestión’, de la controvertida traducción del pentámetro yámbico (o verso blanco como usted lo conozca), de don Shakespeare en Hamlet:
“To be or not to be, that is the question”.Bueno, como sea, creerle o no creerle al Presidente, esa es la cosa.Si le creemos, es de no dudarse su rectitud de acciones e intenciones que resultan ser más limpias que un pañal del Niñito Jesús.Si no le creemos, entonces no es sino un Presidente más de esos que conocimos los tenochcas de la edad de tercera, de aquellos de los viejos tiempos del PRI imperial, cuando la voluntad del Ejecutivo se imponía al Legislativo y al Judicial (y nadie chistaba).
Creerle al Presidente cuando dice que su Plan B para acomodar la legislación electoral, respeta la Constitución. No creerle aunque diga que la oposición a su Plan B, “(…) es pura politiquería, porque como no hay reforma constitucional, la ley electoral no puede ir en contra de lo que establece la Constitución, es la ley de leyes, entonces la ley que enviamos nosotros de reforma electoral tiene todas esas limitaciones (…)”.¿De veras?… pues qué ociosos los partidos de oposición al oponerse a su Plan B; qué ganas de don Monreal de dar la lata.
¿Qué no entienden que el Plan B no atenta contra la Constitución?… ¿o son ganas de moler?… y peor: ¿cómo se deja engañar el Secretario de Gobernación por los de su propio partido en la Cámara de Senadores y los va a ver para enterarse de todas las cien violaciones a la Constitución que según ellos contiene el Plan B?, porque buen rato los estuvo escuchando y aceptó algunas correcciones (otras no, la mayoría para ser sinceros, pero no lo ande contando).
Creer o no creer… no, no es por ahí. Saber o no saber y en esta cuestión, sabemos que sí se están adaptando las leyes electorales de manera que se facilite al partido del Presidente, retener la presidencia de la república en el 2024. Si no fuera así, no habría iniciativa.
No nos hagamos, tarugos.No hacernos tarugos significa también, aceptar que este gobierno, usando su mayoría legislativa, va a regresar a México a 1990 cuando el entonces Instituto Federal Electoral no era autónomo, que lo fue a partir de 1996.
Dice el tango que veinte años no es nada… pues 32 tampoco.No hacernos tarugos y asumir que estos desfiguros son posibles solamente por la existencia de los partiditos rémora, esos, el Verde y el del Trabajo, institutos en renta, venta y comodato que ejercen sus responsabilidades legislativas con la misma técnica de comercialización que las trotacalles, cortesanas, busconas, fulanas, furcias, las ya-sabe-qué, cínicamente, al mejor postor sin consecuencias y recibiendo carretadas de dinero del erario, sin representar nada y a casi nadie.
Y esos partiditos le dan a Morena la mayoría simple que no tiene en ninguna de las dos cámaras. No nos hagamos tarugos, algo apesta en el Congreso, acomodando ahora el “algo apesta en Dinamarca”, también de Hamlet (escena 4 del fin del Acto 1, como bien recuerda usted).No sabe este menda de dónde o por qué le vienen esas citas del Hamlet, tan lejanas del despelote nacional aunque pensándolo bien, Shakespeare quiso plasmar en su obra la decadencia moral del reino de Dinamarca equiparándola a un fuerte olor a podrido, pues (según Daniel McEvoy), igual que el pescado comienza a pudrirse por la cabeza, el Estado empieza a hacerlo por sus dirigentes.
Será por eso.Y no vale señalar con dedo flamígero a los diputados y senadores, porque así funciona la democracia, la mayoría manda aunque se supone deben respetar el marco legal, cuando menos la Constitución Y cuando no lo hacen más bien deberíamos darle una pensada a nuestra partidocracia.
En México algo apesta y no son los legisladores en particular ni en grupo. Mientras nuestro sistema político no tenga cotas legales y penales a la traición de los partidos a la Constitución; en tanto se pueda votar sin consecuencias, violando la Constitución; mientras la obediencia sea obligatoria para tener futuro político; mientras eso siga así, seguiremos viendo cómo el Congreso juega brisca con la Constitución y las leyes porque ahora no se vale olvidar la catarata de reformas constitucionales y legales que Peña Nieto impulsó a las chuecas y a las derechas, con el único mérito de saber cómo maniobrar en el Congreso para mangonearlo.
Que no se nos olvide el Pacto por México.Ya luego podremos preocuparnos por el olor a podrido de la corrupción, esto es de mayor relevancia: la partidocracia requiere que los legisladores y funcionarios se sepan sujetos a algo parecido al juicio de residencia que se hacía durante el virreinato, consistente en revisar todas sus actuaciones al término del desempeño de sus cargos. Si los actores políticos en el gobierno o la oposición, supieran que del resultado del examen de sus actos dependiera, aparte de las posibles consecuencias jurídicas, ser inhabilitados de por vida para cualquier otro cargo, otro gallo nos cantara.
Mientras sean impunes, todo será igual con un riesgo adicional: la obediencia como voto de fidelidad política permite que los mediocres pero dóciles, se filtren en el aparato de gobierno.No todo depende de las elecciones. Ya tuvimos gobiernos federales del PAN, del PRI y ahora de Morena y francamente no se puede sostener con seriedad que unos u otros hayan sido la panacea.
No. Por eso los bandazos del electorado. Y otra cosa: de este gobierno lo que más irrita son sus modales barriobajeros, su descarado afán revanchista y la voracidad con que sin recato ejercen el poder.
Se han corrompido, de eso no hay duda, con casos de deshonestidad económica, envileciendo su ideario también, y eso es peor.
Como sea, el interés del Presidente en “acomodar” la legislación electoral prueba que está consciente de que no tiene amarrada la elección del 2024 y de que puede necesitar meter mano en el proceso. La oposición también lo sabe. Nadie está chiflando en la loma.