1 de julio de 2024

La Feria: Bueyes

Sr. López


Tía Tinita decía a tío Toño de que ya siendo adolescentes todos sus cinco hijos, sería bueno que tomaran parte en las decisiones de la familia, “la democracia no hace daño”, le decía y lo convenció. Los llamaron y se los dijeron. El hijo mayor, Toñito, pidió hablar a solas con sus hermanos y volvió para decirles que no querían ir a la escuela un año, que los mandaran de viaje. Tío Toño, decretó: -Se acabó la democracia -pues sí.

Se advierte que lo siguiente es políticamente incorrecto, refiriéndonos a lo que no se debe decir para no molestar, para no ser majadero. Bueno, seamos majaderos: la gente no es de fiar.

Acoto la afirmación a la nula o muy poca confianza que merecen las decisiones colectivas en los asuntos públicos… en cualquier asunto. El grandísimo filósofo Gustavo Bueno (1924-2016), especialista en irritar a los demás, con su afilada inteligencia y su falta de respetos humanos, decía (no es cita textual), que cien sabios reunidos pueden formar un conjunto idiota; ni modo de decirlo como él, distinguiendo conjuntos distributivos de atributivos, pero se entiende.

Por más gente que sostenga algo, eso no lo hace verdad. Un ejemplo: en el 2019, la YouGov, con oficinas en los cinco continentes, hizo una encuesta en los EUA, sobre si el mundo es plano o una pelota y encontró que uno de cada seis estadounidenses no cree que el mundo sea redondo… más de 55 millones, mucha gente, y el mundo seguirá siendo una esfera aunque lo dijera una sola persona o nadie.

Por supuesto usted ya estará pensando que entonces las elecciones de gobernantes son un mal sistema. Sí. Muy malo. Pero los demás son peores. Habremos de esperar algunos milenios hasta encontrar otro mejorcito. Mientras, a apechugar las decisiones de la masa. Lo que no cambia aquello de que la gente no es de fiar y menos todavía, en masa. Las masas se equivocan más que los individuos, es lógico.

El ejemplo ya clásico de las metidas de pata colectivas, es la Alemania nazi. El movimiento obrero más y mejor organizado de Europa era el de Alemania. Millones de trabajadores apoyaron el nazismo aun siendo como es una ideología contraria a sus aspiraciones y luchas históricas. Y peor: la clase media alemana, en general bien educada, vitoreó al nazismo y a Hitler, que abiertamente proponía erradicar la democracia y conseguir objetivos opuestos a sus empeños y logros.

Hitler asumió como Canciller de Alemania el 30 de enero de 1933 y para el 28 de febrero, torciendo el sentido del artículo 48 de la Constitución de Weimar, que le permitía tomar toda medida necesaria para “salvaguardar la seguridad pública”, se otorgó a sí mismo el ‘Decreto del Presidente del Reich para la Protección del Pueblo y del Estado’, para en palabras de Hitler, poder transformar al país, por lo que se suspendieron las garantías individuales, se prohibieron los partidos políticos y los sindicatos. Joseph Goebbels, su ministro para la Ilustración Pública y Propaganda, exclamó: “¡La revolución alemana ha comenzado! ¡Ya nada volverá a ser igual!” Efectivamente así fue, con el apoyo del electorado, de la masa. Y no se crea el cuento de que los alemanes, en secreto, en su fuero interno se oponían a Hitler, al nazismo, no, en masa, masa delirante, lo apoyaban. Muy caro lo pagaron.

Relea al celebérrimo Gustave Le Bon, en su libro clásico ‘La psicología de las masas’ (1895) y verá qué cierto es que la masa entendida como muchedumbre es siempre intelectualmente inferior al individuo, al hombre aislado; y que dependiendo de la circunstancia de cómo es liderada o sugestionada la masa, puede actuar con bajeza o nobleza, bien o mal; depende del caudillo, del líder, del aparato de propaganda. Luego, cuando la conducción llevó al error, al mal, viene la cruda, individual, no confesada y a veces no aceptada ante uno mismo.

En su mañanera de ayer, el señor de Palacio, refiriéndose a su iniciativa de reforma al Poder Judicial, concretamente sobre la elección por voto popular de jueces, magistrados y ministros, dijo: “(…) hay riesgos en las elecciones, siempre han habido, pero se equivoca menos la gente (…)”. No es cierto, si fuera cierto, no tendríamos algunos gobernadores, senadores, diputados y alcaldes, que son viles, verdaderos desechos sólidos de la especie… caca, pues. La elección popular no garantiza nada. Nunca lo ha hecho.

Excepto Bolivia, en ningún país del planeta se elige a tales funcionarios por una razón que no debería ser difícil de entender: interpretan y aplican las leyes, materia mucho muy compleja que dominan unos pocos. Si vamos a elegir jueces, en apego al criterio presidencial, debemos exigir la elección por voto popular de todo el gabinete federal, nada de que nos los imponga quien ocupe La Silla presidencial. Quiero ver.

Y da verdaderamente tristeza oír ayer también, a la en los hechos Presidenta electa de México, anunciando que las encuestas de fin de semana que hicieron Morena y dos empresas contratadas por Morena, arrojaron como resultado que el 80% de los mexicanos están a favor de una reforma al Poder Judicial, que incluye la elección popular de los ministros de la Suprema Corte. Y también dijo que la mayoría de los mexicanos consideran que hay corrupción en el Poder Judicial.

Da tristeza porque es una muestra ominosa de que la señora va por la senda de simulaciones y engaños del actual Presidente, empeñado en sostener que transformó al país sin importar que sea cambiarlo para mal y en el caso de la Corte, una venganza.

Doña Sheinbaum no parece ver que está cometiendo un suicidio político al mostrarse como fiel seguidora, sumisa seguidora del señor que ella debería asegurarse se fuera a su finca.

Por cierto: mintió en lo de que la mayoría de la gente considera corrupto al Poder Judicial. En sus encuestas el 60% no piensa eso. Sorpresa.

También en sus encuestas, resultó que la mitad ni sabían que se quiere reformar al Poder Judicial. Así de bien informados. Y esas acémilas son la guía de estos gobernantes… ni modo, hay que arar con estos bueyes.

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Sr. López Tío Teo (Doroteo), era grandote, guapo como de Hollywood, pero (nunca hay completo), tonto y muy mandón, se hacía lo que él decía