Sr. López.
Estando tío Vito en los últimos trámites previos a pasar al definitivo estado de fiambre (‘in articulo mortis’, pues), su inminente viuda, tía Rosa, le rogaba que hiciera testamento. Pero el tío, aparte de rico como Creso, era malora, mal padre, peor marido y su desquite por el disgusto de morirse fue dejar todo al desgaire.
Entre hombres y mujeres eran once hijos, todos casados; mandó por ellos y dijo apenas audible: -Les da gusto que me muera y a mí que se maten por la herencia… mátense -así de malo era.
Y fue una larguísima guerra entre hermanos en la que sucedieron cosas muy feas que a usted no le importan; luego anda contando.
Tenga paciencia, vamos a dar un pequeño rodeo antes de entrar en materia.En 1848 México perdió más de la mitad de su territorio. Dos años antes, el 8 de mayo de 1846, los EEUU invadieron el país y cinco días después nos declararon la guerra, el 13 de mayo. México declaró la guerra diez días después. Perdimos. Perdimos la guerra y la honra.
La honra porque en vez de dejar que los EEUU nos robaran a la mala, nuestro honorable Congreso autorizó que se les vendiera más de medio México por 15 millones de dólares.
Ni reclamar podemos, vendimos. Y no haga caso si le dicen que ni era nuestro ese inmenso territorio, México estaba muy bien delimitado conforme al Tratado Adams-Onís de 1819, entre España y los EEUU.
La explicación de siempre es que los EEUU nada más querían más territorio. No es así. Lo que se jugaba era cuál de los dos países sería la potencia dominante en América del Norte… en América.
No dé usted por bueno eso nomás porque lo dice este menda, busque por su cuenta el análisis del mayor Nathan A. Jennings, estratega y profesor adjunto en el Departamento de Historia Militar de la Escuela de Comando y Estado Mayor del Ejército de los EEUU (está en ‘Alianzas improvisadas: operaciones conjuntas de Estados Unidos en la guerra entre México y Estados Unidos’).
Vistas las cosas ogaño, parece lo más lógico que hayamos perdido la guerra contra los EEUU, pero la realidad es que los yanquis nos invadieron por Veracruz con 8,600 soldados e infantes de marina, que entraron al país hasta conquistar la Ciudad de México; aparte de 1,173 de su marina, por Alvarado y Tuxpan, que permanecieron patrullando puertos.
El ejército mexicano contaba con 19,000 tropas regulares y mediante reclutamiento llegaba a los 38 mil… contra 8,600… ¿qué pasó?El mencionado Jennings, sin pelos en la lengua, califica al ejército de EEUU como invasor y su dominio de la capital nacional como “una tenue ocupación del Valle de México y sus 2.3 millones de habitantes”.
Sí, tenue. ¿Qué pasó?Los testigos de esos acontecimientos y los estudiosos, coinciden: las divisiones entre políticos y militares, las mezquindades y egoísmos personales nos llevaron a esa catástrofe.
Uno de los políticos más importantes de ese entonces, Lucas Alamán, afirma “el dinero gastado en armar a las tropas mexicanas simplemente les permitió luchar entre sí y ‘dar la ilusión’ de que el país poseía un ejército para su defensa” (busque la cita en ‘The US–Mexican War 1846-48’, página 138 para que no batalle).
En México, el irremediable pleito casado era entre la masonería escocesa, conservadora, centralista y rabiosamente patriótica, y la masonería yorkina, liberal, federalista… y proyanqui (la de Juárez y todos los reformistas), que en su competencia por el poder dividieron al ejército en facciones encontradas que en lugar de luchar contra el ejército invasor de EEUU, luchaban entre sí.
Así tiene sentido lo que dijo el general Anaya al general Twiggs, al perder la batalla del convento de Churubusco: “Si hubiera parque, no estarían ustedes aquí”… se lo mandaron de calibre equivocado a propósito; entre militares, solo siendo retrasado mental profundo se comete un errorcito así: fue intencional, querían que perdiera, perdió, perdió México.
Otro personaje de esos ayeres, Santa Anna, refiriéndose a la derrota y pérdida del territorio, lo dijo con pesar:
“Por vergonzoso que sea admitirlo, nosotros mismos hemos provocado esta vergonzosa tragedia a través de nuestras interminables luchas internas” (véalo en ‘The Mexican War, 1846-1848’, de Karl J. Bauer, páginas 16 y 17, ya está en español… creo).
Otro estudioso de estas vergüenzas mexicanas es William Fowler, quien en su obra ‘Santa Anna and His Legacy’, dice en la página 12 que mientras la guerra se libraba “los políticos mexicanos discutían y utilizaban la retórica antinorteamericana para ganarse al público, pero no tenían planes sustanciales para la reforma nacional”. (Lo encuentra en The Oxford Research Encyclopedia of Latin American History).
El intachable historiador Vicente Riva Palacio, en ‘México a través de los siglos’, dice sobre la actuación de nuestros ejércitos ante la invasión yanqui: “(…) sus jefes, más preocupados por obtener empleos bien remunerados y otros privilegios (…) actuaron, ‘con sus excepciones’, impulsados por la cobardía, avaricia y la traición”.
Por último y dejamos el asunto, para que no crea que este junta palabras carga las tintas con aviesa intención, se le recuerda que ante tan grave emergencia nacional solamente siete estados de la república, contribuyeron con hombres, armas y dinero para la defensa nacional.
“Un soldado en cada hijo”… ¡sí, cómo no!Este imperdonable rodeo fue para alertar a doña Sheinbaum que le entregaron la banda presidencial envenenada porque el que se fue no se quería ir y le dejó un despelote intencional para mantener, él, el control y a ella, atada.Congreso, Morena, fuerzas armadas y medio gabinete, no responden a ella. Y peor: para la seguridad pública, le dejaron un muégano de intereses divergentes y encontrados; ni generales ni almirantes se van a someter al mando de un civil, el Batman Harfuch; y la Guardia Nacional, tampoco, ya es del ejército.
Sin mando único y plena colaboración, la tarea es imposible. Había de poner atención a un gobierno estatal del sur (Chiapas), para que vea que sí se puede, pero así no.