Sr. López
Este menda jura a usted -sobre la Biblia o el libro que considere sagrado según sus creencias-, que se había propuesto no emitir ninguna opinión sobre la decisión de la Suprema Corte de los EU que el pasado el 24 de junio, anuló el derecho al aborto en ese país, dejando a los congresos de los estados su legislación.
La Corte anuló la sentencia de 1973 del caso Roe vs. Wade, que permitió a la mujer embarazada decidir si abortaba con fundamento en su derecho a la intimidad que protege la Decimocuarta Enmienda de la Constitución de los EU. Ahora la Corte sentenció: La Constitución no confiere un derecho al aborto; Roe v. Wade, 410 U. S. 113, y Planned Parenthood of Southeastern Pa. v. Casey, 505 U. S. 833, son anulados; la autoridad para regular el aborto se devuelve al pueblo y a sus representantes elegidos.
Por cierto, nadie menciona que la sentencia hoy revocada, permitía el aborto libre en los primeros tres meses; hasta el sexto mes de embarazo con regulaciones sanitarias razonables; y hasta el noveno mes para salvar la vida o la salud de la madre.
Es un tema grave, abortar es matar, palabra que se evita cuidadosamente llamando al aborto interrupción del embarazo
igual que no se dice feto sino producto; bueno, pues interrumpir el embarazo es matar un feto o un amasijo de células que tienen vida y serán persona.
Matar es quitar la vida, ya en el Código de Hammurabi el aborto provocado se penalizaba: Si un hombre golpea a una hija de hombre y le causa la pérdida del fruto de sus entrañas, pagará 10 siclos de plata por el fruto de sus entrañas; y era un dineral.
Es un asunto peliagudo, quebradero de cabeza para los más grandes sabios:
En la Biblia, Antiguo Testamento, Éxodo, capítulo 21, el homicidio se castiga con la muerte y el aborto con multa.
Pitágoras (569-475 a. C.), se oponía porque según él, se tenía alma humana desde la concepción. Platón (circa, por ahí del 427 al 347 a. C.), no se oponía pues según él, el feto adquiría alma (era persona), hasta el momento de nacer. Aristóteles (384-322 a. C.), también aprobaba el aborto (libro VII, de La política), para poner un límite a la procreación (!), pero su licitud dependía de la sensación y la vida (bebé que daba pataditas, se salvaba).
Hipócrates (circa 460-370 a.C.), en su juramento hipocrático, dice: No entregaré veneno a nadie (
) tampoco entregaré a ninguna mujer un pesario abortivo (el pesario era un artilugio dentro de la vagina). Séneca (4 a.C.-65 d.C), a pesar de creer que el feto adquiría vida humana con la respiración (?), se oponía al aborto pues aunque no era persona, lo sería al nacer y no se podía interrumpir su curso vital.
Los romanos (los de túnica) no se ocuparon del asunto, pero ya en el siglo I d.C. se sancionaba el aborto hasta con pena de muerte y el emperador Justiniano (482-565 d.C.) en su compilación del derecho romano (Corpus Iuris Civilis), dispone el castigo al abortista, si era pobre, mandándolo a las minas y si era un notable, le confiscaban parte de sus bienes y se le desterraba a una isla.
Dirá usted que son cosas muy viejas de gente que uno no sabe qué tenían en la cabeza. Bueno, si le parece acudamos a las más grandes personalidades, por ejemplo, de la iglesia católica (que no están bajo sospecha de ser permisivas, precisamente).
San Agustín de Hipona, santo y teólogo cinco estrellas, consideraba que el embrión no tenía alma hasta el día 45 después de la concepción, que matarlo era pecado mortal, pero menos grave que matar al feto ya formado. Casi mil años después, Santo Tomás de Aquino, teólogo oficial de la iglesia romana, coincidió con San Agustín, pues el alma no es infundida antes de la formación del cuerpo, por lo que el embrión no tiene alma sino cuando el feto comienza a adquirir la forma humana cuya primera señal son sus movimientos que significan el comienzo de la animación, que calculaba a ojo de buen cubero, entre el día 40 o el 46 de la concepción: todo aborto era pecado mortal, pero no todo aborto era homicidio; si le interesa consulte en la Suma teológica II-II, q. 64, a. 1; Suma contra gentiles 3, 22, n. 7. y el Comentario al libro IV de las Sentencias, dist. 31, q. 2, a. 3. No está uno inventando.
Ese criterio adoptó como oficial en 1312, la iglesia católica en el Concilio de Vienne convocado por Clemente V. Hasta 1558, el papa Sixto V consideró el aborto como homicidio, castigado con excomunión. Luego, el papa Gregorio XIV regresó a la teoría de los plazos y dictó que era excomunión solo cuando el feto tenía alma. En 1701, el Papa Clemente IX propuso que se tenía alma desde el momento de la concepción; y en 1869, el papa Pío IX ratificó la idea. Y en el 2021, el afamado y muy popular papa Francisco afirmó: El aborto es más que un problema, es un homicidio. Quien aborta asesina, es así.
Ideas que pueden afectar a los que profesan esa religión, estará usted pensando y es así, pero sirve para cuando menos dejar claro que no está nada claro cuando es persona el óvulo fecundado y que no están locos de atar los que proponen que todo aborto es matar, si no a una persona, sí a algo que lo será. Siempre es matar vida humana en alguna de sus etapas, que nadie espera con nervios que le diga el ginecólogo si su esposa tiene en el vientre una calabaza, un conejo o un niño.
Fundar el derecho a abortar en que el producto es parte del cuerpo de la mujer, es una inmensa babosada: un óvulo fecundado, un feto, no es una muela picada ni un barrito que se puede exprimir. Y los terribles casos de violación, incesto, fecundación obligada, peligro de muerte de la madre y todos, merecen el más respetuoso silencio de todos -a favor y en contra-, y toca la autoridad el enojoso deber de legislar con rectitud, empatía por la mujer y cuidado de los no nacidos; no se les envidia labor tan ingrata.
Lo más penoso es que el drama del aborto -que siempre es una tragedia-, lo usen con intención zalamera o política los y las feministas a modo y de moda.