Ernesto Gómez Pananá.
Tuxtla fue durante muchos años, una ciudad “tranquila”. Quienes nacimos en la década de los setenta recordamos contadas historias de secuestros.
Por allá unos gavilleros que sustraían a un ganadero; acaso el asalto a alguna sucursal bancaria; acaso una presunta “desaparición” que terminaba siendo la “huida” de dos jovencitos en frenesí amoroso.
Nada del otro mundo. Tiempos candorosos.De un tiempo a la fecha, específicamente el año 2006 con la declaratoria de la guerra al narco, las cosas empezaron a cambiar en el país. Zonas bajo control de la delincuencia organizada, enfrentamientos, cobro de piso, lavado de dinero, extorsiones, venta local de mercancías ilícitas.
Personas secuestradas, ejecutadas, desaparecidas. Incluso aquí en Tuxtla difícilmente hay alguien que no conozca la historia cercana de una persona desparecida. Los casos son cada vez mayores en número o frecuencia.
Basta ver las lonas que ya son cosa común ver colgadas en puentes peatonales o las alertas que circulan en redes dando cuenta de alguien que no aparece.
Estamos familiarizándonos con el horror. Y más horror será que lo normalicemos.
Formalmente, el primer Galimatías apareció por allá del 2016. En ese mismo año, mientras en el mundo Trump era electo presidente de EEUU y los ingleses votaban por abandonar la Unión Europea, en México el Chapo Guzmán se fugaba de la cárcel de El Altiplano; Peña Nieto aún era presidente y el Papa Francisco visitó varias ciudades de México.
Por aquel tiempo, también prevalecía el boom de las narcoseries colombianas y en si mismo el término “colombianización” era sinónimo de algo que se tornaba violento, peligroso, sanguinario.
Ese mismo año, según cifras oficiales publicadas por la CNDH, había en nuestro país 29,903 casos de personas desaparecidas. Siete años después, ya en 2023, la cifra superó significativamente los cien mil casos.
Una tragedia de tal dimensión que por encima del concepto “colombianización”, de lo que se habla hoy internacionalmente es de “mexicanización”.
Una dolorosísima versión reloaded-turbo-HD-remasterizada de lo sucedido en Colombia en tiempos de Pablo Escobar.
En esta colaboración semanal he abordado infinidad de temas desde mi perspectiva personal.
He compartido con mis querides 15 lectores mi sentir y mi opinión-no-pedida. Asuntos políticos, ciudadanos, deportivos, culturales o hasta gastronómicos (mi _oda_ a la papausa, la historia del mango Ataulfo o la analogía del guacamole) pero en una estadística rápida, creo que este tema de la violencia imparable que nos arrastra es uno de los más recurrentes.
La violencia llegó, seguirá creciendo y se quedará en nuestra cotidianidad al menos dos décadas si no empezamos a actuar pronto. México esta en emergencia. No deberíamos cerrar los ojos.
Oximoronas 1.
Mientras todo esto sucede, las calles son campo de batalla de aspirantes peleando por encuestas y acuerpados por batucadas, botargas, lonas y TikToks.
La violencia no es tema de campaña. No vende.
Oximoronas 2.
Haga el ejercicio estimado lector. Pregúntese si conoce el caso cercano de alguna persona desaparecida. Ahora pregúntese que sentiría si a usted le sucediera con alguien de su núcleo familiar. La sensación no tiene palabras: es como una muerte en vida.