Ernesto Gómez Pananá
La semana pasada, el Galimatías cerró señalando una idea que muchos filósofos y poetas han utilizado, la humanidad es un grado de arena en esa enorme playa que es el universo. La colaboración de hoy retoma el tema a propósito de un libro que -sincronicidad o serendipia-, se cruzó en mi camino.
El libro se titula El Precipicio, su autor es Toby Ord y una de las afirmaciones más fuertes del mismo es que la humanidad atraviesa hoy por su época más peligrosa y complicada, y no precisamente debido a la pandemia. En una lectura del tiempo más amplía, este filósofo australiano sostiene que a partir de 1945 inició esta etapa definitoria y de altísimo riesgo, ¿y por qué a partir de 1945? Porque en ese año, con la creación de las armas nucleares, la humanidad alcanzó la capacidad tecnológica para autodestruirse: ningún tsunami ni ningún sismo tienen un potencial cercano al de todo el arsenal nuclear acumulado por diferentes gobiernos. Ese es el núcleo de la publicación.
En este mismo sentido, Ord señala también que el último momento de catástrofe para el planeta fue hace 65 millones de años, cuando el choque de un meteorito causó la extinción de los dinosaurios. Aquí Ord explica que eventos como estos no son tan frecuentes, de tal suerte que el riesgo de que otro meteorito impacte en la tierra es de una posibilidad en mil cada siglo.
En las conclusiones de su libro, este académico del Instituto del Futuro de la Humanidad perteneciente a la Universidad de Oxford cierra con una idea tremendamente provocadora: una de las opciones para la supervivencia de la humanidad en el largo plazo es el convertirnos en una especie interplanetaria, y ¿qué significa esto? Ser capaces de habitar otros planetas y duplicar entonces nuestras posibilidades de sobrevivir. Llegar a un sitio desconocido y habitarlo. Algo similar a lo sucedido hace quinientos años en el territorio que hoy no es Tenochtitlán ni tampoco la Nueva España sino México, un país -hoy- mayoritariamente mestizo, con núcleos de mayor presencia española o indígena pero con mayoría claramente mestiza.
Traigo esto a cuento sin afán de polémica pero poniendo el énfasis nuevamente en nuestra pequeñez relativa, México y sus habitantes somos también un grano de arena en la playa del universo y nuestra historia es un segundo en el gran reloj del tiempo desde que ocurriera el Big Bang.
Existe una frase cliché que dice que la historia la escriben los que la ganan y durante décadas, siglos mejor dicho, la historia la escribieron unos y hoy, la escriben y la resignifican otros ¿Cuán correcta o incorrectamente?, difícil decirlo, difícil saber dónde radica la verdad, posiblemente en ninguno de los extremos y si en un centro amplio, flexible e incluyente. Pero el caso es que hoy, en esta reescritura de la historia, se anunció que la estatua de Cristóbal Colón, ubicada en la glorieta del mismo nombre, sería sustituida por la Cabeza de Tlalli, un monumento que busca honrar a las mujeres indígenas de nuestro país.
Honrar a las mujeres indígenas de México tiene validez y sentido sin duda, pero mantener vigente la aportación a la historia universal y nacional del navegante italiano -Don Cristóforo Colombo, genovés de origen- es también válida y necesaria. Una cosa no necesariamente está confrontada con la otra. Somos el resultado de ese encuentro. No seríamos lo que somos de no ser por ese encuentro. Si existen culpas, expiémoslas reencontrándonos y reconciliándonos con nuestro presente.
Aquellas expediciones de hace cinco siglos -viajes intercontinentales- fueron un primer boceto de lo que serán, en un futuro ya inminente, los viajes espaciales que nos conviertan en una especie interplanetaria. Es la historia.
Oximoronas.
Nayib Bukele opera para poder postularse a un siguiente período como presidente de El Salvador. Lo dicho. El poder embrutece hasta al más auténtico. El poder es una droga