Ernesto Gómez Pananá
BlackoutEn cine, se le llama “fundido a negros” a la transición de escenas en la que por un instante la pantalla queda toda en negro para volver a abrirse ya en la nueva escena.
Una toma clásica.Hace un año, en estas mismas fechas, Galimatías relató las peripecias de este columnista y “un su acompañante” en el Maratón de Aguas Abiertas de Bacalar.
Como entonces relaté, la adrenalina de la competición es indescriptible y adictiva.
Para este 2023 nos preparamos mucho mejor y hacia allá partimos entusiastas el viernes dieciséis pasado. Cuatro am.
El camino hacia Villahermosa es una autopista en algún sentido ya saturada. Docenas de camiones de carga la recorren, particularmente de noche y madrugada.
Avanzamos. Pasamos la primer caseta. Enseguida un tramo angosto. Quien escribe este relato va al volante: Noventa kilómetros por hora. No más.
De pronto fundido a negros. El blackout de este road movie parece una eternidad. Al volver, en la escena aún está oscuro. Ruidos de motor por todos lados, luces xe camiones y autos iluminan sombríamente el sitio; se escucha una voz en off que grita “están mísero”, el vehículo lleno de polvo, extrañamente retorcido, yo inconsciente, mi compañero de viaje intenta despertarme, al mismo tiempo que alguien intenta abrir la puerta maltrecha a mi lado izquierdo.
Finalmente despierto, trato de orientarme. Al ver el caos pienso: “caray, chocamos”, hay que resolver el “golpecito” y seguir rumbo a nuestro reto acuático.
Lo pienso sin saber.Mi milagroso y anónimo rescatista consigue abrir la puerta y me saca. Pretendo caminar y el dolor es agudo y en todo el cuerpo. Piernas, pies, espalda y abdomen. Escurre sangre de mi brazo izquierdo y siento astillas de cristal en el antebrazo derecho.
También tengo lesiones en la cabeza. Mi mente ajusta su perspectiva, “caray, creo que no estuvo tan leve”, lo pienso mientras intento identificar el dolor en mi cuerpo.
Salgo “caminando” con auxilio pero el dolor es intenso. Camino unos pasos que parecen kilómetros, volteo y veo el vehículo.
Apenas ahí empiezo a dimensionar el milagro: volvimos a nacer. La góndola y la parte del asiento trasero compactados en un acordeón de láminas y fierro.
Al frente, el motor destruido y también compactado, piezas regadas por todos lados, gasolina y aceite en el pavimento. Una llanta desprendida atorada cuatro metros arriba, en el muro de contención.
Apenas, deus ex machina, la cabina mínimamente a salvo para a su vez salvarnos la vida. Empiezo a dimensionar.Lo posterior es confuso: por mi pie subo a la ambulancia; Se va y nosotros permanecemos ahí.
Una, dos, tres horas. No lo sé. Finalmente llega otra camada de ángeles para socorrernos. Por fin vamos rumbo al hospital.
Valoración general: mi acompañante con lesiones en un pulmón. Conmigo contusiones múltiples y profundas; nada que comprometa la vida.
Reitero: un milagro.¿Qué sucedió? Un trailer sin frenos nos embistió por detrás en el kilómetro 156.
Nos arrastró algunos metros hasta aventarnos al muro de contención donde impactamos, ahora de frente, rebotamos y giramos hasta quedar atravesados transversalmente en medio de la carretera.
Ciertamente los aventureros no pudimos llegar este año a Bacalar. Pero ganamos la vida.
Oximoronas 1.
Está crónica se publicó originalmente hace un año. Sobreviví. Vivo, disfruto más que nunca la vida. Amo la vida que tengo: Abby, Emil, Caquino, Pato, Kiki, Les.
Oximoronas 2.
Armo esta columna actualizada mientras espero mi autobús: volví a Bacalar a sacarme la espina. Nada como desafiar a las olas y al cuerpo de cincuenta y dos. Nada como la libertad. Nada.
Oximoronas 3.
Ahora si para el próximo domingo mis comentarios sobre el dos de junio. No quiero entregar un “mal análisis” cuál Denisses, Macarios, Camínes et alteres. Guste -o no guste- la realidad está cambiando: no nos espantemos, ahora le toca a los que nunca les había tocado. Puede que no seamos Dinamarca, pero tampoco somos Venezuela.