Sr. López
Tío Arnoldo fue la vergüenza de la familia materno-toluqueña de este menda; entre sus defectos -ninguno menor-, destacaba lo mentiroso; mentía por gusto y por costumbre; mentía sencillito y de fantasía, estándar y en automático; y no era mitómano, mentía a sabiendas. Una incauta se casó con él y pronto descubrió que no era ingeniero, ni rico y -detallito final que la hizo dejarlo, fijada ella-, que tampoco era soltero. La buscó ya divorciado, pero una maceta en el cofre y otra en el techo de su coche, hicieron ver al canalla tío que esa mujer no le iba a creer ya nada, jamás. Pues no, nomás faltaba.
Como bien sabe usted, el Inter-American Development Bank, mejor conocido por nosotros los monolingües tenochcas como Banco Interamericano de Desarrollo (BID), es una entidad financiera con sede en Washington D.C., creada en 1959 para financiar proyectos viables de desarrollo económico, social e institucional a fin de promover la integración comercial regional en el área de América Latina y el Caribe (con los EUA, pero-por-supuesto). En su tipo es el banco más grande del mundo.
El BID no tiene nada que ver con la OEA (Organización de Estados Americanos que nuestro Presidente propone desaparecer), ni con el Fondo Monetario Internacional (que nuestro Presidente trata con un clavel reventón en la boca, sin FMI todo se nos reventaría); los orígenes del BID se remontan al Congreso de Panamá convocado por Simón Bolívar en 1826, en el que participaron Colombia, Guatemala, México, Perú
y los EUA, claro. Ese Congreso de nada sirvió aparte de intercambiar floridos discursos y comer muy sabroso.
Luego hubo más reuniones, todas igual de improductivas, hasta que los yanquis, hartos de tanta latina perdedera de tiempo, convocaron en Washington D.C. a la Primera Conferencia Panamericana que se celebró del 2 de octubre de 1889 al 19 de abril de 1890, con la finalidad de que los EUA aumentaran su comercio con América Latina. Participaron todos los países de América Latina menos República Dominicana (nadie los extrañó). Tontos no son los yanquis, mientras nosotros los latinoamericanos estábamos poniendo y quitando dictaduras, y buscando motivos para matarnos entre nosotros, ellos ya estaban pensando en
en dinero, como siempre.
Con el antecedente de las conferencias panamericanas, en 1959 se fundó el BID y cada año el BID destina el 40% de sus recursos al financiamiento de programas que mejoren la equidad social en la región. Y luego nos quejamos del tío Sam, vergüenza nos había de dar.
Sirvan estos antecedentes para calibrar la importancia del BID en Latinoamérica y entender que su voz no es un llamado a misa. Bueno.
Este 13 de enero pasado, el BID alertó sobre lo que considera el problema más acuciante de America Latina: Una crisis de confianza en gobiernos, empresas, sindicatos y prójimo en general, frena el crecimiento económico en Latinoamérica y el Caribe. ¡Zacapún!
Uno imaginaría que el problema más acuciante sería el avance del populismo, el creciente número de gobiernos de una izquierda cleptómana en la región, los retrasos en seguridad pública, salud y educación, la amenaza a la democracia que significa el reinado de la mentira y la demagogia
pues no, para el BID el problema más urgente, más apremiante, es la crisis de confianza, e instó a los países a resolverlo. ¡Qué fácil!
Mauricio Claver-Carone, presidente del BID, al presentar el reporte en que se identificó este problema latinoamericano, declaró: Colocar la confianza en el centro de la toma de decisiones gubernamentales reavivaría significativamente el desarrollo en la región.
Carlos Scartascini, líder del Grupo de Economía del Comportamiento del BID y uno de los que elaboraron el estudio, dijo: Aumentar la confianza es una gran oportunidad para los países: invertir en la confianza, paga; y agregó: Una mayor confianza acelerará el crecimiento, que es una de las grandes asignaturas pendientes de la región. Al mismo tiempo, permitirá afrontar mejor las reformas urgentes que necesita la región saliendo de la pandemia. ¡Úchale!, pues ya valió esto.
La muy prestigiada Alina Dieste, corresponsal en Washington de la AFP (la agencia de noticias de Francia), comentó: ¿Qué significa una mayor confianza? Más compromiso de los políticos en cumplir sus promesas, menos burocracia y regulaciones arbitrarias, y más ciudadanos comprometidos a ejercer sus derechos, como exigir a sus gobernantes que rindan cuentas, y cumplir sus deberes, como pagar impuestos. Preciso comentario: los políticos, los gobernantes del brazo con la ciudadanía. Igual que para aplaudir se necesitan dos manos (como explica doña Mercedes), para construir países, ambos elementos son esenciales, coprincipios, sin uno no hay lo otro.
México pareciera una rara excepción en la que por un lado va el gobierno y nosotros los del peladaje estándar, por otro, y así se ha construido un país que no es una birria (por lo pronto es una de las primeras 15 economías del planeta), sí, pero no debemos confiar de más: o resolvemos lo más pronto posible el creciente problema de seguridad pública o pronto vamos a estar rezando rosarios a rodilla para que las bandas criminales no nos pongan legisladores, gobernadores y en una de esas financien candidatos a Presidente de la república, dinero, les sobra.
Y hay otro problema que unos no ven y otros no quieren ver: nos hemos vuelto refractarios ante las mentiras oficiales. El actual gobierno federal sabe que puede decir lo primero que se le ocurra y no pasa nada, ni cuando dice evidentes falsedades, ni cuando viola flagrantemente las leyes.
No necesitamos inventar nada, ya tenemos a la Auditoría Superior de la Federación cuyo titular ya no debe elegirse entre los que propone el poder, sino las universidades y los órganos autónomos, ser dotada de facultades más amplias, incluidas las judiciales y mucho más presupuesto, se trata de abrir las puertas y ventanas del gobierno
eso o seguiremos en este, el cuento fantástico.