Sr. López
La única estrategia conocida para que tenga posibilidad de sobrevivir el que agarra a un tigre por la cola, es no soltarlo (aclaración prudente: agarrar es según el diccionario, asir fuertemente; en México no usamos asir, decimos agarrar, tomar, coger, sujetar, etc., y muy certeramente seleccionamos la palabra que mejor acomoda a cada caso. En este, no encontrará usted a ningún connacional que diga: El que coge a un tigre por la cola, de ninguna manera, por obvia razón; igual que en la familia de este menda, nadie tachó a la prima Olga, de asir antes de casarse, que hizo algo más serio y por lo mismo se casó a las volandas.
En fin, el triste caso de nuestros presidentes es que están obligados a soltar la cola del tigre en un improrrogable plazo de seis años (el actual periodo es de cinco años y diez meses), con un añadido terrible: por ley no escrita y costumbre infranqueable, quedan proscritos de la vida política en todas sus presentaciones y eso es muy doloroso para aquellos que deben todo a la política y de ella hicieron su pasión dominante.
Sí, sin excepción todos nuestros todopoderosos presidentes pasan de un día para otro a la nada política; de ser primera y última palabra en todo asunto, pasan a la más rotunda indiferencia política, nadie les consulta nada (ni el teléfono les contestan), y si se atreven a opinar sobre algo, los escucha solo su servicio doméstico o -peor-, lo informa algún medio de comunicación y cualquier pelagatos los contradice y hasta se burla, cosa inconcebible mientras ostentaban el polifacético cargo de titulares del Poder Ejecutivo, jefes de Estado y de Gobierno, comandantes supremos de las Fuerzas Armadas, aparte de influir determinantemente en el Congreso, manejar el erario como propio, ser dueños del destino profesional y político de todos sus subordinados y hasta de sus opositores formales, en su calidad de dadores de toda gracia, manantiales de súbitas riquezas y privilegios de amplio espectro o fuentes de aflicción.
Parece una exageración fuera de toda proporción pero un Presidente de la república mexicano tiene más poder -legal y extra legal- que Luis XIV, el Rey Sol de Francia, personificación del absolutismo, ese que decía L’État, c’est moi (el Estado soy yo) pero aguantaba mal el contrapeso a su poder de la iglesia (la católica, claro), que se tardó 39 años en atemperar (Declaración del Clero Francés del año 1682 que acotó el poder papal en territorio francés, tantito), y siempre cuidándose las espaldas porque la alta aristocracia francesa era levantisca y príncipes, nobleza y parlamento, le daban problemas de oposición muy serios, tanto que se vio obligado a librar entre 1648 y 1653, las guerras civiles que se conocen como La Fronda, que una vez ganadas y como no podía meter al orden a los nobles a gritos ni sombrerazos, empezó a otorgar los cargos de gobierno a plebeyos o la nueva nobleza, que dependían de su favor en todo
y a los de la alta nobleza los forzó a vivir en Versalles, en una fiesta perpetua que los mantenía al borde la quiebra y reponiéndose de indigestiones y borracheras.
De regreso a nuestra risueña patria. Los que llegan a presidentes y pasan sin remedio a expresidentes, sufren, unos más, otros menos, por la súbita y tajante pérdida del poder pues por más que sepan de su fecha de término, nada los prepara para la realidad de la vida en neutro que los aguarda en cuanto su sucesor se tercia la banda.
Ahora tenemos vivitos y tristeando a Salinas de Gortari (a este le duele más que a todos, pues su proyecto era imponer su voluntad cuatro sexenios aparte del propio, seguro de colocar a los de su carro compacto
sí, cómo no, le mataron a su sucesor designado y todo se derrumbó); Ernesto Zedillo (le afecta poco, fue presidente casi a su pesar), Chente Fox, Felipe Calderón, don Quique Copete, Peña Nieto (al que no mucho le apura estar fuera del circuito del poder, gracias al alto contenido de confeti en cerebro que padece)
y Luis Echeverría Álvarez quien ayer cumplió 100 años de vida y 45 completos de expresidente.
Por si la edad de usted lo salvó de padecer el sexenio de Echeverría, se le hace saber que fue una pesadilla. No piense que era atolondrado, torpe, improvisado, inculto o atrabiliario, no, don Echeverría fue un fruto purísimo del entonces llamado sistema, el régimen priista en el que (O tempora, o mores!), el Presidente era TODO, era los tres poderes en su persona, los gobernadores eran como sus empleados, los alcaldes eran figuras de decoración y los partidos políticos de oposición (nada más había uno, el PAN), era una oposición eólica, pura música de viento; todo eso muy cierto tanto como que los integrantes de sus gabinetes solían ser personalidades respetadas; nada más para que le tome la temperatura al bote de los tamales, le menciono unos tres señores del gabinete de Echeverría: Emilio Óscar Rabasa, Alfonso García Robles, Hugo B. Margáin, ahí busque por su cuenta en San Google.
Y así, con todo y su gabinete de figuras de primera línea, Echeverría fue un dolor de cabeza nacional, en primer lugar por la verborrea que lo afectó desde que fue ungido como candidato y hasta el último día de su sexenio; en segundo lugar por su discurso pretendidamente socialista que solo consiguió la desconfianza del empresariado; en tercer lugar porque se le metió en la cabeza que era un personaje de talla mundial (risas discretas de respetable).
Aciertos tuvo no pocos, pero propició un ambiente social y político insoportable en el país, el dólar duplicó precio, la deuda externa se triplicó, adquirió cuanta empresa quebraba en el país y se le derrumbó la economía. Lo del 2 de octubre del 68 se le cuelga sin razón pero lo del 10 de junio del 71, el Halconazo, sí es de su cosecha con todo y muertos.
¿Error de Echeverría?… imaginar un México antes y después de él; ¿su castigo?, la longevidad, la larga vida siendo nada. Y no crea que se les quita, en política es incurable el delirio de grandeza.