SR.LÓPEZ
Contaba la abuela Elena de su tío Nachón, de nombre Ignacio, al que decían así por la desmesura de sus posaderas, que de niño fue pastor, de joven, arriero y para cuando se casó, tenía un ranchito que creció junto con su prole que sumó 16 hijos, entre hombres y mujeres. Ya rico (de pueblo), enviudó y así quedó largos años, trabajando sus cada vez mayores tierras y ganado con el apoyo de hijos y yernos. Todo iba bien pero a los 70 de edad, tío Nachón regresó de un viaje a Culiacán, casado con una joven de quitar el hipo de guapa, estupenda. Ardió Troya, hijos, hijas, yernos y nueras la odiaron al instante: trepadora, interesada, güila, era lo menos que decían de ella. Tío Nachón se permitió tener dos hijos con su estupenda esposa y a los 85 pasó al definitivo estado de fiambre, sin haberse tomado la molestia de hacer testamento. Hijos, hijas, yernos y nueras, juraron no dar a la viuda (estupenda) ni un metro de tierra, ni un ternero; contrataron abogados y hubo rumores que matones también. Soplaban vientos de fronda cuando citó a todos la viuda (estupenda) y les hizo saber que se iba con sus hijos y que no le interesaba ni una maceta de tierra ni una chuleta de res. Luego se supo que era hija de un generalote revolucionario, amigo de presidentes de la república, rico de poner en ridículo a la descendencia completa del tío Nachón. Cosas de pueblo.
En la Cámara de Diputados el viernes pasado, 262 diputados procedieron a celebrar la ceremonia pública de confirmación de su cualidad de siervos obsequiosos del Presidente, al aprobar las leyes Orgánica del Poder Judicial de la Federación, y de Carrera Judicial del Poder Judicial de la Federación, incluida la prolongación de dos años en el cargo del Presidente de la Suprema Corte y del Consejo de la Judicatura Federal, Arturo Zaldívar. No valieron para esos 262 gallardos legisladores las numerosas advertencias de expertos en Derecho, sobre la inconstitucionalidad de tal desfiguro.
No es nuevo y no es sorpresa. Algunos integrantes del Congreso de la Unión no raramente son mascota cariñosa que celebra lo que sea que le haga su amo Ejecutivo, jalarles las orejas, rascarles el lomo, ordenarles dar machincuepas o tirarles un hueso. Nuestro Congreso no tiene una historia como para andarla contando.
No hay espacio para entrar en detalles, solo recordemos que nuestros legisladores (el 19 de mayo de 1822), hicieron emperador a Iturbide, sí. Y fueron ellos los que aprobaron la entrega de más de la mitad del territorio nacional a los EUA, el 18 de mayo de 1848 (48 votos a favor contra 37 en contra) y esos 48 batracios jamás enfrentaron consecuencia ninguna por tamaña responsabilidad.
Lo dicho, no es gran sorpresa una pifia de nuestro Congreso y nos las han hecho muy gordas, como haber nombrado presidente de la república a Victoriano Huerta la noche del 19 de febrero de 1913, dejando en sus manos a Madero y Pino Suárez a los que el ese vil mandó asesinar tres días después (el 22 de febrero de 1913), dando origen a la guerra civil que ahora llamamos Revolución Mexicana, sin que ninguno de esos legisladores calzonazos hayan sido jamás señalados como corresponsables de esa bárbara guerra civil que costó ríos de sangre y lagos de llanto.
Y por si cree que para nuestro Honorable Congreso hay límites, tenga presente que reformó la Constitución el 27 de diciembre de 1926, para que Álvaro Obregón pudiera reelegirse. Entre los postulados básicos de la revolución maderista (esa sí fue revolución), estaba la no reelección, pero nuestros legisladores, saltando de puntitas entre los charcos de sangre de la feroz guerra civil que siguió al asesinato de Madero, aprobaron muy quitados de la pena la reelección de Obregón que había sido presidente de 1920 a 1924 y no les bastó, también le ampliaron el periodo de cuatro a seis años y lo proclamaron Presidente para el periodo 1928-1934. Eso acabó mal, a tiros, mataron a Obregón y la no prolongación del mandato presidencial quedó sellada o eso parece.
Bastan esos pocos episodios esperpénticos del historial de nuestro Congreso, para no escandalizarnos por la prolongación del periodo del Presidente de la Corte que aprobaron el viernes. Son capaces de eso y peor pero, México, hoy, no es el país en gestación que era en 1822, 1848, 1913 y 1926. Para sorpresa de perversos, improvisados y trepadores, el país ahora es una robusta nación, aunque no lo crean, sólidamente relacionada con el resto del mundo, con empresas de primer orden y también con instituciones y organismos que (¡sorpresa!), sí funcionan.
Por lo pronto, Arturo Zaldívar, ministro Presidente de la Corte y de la Judicatura, el mismo viernes, emitió una carta pública: Ejerceré el cargo de Presidente de la SCJN y del CJF por el periodo para el cual fui electo por mis pares ( ); no acepta esa artificiosa prolongación de su periodo que termina en enero de 2023; y abunda: lo dispuesto por el Congreso no extiende el plazo de encargo como Ministro de la Corte, esto es: él pasa a Ministro en retiro el 1 de diciembre de 2024, lo que hace imposible que ya no siendo Ministro, siguiera de Presidente de la Corte hasta enero de 2025, como aprobaron con descuido y negligencia nuestros honorabilísimos legisladores federales.
Hubo el viernes quienes se sintieron decepcionados porque el ministro Zaldívar, no dijo si considera inconstitucional esa prolongada de mandato. No lo dijo porque no debe por ley opinar de nada que pueda llegar a la Corte, sería prejuzgar y está prohibido. Sí dijo que la Suprema Corte ya se pronunciará cuando se presente ante la Corte algún recurso legal sobre esto. Pero tenga presente que este Ministro, en el intento de prolongación de mandato del gobernadorcito de Baja California (aprobado por su Congreso), estableció: Pone de manifiesto un verdadero fraude a la Constitución, un efecto corruptor de rango constitucional, y la Corte, nuestra Corte, impidió ese abuso.
Créalo, en Palacio Nacional hay quien trae colitis legislativa.