Sr. López
Pepe, el más impresentable primo que tenerse pueda, cursó Primaria, Secundaria y Prepa, en colegio particular, hilando siempre y en todas las materias nueves y dieces (sin estudiar, que ese era el chiste), y muy rara vez alcanzó el seis en Conducta. Por el contrario, el primo Danielito, que terminó prepa a los 24 cumplidos, siempre sacaba diez en conducta y reprobaba todo, Deportes también. Y la adiestradora de este menda, decía: -Cuidado, tú, la conducta de Daniel y las calificaciones de Pepe –y ni lo uno ni lo otro. Ni modo.
Seamos sinceros: a la generalidad de la gallarda ciudadanía mexicana, le importa un pito que el régimen actual haya desaparecido los órganos autónomos, colonizado el INE, controlado el Congreso, caricaturizado al Poder Judicial y que trate a nuestras leyes y Constitución, con el respeto que un briago a las teiboleras.
Lo que es más: ni se ha enterado el tenochca simplex nivel banqueta. La gente lo que quiere es comer diario, que no la muelan y si se puede, ver el fut el fin de semana con una Tecate, si se puede.
Es cierto y el régimen, este, el transformador cuatrotero, lo sabe, en eso confía y lo ratifica con los resultados favorables que consiguieron en las elecciones del 2024. Ni quien diga nada. Lo dijo Erich Fromm, es posible que una nación entera, comparta una locura (no es cita, pero lo dijo).
Este régimen instalado por el visitante frecuente a Badiraguato, pasa por alto que ese peladaje nacional, es el mismo que en 2000 y 2006, votó por el PAN y en 2012, por el PRI; tampoco es para echar cuetes que hayan ganado 2018 y 2024.
Aparte olvidan estos ebrios de triunfalismo, que ese votante, ese elector mexicano, ignorante, apático, dócil y sobornable, nunca les ha dado la mayoría en el Congreso, nunca, aunque la hayan conseguido gracias a las trapacerías legales que permiten nuestras barrocas leyes electorales. Pero que la gente no vota a lo maje, queda claro.
Los cuatroteros verdaderos (hay mucho simulador), que están incrustados en el aparato político y en la administración pública, aspiran a conservar el poder y sin confesarlo, ya calientitos todos con pijama, no sueñan con quinientos pasteles, sino con los 71 años que el PRI gobernó. No la tienen fácil.
El siglo pasado no solo vio caer el longevo régimen priista, no, se derrumbaron siete imperios, no un régimen tropical como el nuestro, no señor, imperios con toda la barba: el de China (1912); el régimen imperial zarista en Rusia (1917); el Imperio Otomano (1918); el Imperio Austrohúngaro (1919); el imperio de Japón (1945); el imperio británico (1956); y el colapso de la Unión Soviética (1991).
Dato curioso: la URSS, el potente imperio ruso, se inició en diciembre de 1922 y colapsó en septiembre de 1991, duró 68 años y meses. El PRI duró más y no hubo derrumbe ni despelote general como en Rusia, ese desgraciado país destinado a la fatalidad que ¡otra vez! está bajo una dictadura, la del Putin desde hace ya casi 26 años (desde el 31 de diciembre de 1999). Qué mala pata.
Emular la permanencia del PRI no lo conseguirá este régimen modelo chancla pata de gallo.
En primer lugar porque no son partido, Morena no tiene vida propia ni cuadros autónomos, tiene dueño.
Y en segundo lugar porque el tricolor llegó al poder por una eventualidad (que no se va a repetir, la historia no repite, rima), que desde su comienzo propició que en su seno siempre hubiera eso que el historiador británico Arnold J. Toynbee, llamaba la “minoría creativa”, ese núcleo de pensamiento y pensadores que diseñan políticas que implementaban eficazmente sus cuadros, en respuesta a las cambiantes necesidades y exigencias de la población y del exterior: el PRI nunca se acartonó, fue de izquierda, derecha y centro. Y así y todo, cayó, tenía que caer, el cambio generacional del electorado los derrotó… y en buena hora.
Por cierto, don Toynbee, dice (no es cita), que cuando la “minoría creativa” deja de serlo y ya no responde a los retos cambiantes de la vida de una nación, el aparato al poder se transforma en una “minoría dominante”, que se impone a la población y la obliga a obedecer sus disposiciones, sin merecer esa obediencia, sin el respeto de los individuos. Eso lleva a la pérdida del poder.
Siguiendo a don Toynbee (no es cita): como esa “minoría dominante”, considerándose a sí misma heredera de triunfos y méritos ajenos, inventando un heroico pasado e idealizando un futuro que jamás acaba por llegar, se mantiene por la fuerza, contra todo derecho, sin argumentos ni razonamientos válidos, a veces escudada en triunfos electorales cuya legitimidad se degrada en cada proceso comicial, y se transforma en un “estado universal”, en el sentido de absoluto, que sofoca cualquier iniciativa política y toda oposición. Por eso se anotó arriba: eso acaba en la pérdida del poder.
El régimen cuatrotero nació mal parido. Jamás tuvo más brújula que los dichos del día, de cada día, de su fundador, jamás tuvo “minoría creativa” y a los que intentaron serlo, los aisló, los encapsuló; y cosas de la vida, jamás tuvo “minoría dominante”: desde su inicio todo giró en torno a un solo líder indiscutible. Nació como “estado universal”, en este caso, un estado unipersonal.
Un señor muy serio, Gary Feinman, dice (sí es cita), que “hay líderes amorales que desestabilizan sus sociedades (…) corruptos o ineptos (que) amenazan la estabilidad de los lugares que gobiernan”. Y señala como indicios de ese mal derrotero (ya no es cita): la concentración del poder político, el vaciamiento de las instituciones burocráticas, el abandono de la infraestructura y el deterioro de los servicios públicos.
Agregue usted una generalizada inseguridad, un régimen salpicado de sospechas de complicidad con el crimen organizado y ya estamos en donde estamos, nada más que con la Presidenta de la república anticipándose a las delaciones del Chapito y como cualquier acusado, exigiendo pruebas, pero de antemano. ¡Ay, señora!