Sr. López
Allá en Toluca, las tías Lola y Lupe, eran hermanas y solemnemente solteras. Siendo jóvenes pusieron unos ‘parvulitos’ (no había ‘kinder’), que con los años llegaron hasta la preparatoria y las hizo pasadas de ricas. La edad como suele suceder, se les fue echando encima y ya viejitas, su escuela era un verdadero desorden. Se le ocurrió pedir a Pepe, porque se las sabía todas, precisamente por ser el más impresentable primo que tenerse pueda, que las ayudara a poner orden en su colegio y sí, fue Pepe a ver qué debía hacerse. A la semana les dijo que ya tenía la solución: -Cierren la escuela –así de mal estaban las cosas. Cerraron.
Cuando una sociedad es pequeña, cuando está formada por cuatro gatos, la propia gente cuida de su seguridad y la de todos. Todos se conocen, todos saben en qué anda el vecino y cuando hay un delito, no es difícil saber quién es el responsable… y el castigo solía ser muy violento.
¿Por qué muy violento?, porque el fundamento más arcaico del orden social es el miedo, sin adornitos. Ya con el tiempo, portándose razonablemente bien la mayoría de la gente, se instala el aprecio común por el orden y el respeto a la costumbre, que acaba siendo ley. Pero, primero, miedo… y después, también, como ingrediente disuasorio de probada eficacia.
Es en las sociedades desarrolladas y de población numerosa, que el orden, la seguridad y el respeto a la ley, corren a cargo de grupos dedicados, a cuidar, unos, y a castigar, otros. A cuidar, los policías; a castigar, los jueces. Se oye feo, así es.
Tan lejos como 2500 años a.C. (más o menos), en Egipto tenían cuerpos policiacos profesionales que cuidaban calles y sitios públicos (y usaban perros y monos entrenados, nada nuevo hay bajo el sol); para la seguridad en el campo, en las fronteras y para cuidar las caravanas, contrataban beduinos.
Más para acá, por ahí del año 1790 a.C., en Babilonia también tenían entidades de policía a cargo de los ‘paqūdus’, responsables de hacer cumplir las leyes, investigar delitos y arrestar criminales.
En la Roma clásica la cosa fue más formal. Desde sus más remotos orígenes tenían primitivos cuerpos policiacos. Ya en tiempos del emperador Augusto -entre el 27 a.C. y 14 d.C.-, contaban con el agrupamiento de los “vigiles urbani” (policías urbanos); y con los “cohortes vigilum” (escuadrón de policías), que patrullaban de noche y aparte hacían de bomberos. En el año 6 d.C., Augusto, nos cuenta Estrabón, implantó un impuesto del 4% a la venta de esclavos, para financiar las “cohortes vigilium”; así de seria la cosa. No cuenta la Guardia Pretoriana, que era la fuerza militar de élite que cuidaba a los emperadores.
La seguridad en el campo, los caminos y carreteras (las “vias”), era responsabilidad del ejército, de las legiones romanas, que vigilaban y patrullaban, protegían la propiedad privada y arrasaban con los bandidos.
En Roma no se andaban con chiquitas a la hora de aplicar castigos. No hay espacio para dar detalles, pero era un golpe de muy buena suerte que nada más le recetaran una tanda de azotes al criminal (y el flagelo romano tenía trozos de metal en las puntas de las correas), eran muy creativos a la hora de idear castigos que aterrorizaran a la gente, que de eso se trataba. Piense en la crucifixión, de cabeza… con los genitales también clavados (Séneca).
Todo esto a cuento de que al repasar la historia de las más grandes civilizaciones y de importantes imperios, se queda uno en sus artes, arquitectura, gestas militares. Pero para construir pirámides, acueductos, coliseos… culturas, para progresar hasta dejar su impronta en la memoria de las futuras generaciones, primero fueron sociedades organizadas, ordenadas, en las que la vida cotidiana podía discurrir sin sobresaltos y eso es imposible sin seguridad pública, sin asegurar a todos la aplicación de la ley en su favor y en castigo de los delincuentes.
No hay manera de conseguir grandes cosechas de grano si el campo es asolado por bandoleros; no hay manera de levantar grandes ejércitos si los hombres no pueden confiar sus familias y sus bienes al cuidado de la autoridad. No hay progreso sin seguridad, por eso en la antigüedad se invertían ingentes recursos en construir flotas armadas, para asegurar las rutas marítimas comerciales, no andaban de paseo, andaban vigilando.
Es de pena ajena tener que hablar de esto tan elemental. No debiera hacer falta repetir que la primerísima obligación del gobierno, del Estado, es la seguridad pública. En México, desde los años 70 del siglo pasado las autoridades fueron permisivas, indiferentes, y para no ser tachadas de represoras permitieron casi todo desafuero y con el crimen organizado se mantuvo un entendimiento implícito: no te persigo mientras no afectes la vida del común de la gente.
Ese aceptar que el gobierno sea extorsionado por criminales disfrazados de luchadores sociales, ese tolerar criminales, iba y va directamente en contra de la razón de ser del Estado.
Luego pasó lo que pasó. Llegó a la presidencia de la república un cínico que abiertamente predicó los “abrazos no balazos”, y que cuidaba de los criminales, lo dijo con todas sus letras, el 12 de mayo de 2022: “(…) también cuidamos a los integrantes de las bandas, son seres humanos”; y lo ratificó al día siguiente. “No fue un desliz, no, fíjense que así pienso (…)”. También clamó que a él no le fueran con el cuento de que la ley es la ley… y permitió en grado de complicidad el exponencial fortalecimiento del crimen organizado y que se incrustara en la propia estructura del gobierno en distintos niveles, incluido el más alto. Eso no se había visto jamás.
La Presidenta Sheinbaum no tiene escapatoria, limpia pronto a su gobierno de criminales de saco y corbata o desde los EEUU van a exhibirlos y van a demoler su sexenio, su partido y su segundo piso. El país se le está desmoronando y de no corregir, tiene asegurado su lugar en la historia como la primera mujer presidenta, la que dejó ruinas. ¡Vaya manera de pasar a la historia!