Sr. López
Una tía de la abuela Elena, Cuquita, allá en Autlán, a principios del siglo XX enviudó con dos hijos chiquitos y heredó un “rancho” del que no sabía cuánto medía en hectáreas sino en días a caballo. Joven ella y mañosos los caporales y la peonada, eso era un despelote y la robaban. Pero, ¡hay un Dios!, no se supo cómo apareció por la región un militar prusiano retirado que le ofreció ayudarla. Como por ensalmo (y con algunos difuntitos), el “rancho” volvió a florecer. Pero tía Cuquita no era tonta: se casó con el oficial (nomás se juntó, según la abuela). Dormían cada uno, con un fusil de su lado de la cama. Como sea.
Ahorro a usted los detalles de la situación general que priva en el transformado país que hoy tenemos por el obrar cuatrotero (y en la quinta acepción del respetable diccionario de la Real Academia, obrar es sinónimo de defecar).
Hasta el peor informado tenochca simplex chancla pata de gallo, sabe que la cosa está que arde: la economía agónica, la salud infame, la educación monopolizada por cárteles sindicales, y la seguridad pública a cargo del crimen organizado. Bonita cosa.
No es secreto. Desde el extranjero nos observan. El periódico ‘Karlsruher Zeitung’, en un artículo del 25 de octubre, afirma: “(…) las noticias más recientes de México nos presentan este país infeliz en la condición más tremenda de la disolución, la anarquía y el abandono”; terrible descripción.
El artículo es de 1848 y disolución, es el relajamiento de los vínculos obligatorios que hacen de la masa, sociedad.
Si no se impone en todo el país la seguridad pública (de imponer, obligar), si se siguen desbaratando las instituciones públicas, si la ley sigue sin ser la ley, habrá quien recuerde lo que después de recorrer largamente el país, el médico, botánico y explorador, Friedrich Adolph Wislizenus, escribió en sus ‘Memorias de un viaje al norte de México en 1846 y 1847’:
“Los mexicanos no son capaces de gobernarse a sí mismos (…) serán gobernados por otro poder, y podrían considerarse afortunados si no cayeran en manos peores que las de los Estados Unidos (…)”. Bueno, el crimen organizado actual de México ya es otro poder y sí, es peor que el tío Sam. Ni uno ni el otro, de ninguna manera.
Otro del que nadie se acuerda, Paul Frisch, publicó en 1853 ‘Los Estados de México, Centro y Sudamérica’, en que plantea que la causa de los problemas políticos que sufrían las jóvenes naciones hispanoamericanas, era “la mentalidad de sus habitantes (y) el gobierno de las masas, movimiento salvaje y sin orden (que) está en la base de una lucha encarnizada y continua de las costumbres y pasiones locales contra la civilización”. Contra la civilización… ¡zaz!
En aquellos ayeres, nadie daba un centavo por México y Hegel (1770-1831), en sus ‘Lecciones sobre la filosofía de la historia universal’, refiriéndose en particular a México, dice: “(…) siempre se ha mostrado y sigue mostrándose física y espiritualmente impotente (…) Europa y Asia tienen pasado y futuro, América del Norte no tiene pasado pero sí futuro, y América Latina (y con ella, México) no tiene ni pasado ni futuro”. ¡Caray!
Pero eso cambió. Ya para finalizar el siglo XIX, Porfirio Díaz erradicó el bandidaje que asolaba a la nación, puso a marcar el paso a una clase política levantisca y bandida, y permitió que la clase productiva, produjera. México se ganó el respeto del mundo, del mundo: de los 51 embajadores que había y de los 32 países que vinieron a las fiestas del centenario. Y de Díaz, se dijo que era “el personaje más importante de la historia moderna” (Alex Tweedie, 1906).
Pero somos como somos: nos organizamos una guerra civil (nada de revolución, que Díaz ya se había ido), y México quedó en ruinas… y se reconstruyó gracias a un partido hegemónico (todo hay que decir), que arrasó con los bandidos y cuatreros disfrazados de “revolucionarios”, impuso el orden a mamporros, y permitió que produjeran los que saben producir. Y Europa habló del “milagro mexicano”. Nadita.
Agotado el modelo del priismo imperial, México se preparó para incursionar en una cosa muy novedosa en nuestro país: la democracia y se hizo, para luego, ya presentables, con derechos humanos reales, efectivas libertad de expresión y prensa, órganos autónomos para controlar al gobierno y un Poder Judicial verdaderamente autónomo, acceder al mundo globalizado del comercio, atrayendo inversiones impensables antes, produciendo como no habíamos hecho nunca, hasta llegar a ser el principal socio comercial de los EEUU. Poquita cosa.
Sin embargo, la nueva clase política, por el trauma del 68 y por laxitud comodina, permitió el relajamiento del orden social, no solo tolerando cualquier desafuero de cualquier extorsionador del estado disfrazado de luchador social, sino también coexistiendo con el crimen organizado, empollando el huevo de la serpiente.
Y llegó el que llegó en diciembre de 2018. Dispuesto a todo. Haciendo pactos con todos, incluidos los grupos de poder factual, los criminales, pero no se crea que con los malandrines bota punta pa’rriba, no, con sus verdaderos jefes: políticos, militares, funcionarios, a los que a cambio de su apoyo les regaló seis años de abrazos… y así nos dejó: otra vez en ruinas.
En ruinas, sí. No es normal lo que sucede en México. No se quiera acostumbrar. Ya estamos sin estructura de gobierno, sin Poder Legislativo, sin Poder Judicial. Ya estamos nadando en sangre. Los horrores de tan cotidianos ya no nos escandalizan… bueno, al mundo sí.
La Presidenta Sheinbaum, ayer quedó en Palacio Nacional, de rehén del sindicato delincuencial de maestros, la CNTE, ¿qué sigue?; y ayer también, el tal Marco Rubio, jefe de Estado de los EEUU, dijo al comparecer ante el Congreso de Estados Unidos, dijo que la violencia política en México, es real y que “hay partes de México gobernadas por los cárteles”, ¿qué sigue?
Debe reaccionar la Presidenta y recordar que los periodos respetables de nuestra historia, empezaron por la imposición del orden público… donde tope.