Sr. López.
Ha quedado dicho que los de la parentela del lado paterno-autleco de este menda, eran machos como de película en blanco y negro y siendo así, señores de estampa como el de la gran Chabuca.
En el pueblo se sabía que a las mujeres de la familia nadie les ponía una mano encima, porque la afrenta la cobraba cada uno y eran muchos. Otra cosa que pasaba era que si entre ellos, alguno engañaba a su mujer, quedaba proscrito, porque la palabra dada se cumplía. Explicaba la abuela Elena: -Si te casas y te hartas de tu mujer, terminas… y luego te buscas otra, no al revés que traicionar no es de hombres -y añadía sonriente: -Y a la que dejas, la mantienes el resto de tu vida -gente de pueblo.¿Tiene límite la lealtad?… hay quien dice que sí, quien dice que no.La lealtad a la nación, a la comunidad a la que se pertenece, no tienen término, ni aun cuando se abjure de ellas; si se renuncia a la propia patria es de bien nacidos jamás vituperarla, es vileza, cosa fea. Igual con la fe religiosa, que se puede descreer sin censuras, sin infidencias, sin justificaciones viles; apostatar con señorío, se puede.
Lo mismo con la lealtad a un pariente, a un amigo, a un amor; si por la razón que sea, el afecto se acaba, no se traiciona, no se denuesta, no se viola la discreción a que obliga la simple decencia.
Algo similar sucede con la lealtad al superior jerárquico: se renuncia, se termina la relación… y se cierra la boca.
En política hay quien supone sin conocer ese difícil oficio, que la lealtad es cosa rara.
No saben que sin lealtad no hay partido que triunfe ni político exitoso. La lealtad es el cementante de la política bien entendida.La confusión en parte, obedece a que en política hay falsas lealtades resultado de lo atractivo que es lo mucho que está en juego en tal ocupación; por eso, en política no son raros los trepadores oportunistas, saltimbanquis prestos al cambio de bando conforme a sus intereses personales.
La lealtad en política debiera ser primero, al ideal, al proyecto, al propósito cívico y luego, a quien o quienes lo proponen, lo impulsan, lo defienden.
Al líder se le sigue por su discurso y sus actos, sus hechos lo deben ratificar como legítimo guía… o falsario arribista.
Esto de la lealtad es algo que todos distinguimos pero no es tan fácil definirla.Recurramos a Aristóteles, quien dice que la lealtad es el punto óptimo entre dos posturas (mal traducido por algunos como ‘errores’), un equilibrio moderado por la prudencia.
No queda tan claro.Santo Tomás de Aquino, tan vivo, en vez de meterse en definiciones, dice que la lealtad es confianza y es el sólido pilar de los vínculos entre las personas, indispensable para la vida en sociedad; y agrega que la lealtad es honestidad, fidelidad con uno mismo, con los demás y cumplir la palabra dada, que es implícita en la vida social y explícita en las promesas personales, ya sean privadas o públicas.
Y hay que andarse con cuidado con otros como Simon Keller que está de moda y enseña que la lealtad no es virtud ni valor, que es un patrón de conducta… esas cosas se dicen cuando no se quebró uno antes la cabeza con los clásicos. Virtud es hábito bueno, punto.
La lealtad es virtud, la deslealtad, vicio, hábito malo.Así, acomoda aclarar que en política la lealtad nunca debe ser incondicional, eso acaba en complicidad. No fue lealtad la que tenían Göring o Himmler, con Hitler; ni la de Lavrenti Beria con Stalin; era colusión para hacer el mal.
No confundamos.Ya en estas viene a cuento una declaración de junio de 1937, del infame Beria: “Que nuestros enemigos sepan que cualquiera que levante la mano contra la voluntad del pueblo, y contra la voluntad del Partido de Lenin y Stalin, será aplastado y destruido sin misericordia”; cumplió.
Otro día se despacha este junta palabras al crudelísimo Mao Tse Tung (o Mao Zedong, como prefiera).
Por cierto, hay por ahí una clase de descarados, pertenecientes a la calaña de los trepadores, quienes afirman que la lealtad es un vicio y que hay enfermos de lealtad.
No haga caso, es falsa prédica de pertinaces, justificación de cínicos.Como usted se ha de estar preguntando a cuento de qué viene todo esto, es a cuento de la confusión que sufre nuestra Presidenta, entre su lealtad al individuo que la llevó al cargo, con su lealtad al país.
Nadie tiene derecho a cuestionar su lealtad a su antecesor, su preceptor político a quien debe estar donde está.
Tampoco para poner en duda su lealtad al ideario (se solicita información), del “movimiento” al que dice pertenecer sin darse cuenta, al menos en apariencia, de que es todo menos “izquierda” esa pura simulación conservadora que es, de un priismo arcaico, muy alejado de sus convicciones personales, más del campo marxista.
Muy su gusto, muy su vida, muy sus ideas.No se espera y se vería muy mal, que hablara en contra de quien la llevó en andas hasta la presidencia. Sería una deslealtad. Lo que sí se espera es que dejara de mencionarlo por angas y mangas, que se dé cuenta que ya pasó el tiempo de tremolar pendones de lealtad a prueba de fuego para conseguir lo que ya consiguió.
Cada vez que menciona al que se supone reside en Palenque, se debilita, deja ver que no acaba de tomar los hilos del poder, que lo sigue necesitando como dador de toda gracia. No señora, el país la necesita fuerte y actuando. Está a tiempo, ya casi sin tiempo. Sus enemigos políticos la están calando.
Los romanos, ¡esos romanos!, a la muerte de un senador o emperador, juzgaban su conducta pública; si se le consideraba leal a Roma y a la ley, el Senado decretaba su apoteosis (su deificación), pero si no, lo que ahora llaman, su “damnatio memoriae”, la condena de su memoria, borrar todo rastro de su existencia. Y sí, hay quienes deben desaparecer.
Doña Sheinbaum se equivoca o no asume aún que desde que juró el cargo ante el Congreso y la nación, su lealtad es con México, con los mexicanos… todos, no nada más sus cuatroteros paniaguados. La disyuntiva es, complicidad o lealtad a México.