28 de diciembre de 2024

LA FERIA: Virtud

Sr. López

Tía Cuquita se casó a los 16 años, tuvo 17 hijos y enviudó joven, de 36. Daba gusto oírla hablar del fiambre, de veras lo quiso mucho. Ya viejita, le preguntó este menda el secreto para un matrimonio tan bueno y de aire respondió: -No complicar las cosas, hijito, yo solo quería que me “cumpliera” (¡17 hijos!), y que nunca faltara el gasto… lo demás era lo de menos -¡vaya!Ya se sabe, pero importa repetirlo: para gobernar, para gobernar bien, son indispensables cuatro cosas: justicia, prudencia, fortaleza y templanza.

En los jefes de Estado, son indispensables.Como usted fue muy aplicado y recuerda bien sus clases de Catecismo, ya identificó esas cuatro cosas como las virtudes cardinales en las que tanto ha insistido la iglesia católica, digamos unos… ¡dos mil años! (menos, pero es otro tema); cardinales les pusieron porque la calle principal de norte a sur, recta, de las ciudades y campamentos militares de los romanos, era la ‘Cardo Maximus’, calle de la que se trazaba el resto y entonces ‘virtudes cardinales’, habla, más o menos, de que son las principales, las rectas; y por eso también se habla de los puntos cardinales, las cuatro direcciones principales para orientarse en el mapa, en el espacio.

Sin embargo, la idea es anterior a la religión católica, es de Platón (427-347 a.C.), con algún antecedente en Sócrates (470-399 a.C.), pero no hay espacio para entrar en honduras. Lo interesante es tener claro que sin justicia, prudencia, fortaleza y templanza, el gobernar es errático y el gobierno es nave sin timón (que eso es gobernar, dirigir, por eso se dice ‘gobernar el barco’).

La importancia de estas virtudes, de las que tienen poco algunos políticos y jefes de Estado de nuestros tiempos, antes no pasaba desapercibida y sobre ellas escribieron otros como Cicerón (106-43 a.C.), en su tratado ‘De officiis’ -‘Sobre las obligaciones’-, o el emperador romano Marco Aurelio (121-180 d.C.), en sus afamadas ‘Meditaciones’; y también en la Edad Media y Moderna, se trató y escribió sobre esas virtudes en la ciencia política.Es ogaño (hogaño, vale), por la obsesión de borrar todo rastro de religiosidad en la sociedad, por sombría influencia, primero, de la Revolución Francesa y luego del marxismo y el socialismo trasnochados, que se elude hablar de virtud en general y de esas virtudes en particular.

Obsesión de ignorantes, porque es asunto filosófico no del cura párroco. En fin, al menos antes se le enseñaban a los gobernantes. Un ejemplo:El importantísimo César Augusto (63 a. C.-14 d. C.), tan destacado que por él tenemos un mes con su nombre (agosto, claro), tenía un filósofo de preceptor, que entonces se formaba bien a quienes iban a asumir responsabilidades de gobierno (Alejandro Magno tuvo de tutor a nada más y nada menos que Aristóteles), no como ahora que algunos se trepan al poder a hacer y deshacer, sumando votos de la plebe (como sea, con falsas promesas, con mentiras y sí, en efectivo… también es otro tema, no hay espacio); total, don Augusto tuvo de maestro al filósofo estoico Ario Dídimo, quien decía de esas cuatro virtudes platónicas:

“Todo lo que es malvado carece de ellas y todo lo que es bueno las contiene. Todo lo demás es indiferente o irrelevante”.No se le olvide. Lo que carece de ellas es malvado; lo bueno las contiene; lo demás es lo de menos.

Por supuesto no propone este junta palabras que políticos y gobernantes deban ser espíritus puros, santos, no, que son de carne y hueso, y la santidad es ajena a nuestra naturaleza.

Lo que se plantea es que esos en quienes recae la aplastante responsabilidad de conducir a la sociedad, no sean unos barbajanes silvestres que hagan las cosas solo según su propio interés y conforme al capricho del momento en que deciden algo.

Los que asumen labores de gobierno, deben tener la cabeza en su lugar, no ser especímenes dignos de congreso de psicólogos y aparte, deben tener formación moral y sentido de la ética, que se consiguen en la familia (con la fuerza del ejemplo), y aparte, en la escuela, por obra de buenos maestros que enseñan con su ejemplo (también), y han librado a la sociedad de muchas barbaridades.

Acomoda recurrir a ese inmenso Tomás de Aquino (1225-1274 d.C.), según este junta palabras, el cerebro más grande que ha dado la humanidad, quien dice que la virtud es la disposición habitual al bien (…) una disposición estable para bien obrar, adquirida con la luz de la razón (…).

Fíjese bien: “disposición”, no que nunca se cometan errores, “disposición” y “luz de la razón”.

Para ese inmenso filósofo y teólogo, la virtud tiene tres características:

1. Da propensión al bien.

2. Da facilidad de obrar bien.

3. Da prontitud para practicar el bien.

No propone el Aquinate nada propio de ángeles, que los virtuosos no están exentos de errores. Y agrega don Aquino (no es cita, ni esta ni lo anterior), que el gobernante debe poseer las virtudes que hacen al hombre bueno. Ni que fuera tan difícil.

Resumidamente, digamos algo de esas cuatro virtudes: justicia, tener sentido claro de lo que corresponde a cada quien; prudencia, distinguir lo correcto de lo indebido, lo que está bien y lo que está mal; fortaleza, capacidad para domar temores y vicios, afrontar deberes ingratos; y templanza, entendida más o menos, como autocontrol, no dejarse arrastrar por impulsos y deseos, no irse por la fácil.

Usted perdonará el rupestre resumen, pero se entiende.Vale advertir que para los clásicos, se tienen las cuatro o ninguna. No seamos tan drásticos pero sí dejemos claro que un gobernante sin claro sentido de la justicia, jamás podrá gobernar ni medianamente bien.¡Ah!, por cierto: los jefes de Estado, deben hablar poco, por fortaleza y templanza, que controlen el deseo de figurar, aunque les sea ingrato; por prudencia, para meter menos la pata; y por justicia, que no hay ciudadano por malo que sea, que merezca mañanera cotidiana y que nuestros presidentes sean fábricas de titulares de prensa… que trabajen, que la laboriosidad también es virtud.

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