Ernesto Gómez Pananá
Según las cuentas de la civilización occidental “moderna”, hace una semana iniciamos el año 2024.
Dos milenios, más dos décadas, más cuatro unidades. Dos mil veinticuatro años transcurridos y ya estamos corriendo sobre el carril del 2025, que completaremos el próximo 31 de diciembre.
Eso considerando únicamente el tiempo medido en la era posterior al nacimiento de Jesucristo.
Por nuestra parte, los seres humanos de la época presente vivimos un promedio de setenta años.
Comparados con la cuenta de 2024 años de la época moderna, parecieran una insignificancia, no obstante ello, para un niño de diez años, un año más, un año representa una décima parte de su vida, un fragmento sin duda significativo.
Tal vez para un adulto de sesenta represente algo menor, pues matemáticamente representa ya tan solo una sexagésima fracción de todo el tiempo que ha vivido.
Lo más paradójico de todo esto es que ambas lecturas, la del tiempo de la humanidad como la del tiempo de las personas, son “inventos” nuestros para orientarnos en nuestro paso -como personas y como especie- por el universo.
En alguna ocasión, tendría yo unos diez años, es decir hace mucho, o hace muy poco, según se quiera ver, vi en algún museo una representación de algo llamado “Calendario Cósmico” y a pesar de que durante “mucho tiempo” no volví a encontrar otra referencia a dicho concepto (no existían ni el internet ni los teléfonos inteligentes ni mucho menos el chat GPT), recuerdo claramente mi fascinación, y quizás ya desde entonces mi afición por las metáforas.
El “Calendario Cósmico” es una creación metafórica del científico Carl Sagan que nos ayuda a dimensionar el tiempo del universo expresándolo en el término de un año terrestre.
Explico:En dicha escala, el Big Bang tiene lugar el primer minuto del 1 de enero, y el momento actual, es la medianoche del 31 de diciembre. En este calendario, el Sistema Solar aparece hasta el 9 de septiembre y la vida en la Tierra surge el día 30 de ese mismo mes.
De acuerdo a esta interpretación, el primer dinosaurio apareció por ahí del 25 de diciembre, los primeros primates ya hasta el día 30 y los primeros Homo Sapiens apenas diez minutos antes de llegar la medianoche del día 31 de diciembre de ese hipotético macro año.
De lo anterior nos queda entonces que toda la historia de la humanidad ocupa tan solo los 21 segundos finales del último minuto de dicho año.
Asombroso. Me sigue pareciendo tan asombroso y fascinante como cuando me lo explicaron en aquella exposición siendo un niño, hace unos cuarenta largos años terrestres.
En esta escala de tiempo, la edad humana promedio, esos setenta años que refería líneas arriba, dura apenas una fracción de 0,15 segundos y en cada segundo se comprimen 438 años.
Lo leo y vuelvo a asombrarme. Los seres humanos somos granos de arena en esa playa interminable que es el universo y el cielo es el tiempo para el que la vista no alcanza. Fascinante.
Oximoronas 1.
Ojalá y así como nuestro tiempo es insignificante, pudiésemos lograr que la violencia también lo fuese, o más aún, que desapareciera. A los jóvenes asesinados en Guanajuato el pasado diciembre, se les suman nuevas ejecuciones en Guerrero, levantamientos en Tamaulipas y territorios controlados por la delincuencia organizada en la frontera sur. El terror crece. El dolor es profundo. El tiempo parece infinito.
Oximoronas 2.
A pesar de lo fugaz de nuestra existencia, decía Goethe que siempre hay tiempo cuando se emplea en lo que es debido. Por su parte, Horacio es el creador de la frase “Carpe diem, quam minimum credula postero”, vive el día y no confíes en el mañana. Tiempo y vida.
Mientras haya vida, habrá tiempo. A vivir estimados, estimadas y estimades lectores. No somos eternos.