25 de noviembre de 2024

Goethe

José Antonio Molina Farro

“Donde se pierde el interés, también se pierde la memoria”.El padre del romanticismo alemán y una de las figuras más influyentes de la literatura moderna falleció el 22 de marzo de 1832. Aún hoy día resuena con fuerza el universo dramático de Fausto.

Me detengo en un momento de exaltación del genial dramaturgo, narrado magistralmente por Stefan Zweig, nada menos que la creación poética más significativa, más íntimamente personal y un “dramático reflejo de lo más entrañable de sus sentimientos”: la ‘Elegía de Marienbad’, una obra que es fin y principio; “comienza con la despedida del amor, convertida en eternidad en un desolado lamento… a partir de esa fecha la poesía alemana no ha tenido otro momento cuya grandeza supere al torrente de pasionales sentimientos que encierra ese magnífico poema”.

Sí, un septuagenario de 74 años, un hombre a quien toda Europa veneraba como un sabio, como el espíritu más diáfano y profundo del siglo; sí, él, enloquecidamente enamorado de una joven de 19 años.

El joven Goethe sabía disimular, ya hombre sabía contenerse, envolvía sus secretos más íntimos en imágenes, cifras, símbolos. Ya de anciano, por primera vez da rienda suelta a sus sentimientos.

El hombre sensible que había en él no se había revelado de una manera tan clara y vehemente. De ese amor febril, atormentado, enloquecedor, llegó la inspiración de ese poema.Un poco más de historia del biógrafo Stefan Zweig.

En febrero de 1822, Goethe sufre una grave enfermedad que lo mantiene en la inconsciencia. La causa desconocida. Así igual, la enfermedad desaparece. Repuesto, se traslada a Marienbad. Hay en él un renacimiento, una nueva pubertad, escucha la voz de los sentimientos, despiertan sus emociones y sigue con ansiedad a la juventud. Conoce a Ulrika de Levetzow, de 19 años.

Hace quince años amó con veneración a la madre de esa joven, quien ahora, como una enfermedad, se convierte en pasión. Apenas escucha su voz, deja su trabajo y corre hacia ella, con el ardor de un hombre joven, en un grotesco y ridículo espectáculo. Ella le correspondía con besos fugaces y palabras cariñosas.

Llegó al extremo de solicitar a la madre la mano de su hija a través de un amigo. La respuesta, parece, fue evasiva y dilatoria. Llegó el momento de la despedida, sin conseguir promesa alguna, solo vagas esperanzas. Ulrika fue con su hermana a despedirle. Su juvenil boca lo besó.

“Pero aquél beso ¿no sería una simple muestra de ternura, de afecto filial? ¿Podrá amarle? ¿Le olvidará? ¿No se burlará de él la gente? Dentro de un año ¿no será ya un ser decrépito? Las preguntas se convierten en poesía, y el grito de tristeza y soledad se vierte sobre el papel. “Se curó con la misma lanza que le había herido”. Goethe se salva gracias a esta elegía. Se esfumó el sueño de una vida conyugal con su amada.

Así surge este canto maravilloso, este hondísimo poema, a la vez claro y misterioso, y el instante más ardiente de su vida aparece plasmado de modo imperecedero. Al arrancar el carruaje, el anciano queda solo con su compañero: el dolor. {¿No quedan aún los gigantescos muros del mundo? ¿No están coronados por sagradas sombras? ¿No maduran las espigas? ¿No ríen los prados extendiendo sus verdes y aterciopeladas alfombras hasta los arroyos? ¿No aparece la inmensidad del mundo con todas sus imágenes fecundas y estériles? {{¡Oh, qué vaga y exquisita, qué diáfana y sutil imagen, semejante a un serafín flotando entre nubes en el éter! Así has visto danzar a la más amada entre las amadas imágenes. Que por un momento te sea permitido mecer este sueño entre tus brazos.

En el corazón conservaré sus múltiples imágenes, siempre la misma y siempre transfigurada por mil matices, pero cada vez más amada.}} “Y una de las más puras estrofas que se hayan escrito sobre la abnegación y el amor:” {{En nuestro pecho nace una pura aspiración hacia algo elevado, limpio, desconocido: hacia algo que es un eterno enigma, y a eso nos entregamos atendiendo la voz del agradecimiento. Yo comprendo la grandeza sagrada de ese anhelo cuando me es permitido contemplar su imagen.}} Surgen de pronto el dolor y los lamentos. {{Qué lejos estoy! ¿Qué me dice el actual instante? No puedo saberlo. Me ofrece la serena belleza, pero me aplasta y me faltarán las fuerzas.

Me noto envuelto en un delirio angustioso y ni siquiera las lágrimas podrán aliviarme.}} Brota el último grito, el más desgarrador: {{¡Abandonadme aquí, fieles compañeros de mi camino! Dejadme solo entre las rocas y el musgo, solo en el campo. Continuad vuestro camino: la amplia tierra y el inmenso cielo son vuestros. Contemplad, indagad: el secreto del mundo fructificará para vosotros.{{Lo he perdido todo, me he perdido a mí mismo.

Antes era el favorito de los dioses y me dieron la caja de Pandora, llena de riquezas y peligro. No me negaron nada de cuanto les pedí. ¡Pero ahora me han abandonado y me siento hundido en el abismo.}} El poeta que sabe jamás volverá a Marienbad, de ahora en adelante dedicará su vida al trabajo. Por fin, el hombre al que tentara el destino, renuncia a aquel renacimiento.

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