26 de diciembre de 2024

Trapitos calientes : La Feria

Sr. López

Libertad de expresión es libertad de pensamiento, de manifestación de las ideas, de opinión y necesariamente de información. Libertad de expresión que implica límites, como toda libertad, que nadie tiene derecho para opinar sobre la honestidad de la señora madre del vecino y de poco vale como justificación decir “es mi opinión, aunque acepto que tal vez no sea una ramera”. Chulada.
Por su lado, libertad de información no significa que uno tenga derecho a saber todo de los personajes públicos, pues es muy cuestionable el derecho a enterarse si la reina Isabel II usa calzones de hilo dental, igual que no parece del todo razonable la exigencia de que mujeres y hombres de estado, ventilen sus intimidades, que nadie tiene el legítimo derecho a exigir confirmación oficial sobre las versiones de que la reina Sofía de España es fanática del salto del tigre, o si Hugo Chávez usaba pantimedias (en su caso, “calzotines”), ¿con qué derecho?
Lo que sí parece incuestionable es que la gente tiene derecho a saber todo lo que pueda informarla acerca del posible comportamiento presente o futuro de los funcionarios. Es irrefutable que un exconvicto, ya purgada su sentencia, queda sin deuda ante la sociedad, pero es relevante enterarse si un Secretario de Hacienda estuvo siete veces preso por fraude (o que en la escuela, pasó matemáticas de panzazo); que un candidato a Presidente fue padrote en Veracruz o que el nominado a jefe de las fuerzas armadas ha residido intermitentemente en el manicomio por delirio de persecución, detallito. Pero eso no elimina el derecho a la intimidad, que a nadie le importa si un General Jefe de Zona con mando de tropas, suspira soñando con Pedro Infante en cueros, muy sus gustos.
Menos es libertad de expresión la inexistente libertad de insultar o inventar; y aunque hemos de aceptar estos excesos como comprensible reacción a tiempos ya largamente idos, de censura y represión, no debe tolerarse el noroñismo, al grito de que son preferibles a la censura, la calumnia y la barbajanada, como si estuviéramos condenados a escoger entre males. No, lo bueno es posible.
Viene a cuento esta filípica, por las protestas públicas que ha suscitado la propuesta del Presidente para nombrar al historiador Pedro Salmerón Sanginés como embajador de México en Panamá (falta la aprobación del Senado).
Las protestas son por denuncias de acoso sexual presentadas por alumnas cuando era catedrático del ITAM, mucho antes de su proposición como embajador, denuncias que fueron revisadas en su momento y se consideraron ciertas por la directiva de ese Instituto, a resultas de lo cual don Salmerón renunció a su cátedra el 1 de abril de 2019, como informó Sofía Charvel, profesora e investigadora de tiempo completo del Departamento Académico de Derecho y Directora del Programa de Derecho y Salud Pública del ITAM.
Este Salmerón provocó otro escándalo cuando -nombrado por este gobierno-, era director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), y calificó como “jóvenes valientes” a los asesinos del legendario empresario de Monterrey, Eugenio Garza Sada en 1973; también renunció. De ahí saltó, nombrado otra vez por este gobierno, a director del Museo Regional de Guadalajara desde junio de 2021; ahora está nominado por este gobierno como embajador.
El 23 de septiembre de 2019, el Presidente lamentó la renuncia del Salmerón al INEHRM y lo calificó como un “extraordinario intelectual”, cosa que puede ser cierta pero no atenúa el calibre de metida de pata con lo de don Eugenio Garza Sada, ni borra las acusaciones de abuso que lo orillaron a salir del ITAM. Eso es defender a la Mataviejitas diciendo que era una maravilla bordando. Y para que tenga moño el violín presidencial, ayer defendió su nombramiento como embajador (si el Senado lo aprueba), diciendo: “No existe, según entiendo, una denuncia formal y legal. Hay que esperar a que se presenten pruebas (…) vamos a esperar (…) que haya pruebas para no adelantarnos”. ¡Vaya!
Como usted comprenderá, que el Salmerón sea embajador de México en Panamá, a este menda le importa menos que el clima en Hawaii. Sin embargo lo que sí importa es la pertinacia presidencial y la imprudencia de no tomar en cuenta la fama pública de los que elige para cargos públicos, en especial cuando tienen la representación del país en el extranjero. Aunque parezca que lo olvidamos, todos tenemos muy presente la defensa presidencial de Félix Salgado Macedonio, señalado por violación.
El Presidente disfruta del ejercicio del inmenso poder de su cargo, pero sería conveniente que alguien se la juegue y le haga saber que ya va en el camino de bajadita, de salida y que más pronto de lo que imagina ya contará por meses su permanencia en Palacio.
Su gobierno podrá embozar muchas cosas, pero son imborrables los asesinatos, los niños muertos por falta de medicamentos y los cientos de miles fallecimientos evitables por la pandemia. Imborrables e imperecederos. Y cuando se usa el poder para acumular humillados y ofendidos, bien puede haber uno que se ponga necio y después del 2024, recurra a la Corte Penal Internacional, esa que ordenó aprehender y tuvo ocho años preso al ex Presidente de Costa de Marfil, por la ola de violencia que se desató en su país y que arrojó tres mil muertitos (ni aguantan nada).
La Corte Penal Internacional es implacable: presionó años a Japón para que extraditara a Fujimori a Perú; corretearon al expresidente de Sudán; al ex vicepresidente y al exjefe del Ejército del Congo; condenaron a 30 años de cárcel al exjefe de Gabinete de Ruanda; y el gobierno de Brasil -por otro camino- fue obligado a pedir perdón por la tortura de 44 granjeros entre 1964 y 1985.
No son bromas señor Presidente, nadie con la cabeza en su lugar quiere verlo en problemas que de pasada manchan al país. Gobierne usted sabiendo que no es intocable, que ya nadie lo es, pues las instancias judiciales internacionales no andan con trapitos calientes.

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LA FERIA: ¡Oooremos!

Sr. López Ardían los pastizales del rancho vecino al del padre de la abuela Elena, recordaba ella muy serena. El viento llevaba el incendio a