23 de noviembre de 2024

Kemal Atatürk

José Antonio Molina Farro

“La democracia es una construcción cultural ajena a nuestra naturaleza”

Carlos Castillo Peraza

Cada 10 de noviembre a las 9.05 horas, día y hora de su fallecimiento, el país se paraliza y guarda un minuto de silencio en recuerdo del fundador de la Turquía moderna, del estadista que le devolvió un lugar en la escena internacional. No hay registros de algún país que haya cambiado de manera tan profunda y permanente en tan corto tiempo (15 años). Los hijos del Gran Lobo Gris y de la Cierva Leonada, a 83 años de su partida aún guardan una enorme devoción por Kemal “el perfecto”, aún con el ascenso al poder del islamista populista Erdogán. Turquía es un puente entre la cultura islámica y la cultura occidental, y su tradición hospitalaria es proverbial.

Cuando en 1492 fueron expulsados por Isabel I de Castilla, los judíos sefardíes recibieron los brazos abiertos de Solimán el Magnífico, quien asumió públicamente su defensa. En 1930 Turquía fue tierra de asilo para numerosos sabios judíos alemanes. A pesar de ser un país mayoritariamente musulmán abrió las puertas de par en par a estos inmigrantes. Con Atatürk, artesano del laicismo, Turquía fue el único país musulmán con un Estado laico. Para Kemal la legitimidad ya no provenía del profeta.

Sus reformas son incontables. El “padre de los turcos” decretó la igualdad de hombres y mujeres y les otorgó el derecho  a votar y ser votadas, diez años antes que Francia y antes que México, Colombia, Argentina y Venezuela. Hoy día, amplios colectivos femeninos están a la vanguardia en ciencia, educación y cultura. Es el primer país en el mundo en tener a una mujer en el Tribunal Supremo. Atatürk abolió la poligamia y el divorcio por repudio, suprimió los tribunales islámicos e introdujo el calendario gregoriano, clausuró las escuelas religiosas y prohibió  el velo  a las mujeres, aunque toleró a quienes quisieran llevarlo. Sustituyó el alfabeto árabe con sus componentes persas y latinizó el idioma. Introdujo el matrimonio civil y elaboró el primer Censo de Población.

La gran reforma educativa laica y gratuita sustentó su lema de “La cultura es la base de la república”, que lo acompañó hasta el fin de sus días. La educación se basó en desarrollar el potencial individual, el pensamiento independiente y los valores democráticos.

El Código Civil se inspiró en el suizo y el penal en el Código Napoleónico. ¿Que todo ello lo hizo con mano dictatorial? Sin duda, no podía ser de otra forma. Una dictadura pedagógica y un paternalismo blando, en un país prisionero de los prejuicios religiosos, arraigado en sus tradiciones y con un gran porcentaje de analfabetismo. “Nuestro pueblo no está preparado para un régimen constitucional y democrático. Necesitan ser entrenados por nosotros. Solo nosotros debemos abordar las cuestiones de Estado por diez o quince años…transcurrido ese plazo al pueblo turco le será permitido formar partidos políticos”. El fallido intento de alentar un partido de oposición en 1930, le confirmó esa idea.

Otro aspecto importante de la revolución cultural de Atatürk fue mudar la sede de los poderes de Estambul a Ankara. El denominado “Cuerno de oro” ha sido uno de los puntos geográficos más importantes en la historia de la humanidad. Constantinopla era el objeto del deseo de todos y estaba dividida en dos, Pera, la parte rica y pudiente en el sector europeo y Estambul en el Asia menor, donde vivían los pobres. Atatürk consideraba incompatible el espíritu nacionalista turco con la ciudad imperial, de ahí el cambio de sede de la capital.

Los símbolos, mitos e ideas renovadas son elementos centrales para la construcción del imaginario nacional. Por ejemplo, el ideal protestante de “la ciudad sobre la colina”, fue un componente esencial para la formación de la idea de los Estados Unidos. En Japón la tradición estipula que todos los emperadores descienden de Jimmu Tenno, un dirigente legendario hijo de Amaterasu, diosa del “Sol Naciente”, y ha sido un factor de cohesión social para construir la identidad japonesa. En China ocurre lo mismo. En Turquía la nueva capital pretendía imprimir originalidad al nuevo gobierno nacionalista. Así mismo, Atatürk apeló al mito de la pureza turca y patrocinó una revolución cultural sustentada en la unicidad turca. Aquí, en nuestro país, Porfirio Díaz utilizó constantemente el concepto “mestizo” en un intento de homogeneizar la identidad nacional por encima de la diversidad de grupos étnicos.

Involución democrática. El laicismo de Atatürk  fue visto por las minorías, como los alevíes y kurdos como un aliado contra el fundamentalismo islámico. Los sufíes son más de 25 millones de personas y tienen un lema precioso que los unifica y fortalece identidad, “Seamos uno, seamos fuertes, vivamos”. Previsor como fue, Kemal dejó al ejército como salvaguarda de sus reformas. ¿Qué pasó? La democracia conspiró contra sí misma, el pluripartidismo y la soberanía popular, herencia de Atatürk, se expresaron en las urnas. Corrientes integristas encabezadas por el islamista Erdogán, se hicieron del poder. Los valores islámicos se renovaron. La habilidad de Erdogán, su retórica incendiaria y seductora, así como  las amplias concesiones al ejército, doblaron a los altos mandos y se rindieron ante el islamista, quien tiene además un grado importante de aceptación en la población.

Hoy Turquía es el primer exportador de cemento en  el mundo y primer productor de televisores en Europa. En las últimas décadas, hasta antes de la pandemia, tuvo tasas de crecimiento promedio de 6.5% al año. Es un territorio estratégico para la seguridad mundial y valladar contra el fundamentalismo islámico. Es el cuarto país más visitado de Europa y tiene el mayor ejército de los Balcanes con más de un millón cien mil efectivos. La presa Atatürk es una de las más grandes del mundo y su importancia estratégica es incuestionable, pues sus aguas bañan a Irak y Siria, además de gran parte del agua dulce que beben palestinos e israelíes.  Grandes lecciones nos deja ese gran país.

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