Sr. López
Tristísima, tía Rosita (la de Toluca, la que llegó a los 117 de edad pero los viejos sabían que se quitaba años), se enteró que en Semana Santa, sus sobrinas nietas se habían ido de vacaciones con sus hijos, o sea, sus sobrinos bisnietos. Para ella, toda la Cuaresma era tiempo de rezos, cubrir espejos y cuadros con trapos morados, no oír radio (nunca tuvo televisión), y la Semana Mayor, de ir a los oficios en la iglesia y visitar las siete casas el Jueves Santo. Consternada veía las fotos de todos muy sonrientes en la playa en traje de baño ¡en Viernes Santo!, y murmuraba afligida: -¿Qué le pasó a esta familia? -luego para no mortificarla se le decía en esos días que todos estaban de retiro espiritual. Mejor.
Una característica nacional es el quedabienismo, ese estado de alerta permanente del tenochca estándar, para no quedar mal con nadie, decir lo que supone quiere oír el otro, mostrarse de acuerdo con los presentes en una reunión, no ir contra la corriente ni manifestar ideas ajenas a la moda. Nuestro quedabienismo es un navegar por las mansas aguas de lo políticamente correcto.
Así somos de siempre. Ya desde antes de la conquista, se le celebraban los poemas a Nezahualcóyotl y las predicciones a Moctezuma (que por andar de queda-bien con Cortés ya ve cómo le fue). Luego, los 300 años de virreinato se procuró caerle bien al encomendero y los valedores del virrey, que entonces andar trompudo con la autoridad, era malo para la salud.
Ya independientes, se probó la agilidad mental del tenochca simplex para quedar bien, con Hidalgo o con Iturbide; con los conservadores haciendo al mocho o con los liberales, al comecuras; ir contritos al funeral de la pierna de Santa Anna y luego cuando sus enemigos lo echaron, ir por ella para arrastrarla por las calles, echando vivas a los nuevos mandones.
Así, de un extremo a otro, disfrazados de aristócratas diciendo güimesié con Max y Carlotita, para después chillar con hipo por la muerte de Juárez; ir en procesión a la basílica, colgando curas en la cristiada; detestar a Porfirio Díaz, reventando cines para ver México de mis recuerdos; odiar a los yanquis, retacando Disneylandia.
Con más de cinco siglos de adiestramiento, nos sale natural decir ¡qué bonito niño!, así sea un sapo; ¡qué chula la novia!, aunque parezca piñata; que las horas son las que diga el señor-presidente; y al contestar encuestas tratamos de adivinar qué quiere oír el que pregunta o decimos que nos gusta la música de gaita en una fiesta en el Centro Gallego.
Encima, de unas décadas acá, se impuso la moda yanqui de usar palabras correctas (a ver quién es el macho que dice ahora retrasado mental, en lugar de discapacitado cognitivo), y temas de verdadera importancia están predefinidos y proponer siquiera su debate es una barbaridad (aborto, eutanasia asistida, suicidio, pena de muerte, matrimonio homosexual).
Por supuesto nadie se plantea la pregunta de quién es el que define este cuerpo de dogmas modernos que constituyen lo políticamente correcto: abortar está bien y punto, decir lo contrario es machista, reaccionario y de retraso mental (en estos casos está bien visto usar las palabras mal vistas); estar de acuerdo con la pena de muerte, una barbajanada contraria a los derechos humanos; la eutanasia asistida (que el enfermo pida que lo maten), es correctísima, que cada quien es dueño de su vida; el suicidio es una opción, como usar o no calcetines, faltaba más; el matrimonio homosexual sólo le molesta a persignados decimonónicos, jotos reprimidos de clóset (aplica otra vez lo del uso autorizado de palabras políticamente incorrectas).
Alguien, algunos grupos, deben ser los que están definiendo todo o tal vez no y va a resultar que imponen su modo de pensar los que gritan más fuerte, sean pocos, sean muchos, vaya usted a saber. Pero lo que sí queda claro es que ya es una verdad indiscutible que no hay verdades indiscutibles, excepto las que esos que no sabemos quiénes son, han logrado imponer como de obligatoria aceptación y observancia.
De esta manera, si quiere usted quedar como un débil mental o un fanático intolerante, diga que hay moral, una moral válida universalmente para todos los seres humanos, que somos todos idénticos en esencia, en eso que nos hace humanos y no simplemente bípedos con celular.
También si quiere que lo vean como una reliquia del ropero de la abuelita, hable de religión, que el dogma al uso dicta que si tiene derecho a tener la que quiera es a condición de ni mencionar el asunto. Y no es que este menda profese alguna ni quiera vivir entre catequistas, sino solo devolverle a la gente con creencias el derecho a no ser ridiculizados ni enmudecidos quiero ver una consulta popular -ahora que están de moda- para definir al Estado mexicano como católico, considerando que más del 70% profesan esa religión (nomás de escribirlo como que se trabó el teclado); o una marcha del orgullo heterosexual (que sí hay del orgullo gay), y lo anoto nomás para que vea a lo vivo que se vale hablar de todo, sí, pero de todo lo que no esté mal visto, siendo mal visto por voluntad de no se sabe quién pero con tal de no quedar mal, callamos y aceptamos.
Nuestros políticos de 1930 hasta el 2018 -con raras excepciones-, fueron prudentes en el hablar y evitaron irritar los ánimos, dividir a la gente, provocar enfrentamientos, pero conspicuos integrantes del actual gobierno y el Presidente en especial, pareciera que se han propuesto mantener crispada a la sociedad, confundiendo seguidores con fanáticos, partido con facción y han dividido a México en dos grupos de extremistas: sus ultra enemigos y sus más exaltados defensores. No sabemos si idos estos que hoy disfrutan del poder, tendrá pronto arreglo este México confrontado. ¿Qué hicieron?, ¿qué le pasó a México?
Si anteriores presidentes no fueron tan correctos políticamente, al menos fueron políticamente correctos, sabedores de que este pueblo cuando se desata no le teme a los baños de sangre.