27 de noviembre de 2024

Historia a tajos: La Feria

Sr. López

La prima Silvia, hermana de Pepe, el más impresentable primo que tenerse pueda, se fue a estudiar su carrera a España, en premio a la Mención Honorífica con que terminó la Preparatoria. Casi cinco años después, la abuela Virgen (la de los siete embarazos y pocas luces), recibió una carta de Silvia pidiéndole el gran favor de entregar “discretamente” a Pepe, el sobre que le mandaba, cosa que la muy buena y muy santa abuela hizo sin malicia. El asunto era que Silvia le pedía consejo a su hermano -sabedora de su naturaleza de gandalla “summa cum laude”-, pues había dejado de ir a clases poco más de cuatro años, dedicada a actividades no académicas en pareja y tenía horror a que sus papás lo sospecharan si regresaba sin título ni calificaciones. Pepe de inmediato le puso un telegrama urgente: “Golpea maestro faltote respeto -punto- Regresa expulsada -punto-”. Y la recibieron como heroína defensora de su pudor a cualquier precio. Luego estudió en la UNAM.
No es de dudarse que el discurso contra la corrupción fue la principal razón por la que 30 millones 113 mil 483 entusiasmados tenochcas, eligieron a nuestro actual Presidente. Capitalizó a su favor casi ocho décadas del PRI en el poder y 12 años de decepciones del PAN, del que con y sin razón, se esperaba mucho más.
También parece que un amplio sector de la población está en la mejor disposición para disculpar al Presidente por la evidente falta de resultados de su gobierno y exonerarlo de obvias pifias, como la fallida lucha contra el “huachicol”, el desabasto de medicamentos y hasta de la continuación y empeoramiento de problemas heredados como la inseguridad pública, agravada por la rampante libertad con que ahora actúa la delincuencia organizada.
Pero por encima de la bárbara pérdida de casi la mitad de votos observada en los comicios del 6 de junio (consiguió 16 millones 800 mil), y del estrepitoso ridículo de la consulta del 1 de agosto con un total de apenas 7 millones, en Palacio lo que preocupa aunque lo disimulen a golpes de mañanera, es que empezó su gobierno con cerca del 80% de popularidad y ahora anda en el 57.4%, según encuestas debidamente motivadas e imposibles de verificar… por cierto, antes, sacar menos de 6 era reprobar, antes.
Y lo anterior, al tiempo que se diluye la efectividad del discurso que achaca todo lo que está mal al pasado, pues conforme el tiempo avanza, el pasado ya cae en este mismo gobierno y probablemente a eso debamos atribuir que el Presidente presente números circenses de cada vez mayor grado de dificultad para ser tragados por nosotros los gallardos integrantes del peladaje nacional: digo, un Presidente repartiendo gas ya es como el colmo, que más nos gustaría verlo con filipina blanca, despachando medicinas; es una idea.
Sin embargo, acecha al Presidente una fea bestia que lejos de estar en retirada, agobiada por las decisivas acciones de su gobierno, goza de cabal salud y ruge triunfal luciendo músculo y dentadura con sarro: la corrupción.
Es materia grave. Asuntos tan importantes como combatir la inseguridad, cuidar de la salud pública, mejorar la educación, ante la mirada esperanzada de la raza, quedan en segundo lugar frente a lo que se les dijo hasta el hartazgo, que se conseguía con el solo mágico acto de colocar el Presidente sus sacras posaderas en La Silla. Bueno, pues felicísimo y entusiasmado, las puso, se da sentones… y nada.
Corrupción no es solo robar al erario o hacer negocios sucios usando el poder. No. Corrupción también es trastrocar, echar a perder, depravar, dañar, pudrir, pervertir, deteriorar. Corrupción es eliminar estancias infantiles y refugios para mujeres en situación de violencia doméstica; corrupción es cortar el suministro de medicamentos para probar quién tiene el mando, dejando morir a niños y adultos, también; corrupción es cancelar fondos para estudiantes en el extranjero que regresan a beneficiar todo el país con los conocimientos adquiridos; corrupción es dejar a su suerte a campesinos y pequeños comerciantes; corrupción es cancelar obras por capricho y ejecutar otras por lo mismo; corrupción es imponer inversiones inviables, como las de Pemex; corrupción es ordenar la liberación de un detenido.
Aún sin robarse un quinto todo eso es corrupción. Pero bien sabe el gobierno que esas acciones quedarán impunes, disimuladas entre la tolvanera de denuncias, delaciones y altercados propios del cambio de gobierno a partir del 1 de octubre de 2024. Y bien sabe el Presidente que nada de eso alcanza para acusarlo formalmente y con fuerza jurídica de nada, de absolutamente nada.
Por supuesto a este gobierno ya se le saben asuntos de corrupción de la de agarrar lo ajeno, pero aún dejando de lado los ya no pocos escándalos de expolio, estafa y timo, emanados de este gobierno, sus familiares y cercanos, concediendo a su favor la más libertina presunción de inocencia, hay un detalle que como tantos otros indispensables para manejar correctamente el aparato de gobierno, no atiende la 4T: las compras y contrataciones. Tan obvio, tan importante.
El artículo 134 de la Constitución ordena que las adquisiciones gubernamentales se lleven a cabo por licitaciones públicas y eso mismo dice el Plan Nacional de Desarrollo que le aprobó la Cámara de Diputados al Presidente.
En el año 2019, el 78.16% de los contratos y adquisiciones las hizo el gobierno federal mediante adjudicación directa, a dedo. En 2020, el 82%, igual, sin concurso, licitación ni nada, por los calzones de sí se sabe quién. ¡La 4T!
Eso no se necesita revisar durante largos y cómplices años para saber que es una ilegal práctica corrupta. Aunque nadie hubiera tocado un peso. Es corrupción. Y son órdenes del Presidente, como ha dicho no pocas veces.
Tanto insistir en la revocación de mandato, tanto hablar de un “golpe de estado”, bueno, tal vez sea un desliz freudiano y en el fondo de su mente lo vea como su última esperanza, su atajo para quedar en la historia, sin ver el ridículo de hacer historia a tajos.

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LA FERIA:Pocas pulgas

Sr. López. Contaba la abuela Elena que allá en la primera mitad del siglo pasado, a su tío Marti, pronunciado así, ‘Márti’ (se llamaba Martiniano,